‘The Pig Fucking Movie’ o discusiones en torno a un jamón demasiado fresco

Por Pedro Paunero

Hay una corriente subterránea cinematográfica abundante en cintas que navegan corriente arriba, censuradas, mutiladas, re editadas, prohibidas; peces de celuloide –me agrada el término de Peter Jackson: “Forgotten Silver” que bien puede aludir a un pez (plata) y a una cinta sobre la que cayó la maldición de la prohibición, siendo “olvidada”-, alrededor de los cuales se forma un aura mítica que culmina cuando las mismas entran al océano del cult movie. ¿Qué confiere a una cinta su estatus de película de culto? Una amplia mayoría de estas películas no brilla, precisamente, por su calidad, sin embargo se las considera por varios factores –sobre todo por una especie de afinidad con las filias (¿parafilias, quizá?)-, que inclina a los espectadores a resguardarlas en el cofre de las joyas oscuras. Un pequeño porcentaje (muy pequeño, en verdad) de las mismas puede catalogarse de obras maestras o de arte.

La prohibición en el cine no es nada nueva y perdurará mientras la comezón -que funciona como un espejo recubierto de polvos de picapica (este mal símil pertenece a esa clase que denomino: “símiles funcionales”)-, cause prurito en los deseos secretos de algún espectador con cierto poder para prohibir o censurar. Cintas hoy inocuas y poco recordadas cayeron bajo el infausto Código Hays de Hollywood de 1934. Antes del código Hollywood pudo exhibir filmes que competían con la permisiva sexualidad –y algunos temas tabú de siempre-, de las súper producciones de la República de Weimar alemana que, de alguna forma, fueron (como toda la premisa sobre la que descansa el cine de los Estados Unidos) una válvula de escape a la hiperinflación (véase el simbolismo que encierran los falsificadores ciegos en “El Dr. Mabuse” de Fritz Lang de 1922) en la que se había hundido el imperio alemán tras la derrota de la Primera Guerra Mundial. Redescubrir estas cintas –sobre todo las alemanas- es todo un deleite para el cinéfilo avisado.

Pero la prohibición ha sido pasada por alto cuando los censores no han sabido ver, por ejemplo, la zoofilia que se oculta debajo de una conmovedora historia de amor imposible (“King Kong”, Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933) que ejemplifica cómo el cuento de hadas La bella y la bestia fue re elaborado de una forma espectacular para el cine de la época (mayor daño hizo con el mismo material literario y folklórico Walt Disney) o el sexo latente de una monja (“Viridiana”, Luis Buñuel, 1961) en pleno franquismo represor (¿recuerdan la secuencia final y esa puerta que se cierra sobre nosotros de manera sugestiva?).

“Vase de Noces” (aka The Pig Fucking Movie ó Wedding Trough e, incluso, One Man and His Pig, Thierry Zéno, Bélgica, 1974) es una de esas cintas: prohibida por zoofílica y si esta parafilia es tan aberrante (el “diccionario” del programa Word ni siquiera incluye un sinónimo) aunque muchas sean las historias que hemos escuchado sobre granjeros solitarios y ovejas, entonces la película es una de las más oscuras jamás filmadas. Porque hay quien supo “ver algo” en esta y la prohibió, no una sino varias veces. En Estados Unidos aparece con la etiqueta “Not Rated”; en Nueva Zelanda: “Banned” y en Australia como “Banned”.  

Sus detractores y defensores van desde aquellos que la sitúan al lado de ilustres antecesoras como la surrealista “Un perro andaluz” (Un chien andalou, Luis Buñuel, 1928), que no por ser ilustres dejan de incluir escenas perturbadoras (¡Oigan, esa escena del ojo femenino seccionado por una navaja de barbero es una de las más ultra gore de la historia!) y que con esto le hacen un gran favor; aquellos que la incluyen en el terreno del documental de arte y ensayo (“Freaks”, Tod Browning, 1932) con todo y su desfile de seres deformes y reales; al lado del exploitation (resulta interesante saber que en un país como Suecia, mientras el artista –y pesado-, Ingmar Bergman -lo siento, prefiero a Antonioni, Pasolini y Tarkovski-, rueda sus influyentes películas, se filman cintas como “Thriller, A Cruel Picture” de Bo Arne Vibenius del año 1974, una joya sueca del sexploitation, en este caso de esas pelis enmarcadas en lo que se denomina Violación y venganza o Rape and Revenge, con un retorcido barniz feminista: “haga justicia por su propia mano”; que influyó en el Tarantino de Kill Bill y que nos hace formular una pregunta “ociosa”: ¿Tarantino, es pues, un director original o un gran reciclador de temas y películas underground?); quienes la incluyen en el terreno del mal gusto al estilo de las cintas de Russ Meyer y John Waters, el arthouse (que ya es algo) o, de plano, quienes la sitúan en el más infame trash cinema.      

Pero ¿de qué trata “Vase de Noces” que tanto revuelo ha levantado? Es la “historia” de un granjero solitario (es el único ser humano de la película) que, de tan solitario, pasa el tiempo en entretenimientos bizarros como ponerle cabezas de muñecas a palomas, decapitar pollos, coleccionar cosas informes en frascos y, cómo alude el más popular de los títulos en inglés, “hacerle la corte” a su cerda, juguetea en el lodo con ella y, se entiende, culmina sus escarceos amorosos cuando esta pare una camada de rosados lechoncitos (por favor, no hacer caso a esas reseñas de internet que dicen que la cerda pare “híbridos humano cerdos” porque tal vez los genes de la puerca eran tan dominantes que los lechones nada tienen de humanos); así pues el hombre intenta ser un buen –cómo patético padre-, tratando de educarlos (tejiéndoles ropita de lana, haciéndoles comer civilizadamente de platos con leche, aunque papá no haya sido tan civilizado al cortejar a su mamá), y, por fin, por ¿celos? termina colgándolos, hecho por el cual mamá cerdita se suicida ahogándose en un charco lodoso. Papá, enloquecido (¡¿Más loco que antes?!) a la vez, se quita la vida después de vaciar el contenido de los frascos (que también contienen sus propios excrementos) e ingerirlos (por lo que enferma), subiendo a una escalera suspendida en el vacío y se cuelga. Y esta es la trama de esta película silente en la cual predomina el sonido ambiental de la granja -y ¡Óperas de Monteverdi!-, en blanco y negro que circula en internet en malas copias.

Ahora, unas palabras sobre el director y su obra, Thierry Zéno (n. en 1950, en Namur, Bélgica), que de entre su filmografía destaca títulos como el más impactante shockumental, “Des morts” (1979), considerada una de las obras maestras sobre la muerte y el morir (dirigido con Jean-Pol Ferbus y Dominique Garny) que incluye cremaciones, ejecuciones y autopsias con un afán educativo (con un “pero”: quien esté acostumbrado a este tipo de material en crudo esta cinta no le aportará nada nuevo); otro documental, esta vez sobre Eugene Ionesco (“Eugene Ionesco, voix et silences”, 1987); un trabajo de cine antropológico en Chiapas (“Chroniques d´un village Tzotzil”, 1992) y un documental comprometido con la causa de los zapatistas (“¡Ya basta! Le cri des sanges visage”, 1995-1997) entre los que fue conocido como “el hombre que hace películas”. Vemos así que Zéno, tras el fracaso comercial de “Vase de Noces”, no se quedó como un advenedizo en la exploración de lo perturbador y la alienación humana y hasta se comprometió con las causas sociales.              

Flota, pues, en torno a la cinta una niebla mítica, un tufillo a estiércol (nunca mejor dicho), el agridulce sabor de lo prohibido, la textura áspera de lo que muchos no quieren ver o saber que existe y sucede en cualquier hoyo rural (o, ¡vamos! seamos justos, pasa en algún traspatio de políticos encumbrados). En realidad no es para tanto. Después de ver productos un tanto indigestos pero fascinadores (como “Nekromantik” de Jörg Buttgereit del año 1987 o “Begotten” de E. Elias Merhige del año 1991 que hizo exclamar a Susan Sontag que se trataba de una de las 10 películas más importantes de los últimos tiempos; “Eraserhead” de David Lynch de 1977; varias cintas heroicas del género Mondo y algunas Pinku y Ero-guro) que es comparable a beber ajenjo, por lo que tiene de pernicioso como esclarecedor, “Vase de Noces” es sólo un aperitivo, una cinta que palidece al lado de muchas otras de carácter snuff que han sido pasadas por la T. V. (ejecuciones en medio oriente o por parte del crimen –más- organizado que los supuestos detentadores de la justicia) o que circulan por la internet; pretende ser arte y sólo logra su cometido consciente que es revolver –un poco- el estómago, se torna aburrido y divierte un poco más. Si llega a ser cierto que los cerditos fueron colgados, como puede verse en una de las secuencias de la película, para quien esto escribe ha resultado ser la única escena “perturbadora”.

Alguna vez escribí sobre una cinta documental artística que fue rodada en blanco y negro, a propósito, para evitar la náusea en los espectadores: “La sangre de las bestias” (La sang des Betes, Georges Franjou, 1949) que establecía un paralelismo entre la placidez del río Sena, jardines, parques, parejas besándose con la trastienda sangrienta, ignorada y negada, de los rastros de París. Escenas de decapitaciones de ovejas, desollamientos de caballos, el sacrificio en masa del ganado se contraponen, pues, en un ejercicio de  cine puro que reflexiona sobre lo más oscuro del ser humano, en este caso, con el pretexto de la alimentación humana: Yo te haré daño sin ira, sin odio, como un carnicero, con la placidez de los asesinos que silban o cantan mientras rajan gargantas porque deben ganar el pan de cada día, expresa la voz fría, distante, en off, del narrador citando a Baudelaire. La tesis del asesino, por supuesto: “No es nada personal, apenas una quincena más en la carrera criminal”. Ante la gráfica claridad del breve documental de Franjou, “Vase de Noces” es oblicua, algo enigmática podríamos decir o ¿quizá es que en realidad no supo decir lo que quería decir si es que se podía extraer de esta algún significado? Porque se ha sugerido, incluso, en un ejercicio de rizar demasiado un rizo en cabeza calva, que el granjero sea el último hombre sobre la Tierra… si fuera así razones de sobra sí tuvo el personaje para su ingenua locura pastoral.

El que se acerca a “Vase de Noces” no encontrará violencia manifiesta, no hay maltrato animal (uno de los alegatos en pos de su censura, suponiendo que en la zoofilia vaya implícito el sometimiento de un “ser indefenso”), no hay pues, bestialismo sino sugerido (el tipo desnudo, arrodillado detrás de la cerda, lo acerca a la hilarante inocencia picante de un vídeo softcore), y lo censurable (muchos se han inclinado que esto es lo verdaderamente reprochable en el filme) radica en el sacrificio fácil de los lechones (sobre todo ver a la cerda olisqueando a sus pequeños mientras cuelgan es innegable que resulta conmovedor). Pero no vemos cómo sucede eso sino que ya ha acontecido. Es entonces cuando, en el mundo de fuera de la cinta, cabe preguntarse: ¿alguien pone una objeción a comer lechón al horno con una manzana en la boca por Navidades? Discusiones como esta se remontan a los tiempos de “Holocausto caníbal” (Ruggero Deodato, Italia, 1980), que muestra la matanza real de varios animales: una zarigüeya es abierta en canal, una tortuga es decapitada y cocinada, un mono es decapitado, un…

El que busca ver este filme lo hace buscando el morbo, como dijera alguien, “verla es ver lo prohibido” pero no por ello encontrará un mejor cine e, inclusive, un ejemplo del peor o del más bizarro. No. Editada en DVD (¡!) en 2009 (alguien debió pensar acertadamente que da dinero lo grotesco), que incluye (según dicen quienes han accedido a este material) un “extra” del director que explica que “el granjero accede a un plano superior de existencia al suicidarse” (lo que nos hace exclamar otra vez un silencioso: ¡!), “Vase de Noces” es una de esas cintas más afamadas por lo que le rodea que por la verdadera esencia de aquel arte que nos enfrenta al lado más oscuro del ser humano, es decir, el que provoca una reacción (que es la meta, en realidad, de todo el arte) catártica. Es este un filme todo sombras que en eso se queda (no por ello fue un trabajo inicial en la carrera del director, que ha sabido explorar más y más atrevido posteriormente) y en el chiste de mal gusto sobre un granjero que tenía afición por los jamones frescos… demasiado frescos.

Quien deseé aproximarse al texto sobre “La sangre de las bestias” de Franjou, puede hacerlo en: http://www.correcamara.com.mx/index.php?mod=locaciones_detalle&id=2220 

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.