Por Hugo Lara Chávez

“Mi amiga Bety” es la opera prima documental de Diana Garay, que describe el anómalo proceso judicial de la joven Beatriz Miranda Hernández, compañera de bachillerato de la realizadora y condenada a prisión por el asesinato de su madre, ocurrido en extrañas circunstancias. El documental intenta plantear de forma neutral el caso de Bety, quien ofrece su testimonio desde el penal de Santa Martha Acatitla, así como de ex compañeros de la escuela y otros involucrados.

La directora Diana Garay charló con CorreCamara.com sobre “Mi amiga Bety”, prtoducida por el Centro de Capacitación Cinematográfica A.C. (CCC) y que llega a la Cineteca Nacional este viernes.
 

CorreCamara: “Mi amiga Bety” es una película muy dura para el espectador. Imagino que realizarla lo fue todavía más, puesto que tú tienes una relación directa con la protagonista ¿En qué momento te interesó su historia para llevarla a la pantalla como película?

R: En realidad siempre me interesó. Yo dejé de ver a Bety en el 2004, fue cuando me enteré que ya la habían metido a la cárcel  y siempre fue una historia que me rondaba en la cabeza. Entré a  la escuela justo en el 2004 y para el 2008 que entramos a la etapa documental, me tocó fotografiar algunas películas de otros compañeros (pues yo soy fotógrafa), pero también podía decidir si quería dirigir un documental. Decidí hacer algo que realmente me moviera y me llamara la atención. Una vez que decidí hacer “Mi amiga Bety”, tuve el reto de encontrarla porque no tenía forma de saber de ella por ningún conocido.


CC: Es una película que no sólo está centrada en el testimonio de Bety, sino también de otros materiales que reuniste de la escuela y de tus ex compañeros, ¿Cuál fue el mayor reto de todo éste trabajo de documentación?

R: Yo creo que fue pedir fotos de los años que yo no estuve en esa escuela. Pedí los anuarios, el video lo encontró mi mamá que fue un accidente feliz porque justo salía yo y ella y era la época en la que éramos muy amigas. Los ex alumnos eran muy accesibles y eran entrevistas muy casuales, como cuando platicas con cualquier amigo y empiezas a platicar que Juanito ya se casó o el otro ya se divorció.


CC: Hay una carga personal porque conoces a Bety de la escuela ¿Hubo alguna recomendación de tus maestros como para tomar una distancia correcta como realizadora, de tipo ético?

R: Sí, siempre estaba en la  cuerda floja de la moral y la ética, saber hasta dónde yo estaba planteando llegar porque era mi amiga, era alguien muy cercano.  Si hubo  alguien que me marcó y a partir de ahí  adopté cierta  postura y una filosofía más clara, fue Lupita Miranda que también había hecho un documental de una cárcel en Jalisco, “Relatos desde el encierro”. Ella me decía que hiciera cosas con las que pudiera vivir, que tuviera en cuenta que podía hacer una gran película muy famosa pero que mis actos tenían consecuencias y que al final yo era la que me iba a dormir conmigo misma a mi cama todas las noches. Eso fue algo que me marco mucho en el sentido de cómo cuidar y tener un sentido justo con Bety, tener mucho cuidado. Fue difícil también preguntarle a alguien cosas tan fuertes como el día que pasaron los hechos, preguntarle de su mamá y muchas cosas que fueron horribles en su momento.


CC: ¿Era también uno de tus objetivos desmenuzar el sistema de justicia mexicano, como en “Presunto culpable”?

R: Pues sí. Cuando encontré a mi editor, un poco lo que vimos es que gracias a “Presunto culpable” nosotros no teníamos que explicarle tanto al espectador. De por sí “Mi amiga Bety” tiene mucha información y fue muy difícil tratar de meter todo eso y había más. Sí había una crítica no tan explícita pero si implícita de un sistema, y a mi también me llamaba mucho la atención de la fragilidad  en el sentido que a veces somos como clasistas y creemos que por cierto status social es más difícil o casi imposible que lleguemos a una situación jurídica, cuando en la realidad la fragilidad es bastante grande la que tenemos como seres humanos y cualquiera de nosotros, bajo circunstancias y momentos desafortunados, podríamos acabar ahí.


CC: ¿Cuánto duro el proceso y cómo fue?

R: Fueron 4 años de grabación, yo empecé a buscarla en julio de 2008, tuve el primer contacto con ella que es la llamada que está grabada en septiembre de 2008. Empezamos a tramitar permisos, a la segunda visita yo le comenté la idea de hacer el documental y ella me dijo que sí, me dio acceso a su expediente y le dije que si me decía que no, no pasaba nada y que yo la iba a seguir viendo. Fue un proceso de aprender sobre la marcha porque yo estaba acostumbrada a estar al otro lado de la cámara y generalmente los fotógrafos no escuchan, están más preocupados por el cuadro o la imagen. Por eso decidí en no hacer la foto, yo tenía que verla a ella a los ojos y le iba a preguntar cosas muy fuertes y terribles. Grabé al principio seis días en la cárcel, y luego regresé en febrero del 2009. Grabe unos 4 días que era una parte muy importante porque era al interior de la celda, se trataba de ver un día en la vida de Bety, con la metáfora que la cárcel es siempre igual, no hay muchas sorpresas y es de las cosas feas del encierro. Después la escuela me dio como 6 mil pesos para continuar, y luego seguí por mi cuenta porque tenía una cámara y unos amigos que me ayudaban gratis. Al final tuve alrededor de 50 horas de material, empecé a editar ya en serio a finales del 2010. Nos tardamos año y medio en editar.


CC: ¿Cuáles fueron los mayores obstáculos para la realización, hubo bloqueos de las autoridades o no?

R: Al principio no, fue bastante fácil, era un ejercicio escolar, teníamos cartas del CCC (Centro de Capacitación Cinematográfica) y Conaculta (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes). Pero después, en el 2009, pasó algo raro: vieron que la cámara apuntaba hacia arriba, hacia el cielo, y nos corrieron cuando apenas  llevábamos una hora dentro del reclusorio. Decían que nos estábamos aprovechando y grabando cosas que no [debíamos]. Fue un cuatro muy raro y tuve que ir a pedir perdón, porque días después venía el permiso de la celda que para mí eran de lo más importante. Al final sí nos dieron permiso, pero más bien la dificultad más grande era mi proceso personal, por el rollo de que no quería usar a Bety, porque era mi amiga y porque también estaba tratando algo muy delicado. Yo también venía de unos procesos en mi vida personal bastante fuerte y todo mundo me decía que a quién se le ocurría estando así ponerse en hacer un documental triste, pero para mi fue una especie de catarsis, me cambió la vida, mi forma de verla, mi forma de pensarla, y de alguna forma me salvó.


CC: ¿Cuál fue tú mayor lección a nivel personal?

R: La vulnerabilidad, y sin querer llegué a mi objetivo que era lograr una especie de objetividad en donde el espectador podía hacer su mejor juicio. Eso es algo que jamás pensé lograr:  cuando voy a las funciones, hay gente que cree que la mató y otras creen que es inocente. Pero todas concuerdan  un poco lo que decíamos, que el sistema judicial en este país es bastante deplorable, ineficiente y es una cuestión de  clases y de dinero también.


CC: ¿Tomaste algunas referencias de otros cineastas, de otras películas, que incorporas aquí?, hay algunas que nos puedas dar.

R: Pues había uno, el ídolo de mi editor y el mío que es Errol Morris, nos encanta cómo logra ciertas recreaciones en sus película, vimos “Tabloid” cuando estábamos editando, o “La delgada línea azul”. Tiene grandes documentales y uno ganó el Oscar. Yo estaba un poco clavada en leer lo que era la otredad, cómo a partir de las diferencias o afinidades con el otro o los otros nos definimos a nosotros mismos.


CC: ¿Qué crees que le aporta a la gente este tipo de películas?

R: Creo que se debe de ver de todo. Fe un accidente para mí llegar al documental pero lo agradezco mucho. Creo que deja algo en el espectador, que la gente se queda pensando por lo menos un par de días, y hay una reflexión sobre qué somos y la vulnerabilidad de nuestra familia, de nuestros hermanos, de nuestros compañeros.
 


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Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.