Por Martín Iparraguirre
Noticine.com-CorreCamara.com


El 28 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata finalizó con un palmarés que no hace honor al nivel que mostró su edición: los premios más importantes recayeron en dos films latinoamericanos que, de modo más o menos velado, con formas más o menos estilizadas, proponen una visión de sus propias regiones que parecen pensadas para vender al mercado europeo, siempre anhelante de exotismo (y miserabilismo) tercermundista. La mexicana “La jaula de oro”, del español Diego Quemada-Diez, se convirtió en la gran ganadora del encuentro.

Se llevó no sólo el Astor de Oro a la Mejor Película de la Competencia Internacional sino también el Premio del Público, entre varios galardones más (los premios a mejor película de la Asociación de Cronistas Cinematográfico de Argentina, la Asociación de Directores de Fotografía y SIGNIS), sobreponiéndose a piezas mucho más valiosas, riesgosas y exigentes como la argentina “Fantasmas de la ruta”, de José Celestino Campusano, la alemana “The Strange Little Cat”, de Ramon Zürcher, la mexicana “Club sándwich”, de Fernando Eimbcke, o la griega “The Eternal Return of Antonis Paraskevas”, de Elina Psykou; mientras que la venezolana “Pelo malo”, de Mariana Rondón, aún más maniquea que aquella, se llevó el Astor de Plata al Mejor Director y el dedicado al Mejor Guión.

La juventud de los protagonistas y las buenas intenciones de los directores parecen haber sensibilizado al jurado presidido por el gran cineasta coreano Bong Joon-Ho –secundado por Paula Astorga Riestra, el escritor argentino Guillermo Martínez y el crítico español Javier Angulo–, como lo sugiere también el premio otorgado a la norteamericana “Little feet”, de Alexandre Rockwell (nada menos que el Premio Especial del Jurado), un manipulador diario semiautobiográfico que sigue durante un día a dos niños prácticamente abandonados por su padre en las los suburbios de Los Angeles, con el recuerdo de la madre muerta como telúrico telón de fondo y falaz estrategia emotiva.

Se diría que los tres films comparten una misma voluntad de articular una visión política a través de las odiseas personales de sus protagonistas, aunque la mirada resulte más bien maniquea y sumamente gruesa en vez de comprometida: el mejor ejemplo es “Pelo malo”, que pretende ilustrar acerca del supuesto autoritarismo mesiánico del gobierno venezolano a través de los padecimientos de un niño de clase baja, absolutamente incomprendido por su madre, que sospecha una tendencia homosexual en él. La representación decididamente miserabilista de las clases populares se mezcla con un guión por momentos absurdo, que llega a proponer los conflictos del pequeño Junior (Samuel Lange, lo mejor del film), quien quiere ser cantante y está obsesionado con alisar su pelo ralo para lograrlo, como una alegoría de la asfixia política y cultural que vive la sociedad venezolana. Su único mérito tal vez resida en cierta preocupación por captar el espacio público y la arquitectura de los barrios populares, donde verdaderamente se puede atisbar las condiciones de vida de los protagonistas, aunque la obsesión por bajar línea de la directora truncará todo acercamiento auténtico a ese universo.

No muy distinta es la visión de Latinoamérica que despliega “La jaula de oro” –lo que por cierto le otorga una inusual coherencia al fallo del jurado–, aunque su posicionamiento ideológico sea supuestamente el opuesto y ostente una mayor sutileza: Quemada-Diez –asistente de cámara de Ken Loach y operador de Fernando Meirelles, Oliver Stone y Alejandro González Iñárritu– aborda la odisea de miles de inmigrantes ilegales que pretenden cruzar el muro instalado en la frontera con México para ingresar al paraíso norteamericano a través de la figura de cuatro adolescentes, uno de ellos un mapuche que no habla una palabra de español. Filmada durante ocho años con un evidente virtuosismo formal, de naturaleza documental por momentos aunque en otros se acerque a la postal “for export”, “La jaula de oro” va repasando en su trama todos los peligros que pueden encontrar los inmigrantes ilegales en su odisea al norte, sea al cruzarse con la policía, el narcotráfico o la trata de personas, sea con la explotación inhumana en trabajos esclavos o el secuestro por parte de mafias o grupos guerrilleros.

Lo que por supuesto no constituye nada malo en sí mismo, sino fuera por el modo en que todo está tratado: un guión que privilegia el golpe bajo y la manipulación emocional, un relato que funciona por mera acumulación de acontecimientos, una relación paternalista con los personajes –que en el caso del mapuche llega al paroxismo de la caricaturización (pues parece un alienígena de otro mundo)–, y una visión celadamente manierista, donde la humanidad queda irremediablemente condenada. Las buenas intenciones no alcanzan para elevar al cine, aunque al parecer sí para ganar premios (aquí y en el mundo, pues “La jaula de oro” se llevó también el de Un Certain Regard, prestigiosa sección de Cannes, entre muchísimos otros). Hasta la mención especial otorgada a la iraní “The Bright Day”, de Hossein Shahabi, parece obedecer también al imperativo de la corrección política, aunque éste retrato de aspiraciones testimoniales sobre la sociedad iraní contemporánea, que por momentos es un asordinado thriller judicial, resulte mucho más auténtico y valioso que el resto de las películas premiadas en la sección.

Por lo demás, en la Competencia Latinoamericana, la gran ganadora fue “Los Insólitos Peces Gato”, de la mexicana Claudia SainteLuce, que se llevó el premio a Mejor Largometraje, mientras que en la misma sección “La utilidad de un revistero”, de Adriano Salgado, una comedia filmada en un único plano secuencia de dos horas, obtuvo el premio a la Mejor Película y el premio DAC (Directores Argentinos Cinematográficos) al Mejor Director. A su vez, el Premio Fipresci al Mejor Largometraje de la Competencia Latinoamericana fue merecidamente para “Penumbra”, de Eduardo Villanueva, mientras que el Astor de Plata a la Mejor Actriz fue para la española Marian Álvarez por su papel en “La Herida” y el Astor de Plata al Mejor Actor fue para Vincent Macaigne por su actuación en “La Bataille de Solférino”. Entre los galardones paralelos se destacan por último el Premio Mejor Película de la Sección Panorama Argentino para “El Crítico”, de Hernán Guerschuny, y el Premio MOVIECITY a la Mejor Película Argentina en Competencia para “Choele”, de Juan Sasiaín. Por último, el Premio a la Mejor Película de la sección Banda de Sonido Original para “El Blues de los Plomos”, de Gabriel Patrono y Paulo Soria.
Los argentinos

Si bien no fue una buena edición para el cine argentino en términos de reconocimientos –al punto que no recibió ningún premio oficial–, los cordobeses sí pisaron fuerte en Mar del Plata: la directora Ada Frontini recibió un más que justo reconocimiento por el gran film “Escuela de sordos” al llevarse el premio a Mejor Director dentro de la Competencia Argentina, mientras que el joven Mariano Luque (responsable de “Salsipuedes”) se adjudicó el premio homónimo en la competencia de Cortometraje Argentino por “Sociales”, su último trabajo, para muchos el mejor de su carrera hasta el momento.

A su vez, el bonaerense José Celestino Campusano se tuvo que conformar nuevamente con una mención especial de SIGNIS y el premio Argentores al Mejor Guión Argentino por “Fantasmas de la Ruta”, que sin dudas merecía mejor suerte en la Competencia Internacional: nuevo western urbano inclemente, el film confirma el crecimiento de la visión del director sobre universo absolutamente ausente del panorama argentino, cuya extravagancia no tiene nada que ver con la estética premiada en la sección (lo que quizás explique su marginación). Lo que allí es belleza impostada y miseria estilizada para el canon Occidental, en Campusano es directa fealdad, tanto estética como formal, pura autenticidad en busca de reflejar las experiencias de los habitantes de su cine, que son sus compañeros de ruta. Aquí, el relato abordará los mecanismos de la trata de persona a partir del secuestro de la novia de un amigo del legendario Vikingo (personaje de sus anteriores films), aunque la excusa servirá para que Campusano componga el retrato más completo que haya logrado sobre ése universo existencial, que ya no sólo abarcará al conurbano bonaerense, sino que se extenderá al norte del país.

Se trata de un mundo sin ley, donde el Estado está ausente, estructurado a partir de tribus urbanas o mafias que se autorregulan y protegen según códigos no escritos pero universales, hasta que alguien rompe la frágil armonía que las mantenía separadas y el infierno vuelve a desatarse.

Por lo demás, en la Competencia Latinoamericana, la gran ganadora fue “Los Insólitos Peces Gato”, de la mexicana Claudia SainteLuce, que se llevó el premio a Mejor Largometraje, mientras que en la misma sección “La utilidad de un revistero”, de Adriano Salgado, una comedia filmada en un único plano secuencia de dos horas, obtuvo el premio a la Mejor Película y el premio DAC (Directores Argentinos Cinematográficos) al Mejor Director. A su vez, el Premio Fipresci al Mejor Largometraje de la Competencia Latinoamericana fue merecidamente para “Penumbra”, de Eduardo Villanueva, mientras que el Astor de Plata a la Mejor Actriz fue para la española Marian Álvarez por su papel en “La Herida” y el Astor de Plata al Mejor Actor fue para Vincent Macaigne por su actuación en “La Bataille de Solférino”. Entre los galardones paralelos se destacan por último el Premio Mejor Película de la Sección Panorama Argentino para “El Crítico”, de Hernán Guerschuny, y el Premio MOVIECITY a la Mejor Película Argentina en Competencia para “Choele”, de Juan Sasiaín. Por último, el Premio a la Mejor Película de la sección Banda de Sonido Original para “El Blues de los Plomos”, de Gabriel Patrono y Paulo Soria.

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