Por Javier González Rubio I.

Cuando sales del cine un tanto inquieto por lo que acabas de ver, además es de noche y todo te altera los nervios, es que la película algo tiene diferente, aunque parezca ser una historia que ya te habían contado. Es que la película está llena de maldad real, existente, vigente.

“El consejero del crimen” (The counselor) de Ridley Scott es fuerte, dura y perturbadora. Sucede entre Ciudad Juárez y El Paso. Es, con mucho, la mejor película que hayamos visto hasta ahora sobre el narcotráfico. Sin la menor pizca de misericordia. Es más, a pesar de su brutalidad implícita más que explícita (lo que no significa que no veamos dos o tres escenas atroces), hasta los narcotraficantes son capaces de generar alguna –aunque terrible- empatía por la solidez de su trazo de carácter y lo ingenioso de los diálogos. Es el caso, en primer lugar, del narcotraficante Reiner, un hampón inteligente, pero que comete el error de enamorarse, interpretado por un Javier Bardem que no deja ir una para actuar bien, para dar lo mejor de sí. En menor medida, también agrada Pitt (al que en lo personal siempre he considerado un excelente actor), como otro narco, Westray, que se cree más listo de lo que es.

No hay concesiones a la bondad o a la piedad. No podía hacerla un escritor como Cormac McCarthy (“No hay lugar para los débiles”, “El camino”, novelas llevadas al cine) abordando un tema que por sí mismo es violento. El escribió el guión con un dejo, quizá inevitable para él, de literatura en estado puro. Memorable resulta el diálogo entre el inocente abogado, interpretado de manera estupenda por Michael Fasbeender, el consejero, y el supernarco al que da vida Rubén Blades, “el Jefe”. El diálogo es inteligente, hasta Antonio Machado sale a relucir en las palabras de El Jefe; lleno de significados dobles, pero eso sí dejando en claro que en el negocio de las drogas no existe el perdón ni la misericordia y que jamás se puede desandar lo andado. El consejero escuchará todo en la más profunda desesperación pues ha perdido a la mujer que ama, Laura, (Penélope Cruz), que muere cruelmente ora sí que “sin deberla ni tenerla”.

Fassbender, es motivado por el amor y la ambición, pero carece de la experiencia e incluso de la maldad adecuada: un tipo de “cuello blanco” que se metió donde no debía.

Cameron Díaz bien podría decir de ahora en adelante que “la maldad tiene cara de mujer”. Malkina, su personaje, la novia de Reiner, no sólo es ambiciosa sino perversa, cruel, implacable. En la primera escena en la que ella aparece, sus dos chitas persiguen a unas liebres hasta devorarlas (no lo vemos así: en las películas se pueden matar seres humanos, pero no animales), algo sugerido en el rostro de placer sexual que ella despliega.

La fotografía del experimentado Dariusz Wolski contribuye a la solidez narrativa y al estilo escogido por Scott de abundancia de close ups y medium shots que tienen la virtud de reafirmar la tensión dramática.   Afortunadamente Scott está muy lejos de su fallido “Prometeo”, de sus excesos —como copia mala de Scorsese— en “Gangster americano”, y parece recuperar la fortaleza inicial. Él se siente agusto en esta película que, da la impresión, la hizo sabiendo los riesgos que corría en la taquilla, pero aún así decidió realizarla.