Por Manuel Cruz
Los personajes frustrados son interesantes porque su destino siempre está en el aire. No representan la historia del pobre que se hizo rico, ni tampoco del miserable que pierde su lugar en el mundo. La frustración es el punto medio entre ambas conclusiones, y un estado que se relaciona con todos, en algún momento de la vida.
Lewelyn Davis (Oscar Isaac) está tan vacío de esperanza como las canciones folk que interpreta en cafés desconocidos, y los sillones donde duerme cada noche. Sus amigos nunca están allí si no es para restregar su furia (Jane, interpretada por la genial Carey Mulligan) o mayor éxito profesional (Jim, interpretado por Justin Timberlake, construyendo una buena reputación en esta cinta). Lewelyn es ignorado por los productores de discos, olvida su guitarra a la hora de grabar, y cuando el gato de la familia que lo deja dormir se escapa, debe arrastrarlo por Nueva York hasta encontrar un lugar seguro.
Es imposible creer que un sujeto pueda cargar a ese animal durante horas sin que le suelte un par de arañazos, pero esa es sólo una de las rarezas que caracteriza el cine de los Cohen, en particular las primeras películas de los 90’s (“Barton Fink, Fargo”) al que recuerda mucho “Balada de un Hombre Común”. Como pocos cineastas estadounidenses de actualidad, los Cohen saben como hacer un retrato en lugar de una historia más tradicional: uno que presenta al Nueva York de los 60’s como eternamente blanco y lleno de sujetos que se esfuman en la distancia, gracias a la excelente fotografía de Bruno Delbonnel, y sigue a Lewelyn atrapado en su propia soledad con edición quirúrgica por parte de Roderick Jaynes (¿alguien conoce el secreto tras ese nombre?).
Todos los planos están en su lugar, y algunas escenas realmente llevan el dolor y fracaso de Lewelyn hacia la audiencia, especialmente cuando canta frente al productor Bud Grossman (F. Murray Abraham, sí hizo más cosas después de “Amadeus”). La frustración, un sentimiento complicado de manejar sin cruzar el puente al melodrama, pero extraordinariamente interpretada por Oscar Isaac no existe sin pasajes de humor. John Goodman vuelve como el maestro de la intervención en las cintas de los Cohen: su presencia podrá no tener una relación directa con la historia, pero no por esto deja de ser entretenida, con la frialdad y acidez combinadas que caracteriza a este par de cineastas.
Siento que “Balada de Un Hombre Común” quizás no es tan apreciada como se merece: es el mismo efecto que dio “Quémese Después de Leerse” tras la excelente “No hay Lugar para Viejos”, pero ambos casos son resultado de arrojar la expectativa en el lugar incorrecto. Los Cohen tienen esa notable cualidad de hacer todo, y hacerlo muy bien. Esta película es el ejemplo más reciente: una llena de buenas actuaciones y una visión sobre qué representaba el éxito en la escena musical dejando más preguntas que respuestas. Quizás demasiadas preguntas, pero al final, todos dudan sobre su propia fama: para Lewelyn es imposible saber donde va a terminar, y lo mismo le ocurre a otro cantante cuya aparición al final de la cinta da suficiente claridad para quedarse pensando tras verla.
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