Por Sergio Huidobro
Desde Morelia

Hace poco menos de un siglo, en 1924, un Franz Kafka de apariencia casi siempre mortecina le escribía a un amigo, en una carta, que en los centros de tratamiento de la época resultaba imposible enterarse de algo, verbalmente, sobre la tuberculosis, pues “todos hablan de ello de forma tímida, evasiva, mortecina.” Lo anterior lo recuerda Susan Sontag en el arranque de “La enfermedad y sus metáforas”; también lo he recordado yo ayer durante dos proyecciones de la segunda jornada del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM); “Chronic” de Michel Franco y “Un monstruo de mil cabezas” de Rodrigo Plá, cada una por su lado y en secciones distintas de la programación, plantean preguntas e inquietudes tácitas en torno a nuestra relación con la enfermedad, sus límites morales, las barreras socioculturales que levanta y sobre el pavorosa andamiaje de nuestros sistemas de salud. Parecemos enfrentarnos a la enfermedad y a sus fantasmas por medio de una asepsia cobarde, de giros del lenguaje, hipérboles diplomáticas o cualquier otra manifestación del miedo.

“Un monstruo…”, cuarto largometraje de Plá y el primero desde la impresionante “La demora” (2012), es una adaptación de una novela escrita por su compañera y co-guionista habitual, Laura Santullo. Algo de thriller y algo de comedia negra hay en su planteamiento: una mujer (Jana Raluy, en un salto cuántico respecto a su carrera televisiva) cuida a su esposo, enfermo de un agresivo cáncer; una noche, su condición empeora y ella se ve obligada a acudir al corporativo de su aseguradora para solicitar la autorización de un fármaco en el tratamiento. Pero el negligente trato que recibe en el lugar, un laberinto de cubículos, asistentes y oficinas acristaladas, la orillan a sacar una pistola del bolso y lanzarse en un tobogán de extorsiones, allanamientos, secuestros y alguna bala perdida con tal de asegurar la medicación de su marido y, en última instancia, la relativa estabilidad de su familia.

Lamentablemente, las soluciones formales de Plá, el guión de Santullo y el resultado final quedan por debajo de las posibilidades de un argumento como ese. Mediante voces en off, un desfile de personajes incidentales y ligeros quiebres temporales a la manera de un Rashomon forzado, a “Un monstruo de mil cabezas” no le ajustan los 75 minutos de metraje para llevar la crítica que pretende al nivel que sus realizadores han probado en películas anteriores. Las aseguradoras privadas y los pavorosos vericuetos de la industria farmacéutica merecen un ataque menos tímido al que no le falte saña, riesgo ni inteligencia, y “Un monstruo de mil cabezas”, si bien no carece de ninguna, las ofrece solo en dosis mesuradas.

Por la noche, la anticipada “Chronic” de Michel Franco tuvo un triunfo relativo pero suficiente en su primera proyección mexicana. La película no pertenece a Franco sino a un Tim Roth entregado como por embrujo a un personaje complejo, silencioso y naturalista que, aún sumido en rutinas casi robóticas, desenvuelve ante el espectador un arco dramático lleno de abismos y matices cambiantes. Franco, aunque termina por firmar su mejor trabajo hasta la fecha, parece muy concentrado en lograr que lo confundan con Yorgos Lanthimos o Michael Haneke; en varios momentos lo logra, pero decirlo es solo un cumplido relativo. Lo que destaca por encima del manierismo formal es la pausada meditación sobre la compasión y sobre los espectros contemporáneos de la enfermedad, que denotan, más que interés humano, una competente indagación moral sobre el tema.La principal objeción, aquí, en Cannes o en cualquier otro festival, termina por ser el plano final, gratuito y atonal, que truena e impacta con tanta lógica como una chinampina en un velorio. A mi, la primera mitad me parece una película perfecta; el tercer cuarto, una desviación arriesgada pero competente; sobre el último tramo, cada espectador habrá de decidir. La potente madurez moral que el guión despliega en hora y media termina, en poco menos de un minuto, reducida al área de un chiste cruel.