Por J. J. Flores Hernández
En la última escena de “Tobías” (2015), cortometraje documental dirigido por Francisca D’Acosta y producido por Roberto Pedraza, un niño contempla de pie y sin calzado encima de una piedra una cascada. Es un plano general y el cuadro parece digno de tarjeta postal: la inmensidad aludida hasta en los pequeños detalles. “Tobías” está nominada al Ariel como mejor cortometraje documental.
Breve digresión. Toda fotografía es (principalmente tres cosas) un recurso mediático, un falso testimonio y un momento recuperado. Tesis sobre qué es la fotografía hay muchas, casi equiparables al número de instantáneas en el mundo: una imagen siempre tendrá un modo de lectura, un modo de empleo. Como la vida. Sontag decía que toda foto aspira a la belleza, a ser bonita sin importar su crueldad o desolación. En su novela “El gran solitario del palacio” (1971) René Avilés Fabila escribió que en las fotografías no se escuchan los abucheos. Si todo fotografía es susceptible de mentir, contrario a lo que decía Godard, el cine es mentira a veinte cuadros por segundo. Y aún así el francés, la estadounidense y el mexicano tendrían razón porque justo la verdad es asequible gracias al velo de su mentira. Lo dicho: una imagen sostiene el mundo; la diferencia radica en su modo de lectura, en su interpretación.
En 2013 una fotografía de un grupo de niños jugadores de basquetbol salió en primera plana. Algunos no llevaban ningún calzado: desnudos los pies como la sonrisa. En el centro el eufórico presidente Enrique Peña Nieto. No se descarte la representación que en más de alguna infancia tiene el presidente como alguien que viene de parte de la providencia a salvar. Reunidos en ese instante el presidente les abrazaba justo después de haberles dado algún estímulo discursivo. Todo-mundo sonreía aunque muy probablemente por diversas razones. Lo que motivó la foto había sido el triunfo unánime de los niños, oriundos de Oaxaca, en el IV Festival Mundial de Baloncesto jugado en Córdoba, Argentina. La polémica no era el triunfo sino las cortas estaturas de algunos y los pies descalzos, saltando fuerte. El asombro, una vez más, venía a reiterar que “no cualquiera puede ser un artista, pero un artista puede venir de cualquier lado”, con zapatos o no, el suelo no discrimina. El grupo de basquetbolistas de pies descalzos tiene además corazón indígena, son de Oaxaca y Triquis. Eso, la foto por sí sola, no lo contaba. Lo narraban las notas al pie, los encabezados pero en la famosa imagen de todos sonrientes, nada. El silencio de una fotografía se llena con un poco de locura, de imaginación.
En el documental “The Salt of the Earth” (2014) Wim Wenders, en conspiración con Julio Ribeiro Salgado, hace que ciertas fotografías hablen. Sebastiao Salgado, protagonista, cuenta su asombro, ilustrado en una fotografía que comenta, al llegar a la Sierra Madre Occidental en Chihuahua y conocer a los Tarahumaras: “quienes no corrían, volaban”. El asombro era la velocidad del huarache. Lo que nos diferencia de los ángeles, escribió Helí Morales, es la naturaleza de nuestras alas. A los niños Triquis de Oaxaca y el basquetbol se les apoda de diversos modos: gigantes descalzos de las montañas, ratoncitos descalzos, triquis pies descalzos de las montañas, campeones de las montañas, etcétera. En resumen sus raíces les dan pies con alas. Eso tampoco lo cuenta la fotografía. “Tobías” permite hacer una locura: hablar del silencio de esa imagen. Aunque la aludida foto de 2013 no tiene que ver con la historia del corto y el campeonato en 2015 ¿Qué sucede antes de ganar, qué antes de la premiación y qué antes de posar para la foto? Antes de “Tobías”, Mariana Rodríguez había intentado ya hablar de ese silencio a través de su, curiosa consonancia, cortometraje documental “Descalzos” en 2014. Y sin embargo D’Acosta parte de un personaje que impulse un discurso y albergue al menos una historia que, cual metáfora, pueda serlas todas. Todas en 45 minutos.
En una escena una llama arde. Y ahí, como en las primeras historias, una voz venida del futuro (la característica de toda voz en off) impulsa y alienta, bendice. La voz es de la mamá de Tobías que habla de lo lindo y difícil y bien claro que es ser triqui al tiempo que reconoce la oportunidad de nombrarles más allá de sus fronteras, de salir y conocer otras realidades así como hacer notar las virtudes de un pueblo, el don que les caracteriza. No temas, tú eres de donde está enterrado tu ombligo, concluye la voz. Sin ningún apoyo de fondos del cine y a través de la plataforma Fondeadora, Francisca-directora y Ramiro-productor se toman las libertades más honestas. Siendo ambos estudiantes de cine en Barcelona (al parecer están por terminar o pasan de la mitad), pero oriundos de México (ella del otrora-nunca-extinto DF, él del-nunca-caminable Monterrey), el juego triqui de basquetbol en la ciudad de Barcelona les lanzó la imagen más seductora que provocativa: ¿desde dónde volaban estos niños? Así, la construcción del documental es una trampa: lo que sucede al final del corto es lo primero filmado, es una puesta en escena sobre aquello, decíamos, que el silencio vivifica. Las voces, en el corto, siempre están por fuera, venidas de lejos, de un presente continuo. No hay entrevistas frente a la cámara, lo que no le da radicalidad pero sí encanto. Y siempre un balón. El balón de basquetbol, ese gran amigo y cómplice. Los sueños de Tobías no son de menor escala: la NBA debería temer, corren peligro de invasión. Ni documento antropológico ni investigación filosófica “Tobías” es ante todo un juego, pura inventiva.
En “Tobías” gracias a su cuidada y lúdica (por consonancia) edición, a cargo de Aldo Osorio, brinda el dinamismo de la cancha y el trabajo en equipo, la euforia de la canasta, el suspenso del tiempo. Igual suspiramos cuando fallan que gritamos cuando anotan. Los triquis hacen del basquetbol un deporte para gigantes del corazón. Sí, es un corto documental enternecedor y sin embargo no opaca la cruda y dura realidad de Tobías y su familia que como muchas viven al día de lo cosechado: “hacen de las carencias virtud”.
La escena más animosa cuanto esperanzadora, es aquella en donde, repetida a través de la pantalla de la televisión, la familia contempla la canasta que hace Tobías allá en España. La casa en una perpetua austeridad y la familia en solemne conmoción. Y de pronto, con la misma euforia, el hijo más pequeño levanta un balón y sale a jugar con él. El hijo menor que de pura inspiración emula al hermano. La franca sonrisa del pequeño y el gesto de coger un balón hacen de ese instante un momento de euforia, de escandaloso grito, de honesta lágrima. Recordar, repetir y reelaborar, decía Freud. El inicio del corto es el instante previo a su final: se redondea, como el cuento “Mariachi” de Juan Villoro. Tobías sin tenis deambula entre las sobresalientes piedras del río. Y así nos deja entrar en su historia y su vida en donde todo es como una cancha de básquet y hay que seguir saltando porque en una de esas nos pueden salir alas que nos lleven lejos. Para un triqui como para todo niño o niña, y hay escenas que así lo muestran, salir de casa es surcar el infinito.
Don Teodoro Hernández, abuelo de Tobías, toca el violín. Tobías está por emprender el viaje. El destino no existe pero la construcción es tan fuerte que nos hace creer que todo conspira con los triquis y ganarán, la historia dirá sus verdades pero el cine siempre tendrá otras. Adiós zurdo. Que te vaya bien Tobías. Adiós Tobías, regresa vencedor. Momento recuperado.
“Tobías” se puede ver de forma gratuita por filminlatino.mx
@JJFloresHdz
Centro de la ciudad, Querétaro, Qro.
Dieciséis de mayo de dos mil dieciséis.