Por J. J. Flores Hernández
La anécdota cuenta que cuando Jean-Luc Godard se enteró que Quentin Tarantino había llamado a su, ahora extinta, casa productora A band apart, como homenaje a su filme “Bande à par”t (1964), el francés dijo: hubiera hecho mejor en pagarme con algo de dinero. Frívolo y atinado, como siempre. En México existen interesantes hogares para producir cine. Ahora refiero a sólo dos: Lucía/Films, la que tuvo notoriedad el año pasado; Mil nubes cine, la que insiste que el cortometraje no es un género menor. Lo que las asemeja es que ambas se nombran a sí mismas en autorreferencia. Lo que las separa es todo lo demás. Entre una y otra están un modo de pensar el cine pero sobre todo de compartirlo. A Lucía/Films se le intuye como espectáculo (piense en la posibilidad de hacer fórmula con los finales) a Mil nubes cine como un hogar; y de esto la culpa la tiene la voz de Roberto Fiesco. Mentira, no sólo eso. La recurrencia de nombres y quehaceres que se repiten como en casa: Julián Hernández (director, guionista, editor, supervisor), Arturo Villela Vega (músico, compositor), Alejandro Cantú (fotografía, cámara), Adriana Martínez (editora), Emiliano Arenales Osorio (editor) Giovanna Zacarías (actriz, directora), Jesús Torres Torres (arte), etcétera. Se repiten como familia. Al hacernos creer que les conocemos Mil nubes cine establece una cercanía entre almas a fines. Es una ilusión pero por ellas el cine da sentido o, al menos, uno más. A Roberto Fiesco se le habrá de recordar por pertenecer a esa familia, por su voz, porque ama el cortometraje y por “Quebranto” (2013). Y tal vez porque con “Trémulo” (2015) gane otro Ariel. Decir “la voz” permite pensar dos cosas. Primero, en aquello que atañe al aparato fónico de lo cual, ha dicho Estefania Palacio (directora del Anamórfico Film Fest), Fiesco es un privilegiado. Segunda, porque atañe al estilo. El estilo de Roberto Fiesco es inmarcesible.
En “Trémulo”, chico conoce chico. Carlos (Benny Emmanuel, deslumbrante-deslumbrado) es el chalán o aprendiz de barbero. Julio (Axel Arenas, encantador-encantado) un cliente cualquiera. Lo interesante de ambos actores es que Benny Emmanuel es asiduo en televisa y además “youtuber”. Axel Arenas hizo una minúscula aparición de extra en “La vida después” (2013) de David Pablos y tiene un papel en-la-aún-no-vista “Velociraptor” (2014) de Chucho E. Quintero. Julio es soldado, ha venido a la ciudad a un desfile conmemorativo. Carlos trabaja para seguir estudiando. Julio, al terminar el desfile, saldrá hacia Tijuana, dos días en autobús. Carlos trabajará igual. La secuencia inicial, planos detalle acompañados de créditos, infunden el tono nostálgico, más bien, lo condensan y crean al mismo tiempo una atmósfera y un mundo: la peluquería-barbería Raffles es el centro. Primera declaración: la nostalgia como la alegría de estar triste. Tristeza encantada.
Roberto Fiesco lo es todo: productor, director, guionista, locutor, académico y Maestro además de coleccionista (tal parece que la iconografía más grande sobre cine mexicano le pertenece o para allá va). En su filmografía, que se precipita a obra, hay principalmente cortometrajes (este año ya tiene dos más “Fisuras” –ficción- y “Club amazonas” –documental-). Algunos están inéditos o sin plataforma que nos los acerque. No obstante “David” (2005) y “Estatuas” (2013) son perfectamente rastreables. “Estatuas” viene como material extra en el Dvd de “Quebranto” además, junto con “Trémulo”, están en FilminLatino. Más lento. “Estatuas” cuenta el periplo de Juana (Giovanna Zacarías, angustiante-angustiada) mamá y Carlitos (Gustavo Terrazas, sorpresivo-sorprendido) hijo en pos de la inauguración de una estatua en la que el pequeño dará un discurso: recitará un poema. Sin necesidad de profundizar, la historia entre ambos cortometrajes se entrelaza de una forma asombrosa. En el inicio Jacinta y Carlitos están en una estética unisex. En el inicio Carlos y Julio se conocen en una peluquería barbería. En la barbería, una señora espera turno para su hijo: Jacinta y Carlitos, revenidos. El cameo de Giovanna Zacarías como la joven madre no sólo es un guiño sino una continuidad de las historias. Krzysztof Kieslowski lo hizo en “Trois couleurs” (1993-1994), Gaspar Noé en “Irreversible” (2002). Un paso más. De nuevo, al salir de la estética, Jacinta y Carlitos topan con pared y ahí: la tierra tiembla. Un letrero con el título del filme de Visconti. Ningún accidente: si tiembla es al grito de tierra y libertad. Una referencia encapsulada en la pared. Una forma de hacer converger y estallar las historias.
Al anochecer, cuando el telón debe caer y las cortinas cerrarse, Carlos sintoniza la radio porque es momento de limpiar el desastre y los escombros en la peluquería, centro del mundo. La señal de radio llega radicalizada: es en A. M. Julio regresa para hacerse la barba. En un encantador juego de decires, sí, no, ándale puedes tú, el amor surge antes de siquiera tener consciencia de ello. Espejos y vidrios que permiten vernos ahí, justo ahí: enamorando siendo enamoradas-enamorados. Antes de la barba, la cena, conocerse y después basta. En “La noche es virgen” (1997) Jaime Bayly permite pensar que lo mejor sucede de noche. Y Fiesco parece que lo reitera. El encanto de sus personajes, su inocencia, dialoga más con Jimmy, el niño protagonista en “Yo amo a mi mami” (1999), también de Bayly. “Trémulo” tiene pocos diálogos pero la cámara de Alejandro Cantú, el diseño sonoro de Omar Juárez Espino, la dirección de arte de Jesús Torres Torres y la música de Arturo Villela Vega dicen lo que haría falta: infalibles porque se les siente en casa. En la cena hay uno de los diálogos más largos. Después de casi ahogarse con un bocado Carlos pregunta sobre Tijuana. En realidad no sé, nunca nos dicen nada. Yo, dice Carlos, no iría. Carlitos el niño en la estatua decepcionado pudo haber perdido la esperanza en su devenir joven y por eso mejor trabajar, ahorrar y seguir estudiando, para eso son las propinas. Después la barba y el encanto del espejo. El accidente y el revolcadero. El agua y los torsos sin camisa. El baile y el amor porque quién sabe si mañana. Una canción tan famosa como “Yo no sé mañana” parece una novedad. Más radical, Fiesco reinventa su uso: es baile y fiesta pero también es amor y nostalgia, juego y despedida. Segunda declaración: todo sumado, es un poema. Y eso, la poesía decía Welles, es lo único que importa.
Julio se escabulle, parece un robo. Qué triste, fue una ficción, un falso amor. Carlos despierta. Sufre pero al menos habrá amado. Julio, regresa una última vez. Un falso robo, y mejor, un regalo de despedida: una alcancía para depositar las propinas y algo de esperanza. En el canto V del infierno de la “Divina Commedia”, en el segundo círculo, de los lujuriosos, el poeta hace hablar a Paolo y Francesca. Fiesco, a través de sus imágenes, recita al Dante: “la bocca mi bacciò tutto tremante.”
La categoría al Ariel como mejor cortometraje de ficción es compleja y por los mismos motivos complicada. Están la sobriedad de “24º 51’ Latitud Norte” de Carlos Lenin, la fineza de “3 variaciones de Ofelia” de Paulo César Riqué, la crudeza de “Esclava” de Amat Escalante así como también la perfecta ejecución de “Malva” de Lucero Sánchez y la encomiable destreza de “La teta de botero” de Humberto Busto. Sin embargo, en sus veinte minutos, “Trémulo” es “cinéma pur”. La boca, tembloroso, me besó. Y después de ese día no seguimos adelante. Carlos frente al espejo preguntándose, preguntándonos.
Tercera y última declaración: bienvenida, bienvenido, en esta casa así sentimos.
“Trémulo” se puede ver de forma gratuita por la plataforma de filminlatino.mx
@JJFloresHdz
Campus (ex) Aeropuerto, UAQ. Querétaro, Qro.
Dieciocho de mayo de dos mil dieciséis.