Por Ali López
“Histeria” es ante todo una cinta capitalina, más que chilanga, pues devela los vericuetos de la Ciudad de México, actual, posmoderna; donde la barriada convive con el smog, los hípsters con los venidos de provincia, y el temblor es el pan nuestro de cada día. La trama se centra en Federico Anduaga, un arquitecto tratando de consolidar su carrera y que, como buen Godínez, es mangoneado por todas las personas que rodean su entorno, su esposa, su padre, su jefe, una banda de gandallas en la calle, etc. Federico comenzará a perder la calma, y le dará una cucharada de su propio chocolate a la sociedad violenta en la que habita.
La premisa es lo único interesante, y bueno, de la cinta; pues tenemos, otra vez, una cinta mexicana de género, carente de género, que vive sólo de una idea que se extiende hasta su máxima capacidad; sin el cuidado concreto, y completo, de un guion. La anécdota que nos cuenta es ya conocida, y no se hace algo por adornarla o dotarla de nuevos elementos. Teniendo a la canónica “Naranja Mecánica” hay poco que decir al respecto, pero hay otros ejemplos, mucho más cercanos a “Histeria” que también terminan por superarla, como la hoy cinta de culto “La ciudad al desnudo” (1989) de Gabriel Retes, mucho más violenta y cruda, o la reciente “Atroz” (2015) de Lex Ortega, mucho más atrevida y grotesca.
Y aunque la cinta tenga una manufactura correcta (lo mínimo que se le podía pedir a una película, pero dados los factores de género y nacionalidad viene a ser un plus), no hay algo más que podamos considerar. Todo es soso y pasivo, con construcciones de los hechos de manera ortodoxa y complaciente, sin sorpresas. Los personajes caen en el cliché, sobre todo el de los pandilleros, que se comportan como se comportan todos los pandilleros de las cintas de final de los 80 y principios de los 90. Y aunque hay algunas situaciones que son retratadas con gran realismo, y se muestra fehacientemente la vida en la capital, la exageración de la forma las hace perderse en la memoria.
No hay una cinta de horror, ni realista ni fantástico, Tampoco hay una cinta violenta, ni una manifestación crítica a la sociedad. Lo que si tenemos es una película de drama citadino, que bien podría inaugurar el programa ‘Lo que callamos los hombres’ con una escena que salpica sangre, y que para los estándares actuales de la televisión, con “The Walking Dead” a cuestas, podría abrirle fácilmente una espacio en la programación habitual. No va mucho más allá, son 80 minutos que bien podrían hacerse 20, y tendrían el mismo efecto.