Redacción. Mientras “La mancha de sangre” (1937), su primer y único largometraje como realizador, estaba en proceso para ser exhibido luego de un rodaje un tanto complejo y accidentado, Adolfo Best Maugard entregó para su eventual difusión un ensayo que, con el título en inglés de “The Film on the Road to Truth” (que pudo traducirse como “La película en camino a la verdad”), apareció en el número 8, Volumen XII de la revista “Theatre Arts Monthly” del 8 de agosto de 1938 (pp. 579-585), es decir, unos cuantos meses de que el gobierno encabezado por el general Lázaro Cárdenas del Río había decretado la expropiación petrolera, punto culminante de una política progresista y nacionalista. Si algo reveló ese texto es que su autor se había convertido en un profundo conocedor de las condiciones en que el cine mexicano se encontraba hasta ya avanzado el año en que, con su total de poco más de cincuenta producciones de largometraje, adquiriría el status de industria.
Luego de reseñar los primeros años de la historia fílmica local, Best Maugard habló de la presencia de Sergei M. Eisenstein en nuestro país (lo que derivaría el “famoso fiasco” entre el cineasta y su mecenas, Upton Sinclair) y, como era de esperarse, puso énfasis en los primeros logros de nuestra cinematografía con sonido integrado a la imagen (“El prisionero trece”, “Redes”, “Janitzio”) y en “el inesperado éxito comercial” asociado al “musical de buena hechura “Allá en el Rancho Grande”, filme que “abrió el camino para le llegada de una epidemia de imitaciones, tan exitosas como [la cinta de De Fuentes] “que seguían el mismo rígido esquema narrativo”.
Al final de un ensayo caracterizado por su precisión y rigor conceptual, el artista plástico oriundo de la capital del país señaló no por azar que “En México el cine es un asunto de enorme importancia. Si se implementa una ideología sana, las películas podrían solucionar muchos de nuestros problemas, principalmente el de educar y concientizar a las masas, fomentar un conocimiento más profundo de la cultura mexicana, de modo que su pueblo no descuide sus verdaderos valores. Puesto que esto se logra, principalmente, manteniéndose fiel a la realidad para evitar falsos conceptos, se vuelve imperativo tomar las medidas necesarias para cortar el avance de toda tendencia reaccionaria y reorientar la ideología de nuestro cine hacia los valores que hoy reconocemos como auténticos”.
Best Maugard desempeñó en el cine, lo que implica el rescate de una iconografía de suyo interesante…
Ese era, pues, el contexto en el que Best Maugard situaba su particular inmersión en el mundo del cine por medio de la realización de “La mancha de sangre”, un clásico de la tendencia realista y “auténtica” que no por azar sufriría censura y mutilaciones, lo que obligó a que la cinematografía nacional perdiera para siempre a un cineasta de vanguardia decidido a innovar una manifestación mediática y artística a la que se le veía un gran potencial a futuro.
En fecha muy reciente se ha inaugurado en el Palacio de Bellas Artes la exposición “La espiral del arte”, que engloba y sintetiza la trayectoria creativa de Adolfo Best Maugard e incluye algunas piezas alusivas a su finalmente malograda incursión en el mundillo cinematográfico nacional. Tal muestra, con la que se hace plena justicia a uno de nuestros artistas más emblemáticos pero menos conocidos, resulta el marco idóneo para que el portal Correcámara, siempre atento a la difusión del arte fílmico local e internacional, dé principio a su colección de libros electrónicos con el dedicado a reseñar las importantes labores que Best Maugard desempeñó en el cine, lo que implica el rescate de una iconografía de suyo interesante reunida por la historiadora Elisa Lozano, a su vez autora de uno de los dos ensayos que integran la publicación.
Más allá de que, en este caso, el libro de marras contribuya a completar y a entender lo expuesto en el Palacio de Bellas Artes, el afán de sus autores (Lozano y Eduardo de la Vega Alfaro) es dar a conocer algunos de los motivos que guiaron la labor cinematográfica de Best Maugard y que, si retomamos sus mismas palabras, no fueron otros que los de extender, por otros medios, su filosofía del arte, siempre transmutada en la elaboración y difusión de imágenes de corte nacional y nacionalista, y en una particular didáctica que tendría claro influjo en el cine mexicano de la llamada “Época de oro” y épocas subsecuentes.