Por Ali López
Emily Dickinson representa una de las plumas más trascendentes para la sociedad y cultura estadounidense, no sólo por su lírica y poética misma, sino porque ejemplifica y encarna una condición social que aún se arraiga en los Estados Unidos de Norteamérica. Más allá de la supremacía blanca, o el conflicto histórico del norte contra el sur, a lo que Dickinson remite es a la familia norteamericana que, pérdida en el canon, ve en la religión la salvación para sus pesares terrenales, y en la guerra la política que sustente su status quo.
“A Quiet Passion” (Terence Davies|UK-Bélgica|2016) es una película biográfica (mucho más que un biopic de molde) sobre la poetisa norteamericana, encarnada por Cynthia Nixon, quién logra en su actuación contener la sensaciones exaltadas que la misma cinta exhala. Desde la herencia inglesa del humor mordaz y negro, hasta la artificial conformación de diálogos eclécticos de la época, más ficticios que realistas. Entre versos de Emily Dickinson, una fotografía preciosista y la confrontación frontal al discurso político actual, Davies nos lleva a inmiscuirnos en diatribas y conjeturas morales que siguen causando escozor.
A Emily Dickinson se le retrata como un ser humano, con las virtudes concienzudas de cualquier artista, pero con los mismos aspavientos terroríficos de la sensibilidad a flor de piel. Ella representa la emoción casi juvenil del descubrimiento sexual y erótico del mundo que nos rodea, lo mismo que la mojigatería y estoicismo arcano del cristianismo censor. La balanza se inclina por la reclusión ortodoxa, y el clamor al miedo. Dickinson tiene miedo de vivir pues no puede percibir la vida como los demás mortales, lo que hiere la hiera más, y lo que la alegra la lleva a cuestionarse. Al mismo tiempo que vemos como la sociedad impone ciertos elementos, regularmente inconformes, que lleven la cordura a la cornisa; pues en un mundo insano, el apego a la norma se vuelve salvavidas. La derecha al poder, nuevamente.
La muerte, tema recurrente en su obra, rodea a la poetisa, la seduce y devora, le otorga la enfermedad como recordatorio absoluto de su presencia. Ella la convierte en inspiración, y por lo mismo, nadie la comprende. Todos se regocijan de vida, pero ella no puede, nada le ofrece, sólo el paso eterno le pudo dar lo que merece.
Feminismo radical, con sentido del humor, pero también cuestionable, nos otorga la película. Hablar de la condición de la mujer como un chiste del pasado, pero sin dejar de recordarnos que mucho de eso aún sucede, y que, más allá de una postura meramente crítica, lo que debemos proponernos es la tolerancia; pues si no comprendemos los pies del otro terminaremos por convertirnos en lo mismo.
“A Quiet Passion” es una cinta que emite en sus diálogos una fortaleza poética que puede transferirse a una condición discursiva sobre los radicalismos y la intolerancia, ya por eso, vale la pena. Pero en su forma, y el cuidado total a la escenificación de las situaciones, radica lo más valioso de la cinta, pues, en esos términos, poco puede reprochársele. Una cinta histórica, que como todo buen análisis del pasado, nos hace ver las respuestas a los por qués del presente, y las posibles soluciones, o problemáticas, que devienen en el futuro.