Por Pedro Paunero

Para Fernán Galíndez.

El cine de explotación, o “exploitation film”, expone los temas más escabrosos del comportamiento humano en tramas equívocas, bajo la apariencia de denuncia y con cuestionables tonos moralizantes, pero valiéndose de estas como gancho comercial. Tal es el caso de varias de las películas del subgénero de “violación y venganza”, que aprovechaban el desnudo de las protagonistas y las escenas más violentas, sadismo de por medio, para atraer el morbo más despierto de los espectadores. El clásico, hoy de culto, “Freaks” (1932), de Tod Browning, que la MGM consideraba una especie de inquietante estorbo en su catálogo fílmico, fue vendido por la productora al director, productor y pionero del cine de explotación Dwain Esper, por cincuenta mil dólares; Esper exhibió (explotó) la cinta en ferias aprovechando lo monstruoso de su historia, presentándola a través de integrantes deformes de su propia troupe, que la anunciaban a la entrada de su carpa ambulante. Es este uno de los raros casos en los que la explotación de un filme rescató una película admirable, pues hoy se considera probable que, de no ser por Esper, la película se hubiera perdido irremediablemente.     
          
“Face of the Screaming Werewolf” (Gilberto Martínez Solares, Rafael Portillo y Jerry Warren, 1964), es un caso de película estadunidense de explotación resultado de “cortar” y “pegar”, en la sala de montaje o edición, escenas completas de dos películas mexicanas anteriores, remontadas con nuevas escenas añadidas, y filmadas en los Estados Unidos, para entregar una tercera película pero con resultados nefastos. “La casa del terror” y “La momia azteca” habían parido un engendro en el cual se movían, en una historia ilógica, que apenas se podía coger por algún lado, Lon Chaney Jr bajo su disfraz de hombre lobo, la resucitada momia azteca y hasta Tin Tan.    

Si “Freaks” pertenecía al listado clásico de los grandes títulos de la edad dorada del cine de terror, un renacimiento tardío había dado a Lon Chaney Jr. uno de los últimos papeles memorables de la casa Universal Pictures, el mejor licántropo hasta el momento, con su hirsuto maquillaje, obra del artista Jack Pierce, que usara pelo auténtico de Yak para animarlo en una encarnación que lo marcaría y encasillaría de por vida, en la película “El hombre lobo” (The Wolf Man, George Waggner, 1941). Después de este filme legendario, todo iría cuesta abajo para Lon Chaney Jr., quien encontraría en México una ocasión para interpretar, otra vez, al célebre hombre lobo en una resuelta imitación de “Abbott y Costello contra los fantasmas” (Abbott and Costello Meet Frankenstein, Charles Barton, 1948), película americana en la que, además de la pareja cómica, actuaba el mismo Lon Chaney Jr, al lado de Bela Lugosi, en una parodia de aquellos personajes que ya interpretaran (y de forma seria, por supuesto), muchos años antes.

“La casa del terror” (Gilberto Martínez Solares, 1960), es este título mexicano en el que actuó Lon Chaney Jr. y en el que se narraba la historia de uno de esos “Mad Doctors”, típicos de la imaginería gótica de la Universal, para entonces ya desfasada dos y hasta tres décadas en el cine de Hollywood, pero trasladado frescamente al sur de la frontera. En una trama absurdamente cómica (y de esto, precisamente se trataba), conocemos a Casimiro (Germán Valdés “Tin Tán”), como velador en un museo de cera (uno de los elementos originales de “Abbott y Costello contra los fantasmas”), del que se enseñorea el profesor Sebastián (Yerye Beirute, acreditado como “Yeyre Beirute”), que no sólo es dueño del inmueble sino que se entrega a experimentar con cadáveres robados. Aceptémoslo, “Nihil novum sub sole”, el impulso que animó a Víctor Frankenstein es inmortal. Pero Tin Tan, quien ha sido recomendado para dicho trabajo por su novia Paquita (Yolanda Varela), a quien -no podía ser de otra manera- pretende sentimentalmente el profesor (en una sola escena y cuya subtrama es borrada por completo en el resto de la cinta), no resulta un idóneo empleado para el puesto, ya que se duerme cuando debería permanecer despierto. Y tampoco es bueno para su otro trabajo, como empleado de la limpieza, en su turno diurno, en el consultorio de un psiquiatra, el Dr. Lorenzo Salazar (Óscar Ortiz de Pinedo). El museo de cera, pues, no es sino la fachada de un laboratorio secreto donde el profesor Sebastián intenta revivir a los muertos, inyectándoles sangre “donada” (a la fuerza) por Casimiro, y en el que mantiene su gran invento, un rehidratador de tejidos muertos, capaz de restituir las carnes de una momia, mientras que sus fracasos se convierten en las figuras que adornan el espantoso museo (argumento de la película “El loco escultor”, aka. “El falso escultor/Un cubo de sangre”, de Roger Corman, exhibida el año anterior). No faltan las luces, los zumbidos y aullidos electrónicos típicos de tales laboratorios, ni la rareza argumental por la cual el profesor y sus ayudantes roban una momia egipcia (pasada de peso, por cierto), perteneciente a un aristócrata despiadado que, por una maldición proferida por una de sus víctimas, se convertía en hombre lobo las noches de luna llena. Así, con “material” para probar su máquina rehidratadora, el loco profesor deja a su suerte a la momia-licántropo, a la que, según entendemos, le han sustituido las vendas por pantalón y camisa, cinturón y zapatos (habría que enterarnos de dónde han sacado estas prendas que le quedan a la medida), y que, al no dar señales de vida, abandona en el laboratorio cuando Casimiro, que de por sí es un dormilón, yace desfallecido por las sangrías a que es sometido. Hay que señalar que el papel de Tin Tan va poco más allá de esto (las gloriosas cintas en que fuera “el rey del barrio” y el picaresco pachuco han quedado atrás), y cuando la criatura despierta debido a un rayo sobre la máquina (de la infaltable como oportuna tormenta), la luna llena se encargará de despertar al licántropo y de poner a bailar Chachachá a Tin Tan y a su novia.        

Si la pareja cómica mexicana que formaban Viruta y Capulina recordaban a la estadunidense, conformada por Abbot y Costello, sobre todo en aquello de parodiar viejos (o envejecidos) clásicos (y no tan clásicos), del cine del terror, conviene recordar que la parodia del género es vieja también y se remonta a “La ciudad vampiro”, magnifica novela de Paul Féval, publicada en 1867, en la que satiriza cada uno de los elementos de la novela gótica y a una de sus madres, a la autora Anne Radcliffe, a quien, en un juego metaliterario no tan sólo relevante sino fascinante, hace protagonista en su novela. Ann Radcliffe fue tan popular en su tiempo que otra autora de peso, Jane Austen, hizo lo propio con su “La abadía de Northanger” (publicada póstumamente en 1818), en cuyas páginas la diecisieteañera Catherine Morland (lectora de Radcliffe) vive inmersa en un mundo –gótico- de fantasía que proyecta en su aburrida vida real de clase alta. El género tuvo un padre, Horace Walpole, con su extravagante “El castillo de Otranto” (publicado en 1765), y a otra madre, que hoy goza de extraordinarios favores, Mary Shelley, al punto de opacar a la pobre Mrs. Radcliffe. En el cine de Abbot y Costello tenemos que esta clase de parodias, una fórmula descubierta para la pareja, se daba ya en “Dos locos tras un fantasma” (aka. Agárrame ese fantasma; Hold That Ghost, Arthur Lubin, 1941), que servía, a la vez, de parodia del clásico mudo “El gato y el canario” (The Cat and the Canary, Paul Leni, 1927) con su tema de la herencia tenebrosa. Abbot y Costello desde entonces se enfrentarían al hombre invisible, al Dr. Jekyll y Mr. Hyde, a la momia, viajarían al planeta Marte y tendrían otro encuentro con el Capitán Kidd.

Pero el papel que tiene Tin Tan en “La casa del terror”, parece tan sólo una concesión mexicana para el –pobre- lucimiento de Lon Chaney Jr. El resultado es flojo. Y ni Lon Chaney Jr. ni Tin Tan lucen, en un filme que los anula a ambos y en los que, hay que dar gracias de esto, tampoco se obstaculizan mutuamente. El hombre lobo de Chaney se limita a gruñir un poco (en los breves momentos en que tiene forma humana no pronuncia una sola línea, y ni falta le hace), y Tin Tan a dormir mucho más. Acaso la escena más graciosa corre a cargo de la actriz española Consuelo Guerrero de Luna, paciente psiquiátrica que padece nerviosismo, paranoia y una tartamudez aguda y se entrega a las manos (que cubre de dinero) de Casimiro, que se hace pasar por psiquiatra (¿dónde quedó el Dr. Salazar?) a la par que son acechados por el hombre lobo que se limita a mirarlos de lejos. El final, en el cual la bestia trepa, cual King Kong, a un edificio, llevando a Paquita en brazos, seguido por nuestro cómico que despliega una serie de payasadas sin mucha gracia (y se queda colgando de las manecillas de un enorme reloj, como le pasara a Harold Lloyd en “El hombre mosca”, allá por 1923, en una icónica imagen cinematográfica), se salva cuando cae sobre un toldo, a la vez que el licántropo regresa al laboratorio, deposita a Paquita desmayada (muy cuidadosamente) sobre una camilla, se enfrenta al profesor loco, el museo arde en llamas, muere el lobo-hombre y Casimiro se queda con la chica, no sin antes pedirle unas “enchiladas suizas y unos frijolitos con queso”, ya que esas emociones le han abierto el apetito.   

“La momia azteca”, película dirigida por Rafael Portillo en 1957, es la primera parte de una trilogía psicotrónica constituida por “La maldición de la momia azteca” (1957) y “La momia azteca contra el robot humano” (1958), cuenta la historia del Dr. Eduardo Almada (Ramón Gay) quien, mediante hipnosis regresiva, descubre que su novia Flor Sepúlveda (Rosita Arenas), es la rencarnación de Xóchitl, doncella sagrada que sirve en un templo, sorprendida en amoríos con Popoca (Ángel De Steffani), sacrilegio por el cual son condenados a muerte. Xóchitl es sacrificada y el destino de Popoca parece aún más cruel, al ser momificado vivo y sus cuerpos encerrados en una pirámide maya. Uno se pregunta qué es lo que conduce a los aztecas a sepultar a sus amorosas víctimas en un templo maya. Ya en tiempos presentes, la muchacha conduce al Dr. Sepúlveda (Jorge Mondragón), su padre, su novio y a un asistente, Pinacate, cuya identidad secreta es la del luchador “El Ángel”, a la pirámide. En esta trama que “mexicaniza” la historia de “La momia” (The Mummy, 1932), uno de los hitos de la Universal, dirigido por Karl Freund, cabe también el villano hollywoodense de turno, el Dr. Krupps (Luis Aceves Castañeda), en realidad un criminal (que va tras el tesoro de la momia), conocido como “El murciélago”. En una historia obvia, Popoca, ahora convertido en momia, regresa a la vida para recuperar no sólo las piezas robadas del tesoro sino a la novia perdida. En algún momento a la momia se la combate con un crucifijo y, aunque se la destruye, esta regresa en los otros títulos que incluyen fosos de serpientes y un robot de hojalata, contra el que se enfrentará la momia, que recuerda a varios de los robots de la Serie “B” y del Matinée americano más desfachatado, y a un cruce con “Robot Monster” (Phil Tucker, 1953), por aquello de que, bajo la cabeza mecánica contiene una cabeza humana viviente, o algo así.   

Fue Jerry Warren, director, productor, montador, guionista, fotógrafo, actor (y con alguna otra profesión en su haber, que se nos escapa), quien, a la manera de un Dwain Esper, compró los derechos de ambas películas mexicanas, las retituló y editó, para su exhibición. “La momia azteca” fue pasada en cines como “Attack of the Mayan Mummy” (título que, curiosamente, es muy lógico si la momia se encontraba en un templo maya), con escenas añadidas (previo corte de escenas mexicanas completas) y con actores estadunidenses. Sin bastarle esta triquiñuela, pasados algunos años, y habiéndose ya hecho de los derechos de “La marca del muerto”, película mexicana dirigida por Fernando Cortéz en 1960, exhibió esta cinta y la anterior, en función doble en cines. “La marca del muerto” se convirtió, previa edición americanizada se entiende (un malísimo doblaje, narración en Off, y la inclusión de escenas con actores americanos), como “Creature of the Walking Dead”. Si se tiene que dar algún crédito a Warren como director, debemos mencionar dos títulos malísimos, que han cobrado un cierto estatus de culto, “The Incredible Petrified World” (1960), con John Carradine en el papel principal y “Teenage Zombies” (1960) que fueran pasadas en doble función en alguna ocasión.

“La momia azteca”, en dos de sus avatares, fue musicalizada primero por la American International Pictures y por el “Young Horror Club of America” después, el año 1964, en que el productor K. Gordon Murray, célebre por aplicar los mismos tratamientos con el cine extranjero que nuestro querido Jerry Warren realizara, se hizo cargo de la copia. Algo bueno, y notable por otro lado, sucedió con estas películas a su llegada a los Estados Unidos: fueron pasadas en los shows televisivos “This Movie Sucks!” y “Mystery Science Theatre 3000”, que se encargaban de destrozar, bajo una andanada de humorísticas críticas, infinidad de películas malas provenientes de los cuatro rincones del mundo. Y es de estos años que proviene, realmente, su actual estado como cintas de culto, no sólo en nuestro país sino a nivel internacional. Así, este tipo de cine bien pudo haberse olvidado en México (un destino que le fue evitado a la “Freaks” de Tod Browning, como vimos más arriba), de no ser por las francas y abiertas intenciones de explotación de estos productores americanos, cuyos métodos aparezcan como cuestionables y, de verdad, lo sean. A Gordon Murray, por ejemplo, se debe la popularidad de El Santo, el enmascarado de plata, en los Estados Unidos, cuando las películas del legendario luchador fueran remontadas con su nombre cambiado por el de “Sansón”, y la alta estima en que se tiene a “El barón del terror” (1962) de Chano Urueta, exhibida con el título de “Brainiac”.    

Y llegamos, por fin, al caso de “Face of the Screaming Werewolf”. Como se señaló en un principio, se trata de la edición que hiciera Warren de “La casa del terror” y “La momia azteca”. Con consecuencias más bien aburridas.  

La película comienza con las escenas de Flor hipnotizada, y que recuerda su vida pasada como mujer sagrada. En esta parte apenas se logra que el espectador se mantenga despierto (¿Qué sucedió aquí con las rápidas tijeras de Mr. Warren, editor, creador y, sobre todo, destructor?). Sucede una secuencia de escenas americanas rodadas por Warren. Los investigadores dan con la pirámide maya. Entran. Sucesión de escenas de la momia azteca resucitando. Mientras tanto, en este enredo trí-hibrido, se han ido alternando las escenas de un periodista que, a través de emisiones de radio da cuenta de la investigación y que sólo contribuyen a aburrir aún más al espectador. Escenas de la presentación de una momia recuperada que no es otra sino la de Lon Chaney, antes de convertirse en hombre lobo, y la labor de su resurrección artificial. Escenas de Tin Tan durmiendo en el Museo de cera de “La casa del terror”, mismas que, si no se ha visto la película de la que provienen, sólo contribuyen a confundir más lo que ya es, realmente, un Nudo gordiano. Lon Chaney abre los ojos… Y realmente no vale la pena contar más.

Los nombres de los personajes, como era de esperarse, fueron “americanizados”, así, el profesor Sebastián se convierte en el Prof. Janning, Flor se conoce como Ann Taylor, el Dr. Eduardo Almada se conoce como el Dr. Edmund Redding del Instituto Cowan de Pasadena, hacen aparición los americanos el Dr. Frederick Munson (George Mitchell), Douglas Banks (Chuck Niles) como el locutor de radio, el actor Steve Conte como un ladrón y Tin Tan como “el hombre que duerme en el Museo de cera y salva a la mujer en su departamento”; entre otros. Si la naturaleza de las películas mexicanas de las cuales proviene este bodrio es, de por sí, ilógica, Warren crea una retacería, que presumiblemente tendría sentido por las escenas gringas que unirían los trozos de las dos películas, proveniente de una carnicería en la edición, en la que no se comprende por qué demonios han sido llevadas las momias al dichoso museo y Flor resulta hermana de Paquita y Gilberto Martínez Solares comparte (como Gilbert Solar), crédito con Alfred Salimar.  

Lo poco rescatable de este engendro anti-frankensteiniano, se sitúa en las escenas mexicanas correspondientes (que conservan sus méritos de producción artesanal) y no a los empalmes de Warren, que mejor le hubieran resultado a un Ed Wood que a él. Experimento fallido, monstruo del cine, baratija, vale la pena recordarlo como uno de los casos en que el Cine de explotación tomó dos películas mexicanas y el resultado es peor que la suma de sus partes.

Un último apunte para la reflexión: a diferencia de la trilogía de la Momia azteca, ya conocida en los Estados Unidos desde antes que existiera “Face of the Screaming Werewolf”, “La casa del terror” es una cinta que ha despertado el interés entre los fans estadunidenses del cine barato, pero no ha sido subtitulado o doblado al inglés. A pesar de esto (uno de los más endebles títulos protagonizados por Tin Tan), podría alcanzar el estatus de película de culto, ya que aumentara su popularidad internacional con el tiempo (entre los seguidores del cine de Lon Chaney Jr.), y todo gracias a un hombre llamado Jerry Warren, que no buscaba otra cosa que meterse algunos dólares en el bolsillo.       


Véase también:

“Presencias insólitas en el cine mexicano: 10 figuras del cine mundial” por Hugo Lara:

http://www.correcamara.com.mx/inicio/int.php?mod=noticias_detalle&id_noticia=4764

“Dwain Esper, padre del “Exploitation”” por Pedro Paunero:

http://www.correcamara.com.mx/inicio/int.php?mod=columnas_detalle&id_columna=2220

“Barato, comercial, tremendista y de denuncia social. Las distintas edades del poco visible subgénero del “Sexploitation”” por Pedro Paunero:

Barato, comercial, tremendista y de denuncia social. Las distintas edades del poco visible subgénero del «Sexploitation» (Publicado originalmente en Cine Toma No. 40, May-Jun. 2015. Lejos del lujo y el dispendio. Relatos desde filmaciones de bajo presupuesto)

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.