Por Pedro Paunero
Morgan Robertson (1861-1915), autor americano de ascendencia marinera y él mismo marino, cobró cierta celebridad entre los lectores de asuntos “paranormales” cuando, tras escribir una novela titulada “Futilidad” (publicada en 1898; y cuyo tema principal era la soberbia humana), en la que narraba la aventura de un trasatlántico de nombre “Titán”, considerado insumergible pero que se hundía al poco tiempo de chocar contra un iceberg, estos encontraron inquietantes similitudes entre las características por las cuales describía su barco imaginario y las que constituyeron las del tristemente célebre Titanic, hundido, también, por el choque con un iceberg, catorce años después de la publicación de la novela.
Robertson había errado por muy poco en cuanto a peso, tamaño y capacidad de carga y de pasajeros de su nave y el Titanic de la vida real, de manera por demás asombrosa. Por ejemplo, en la novela el Titán tenía una cantidad total de pasajeros, contando la tripulación, de 3,000 personas, el Titanic 2, 207; el Titán, 24 botes salvavidas, el Titánic 20; el tonelaje del Titán sería de 75, 000, el del Titánic 66, 000; la eslora del Titán de 243 m, mientras la del Titánic sería de 268 m; el Titán tendría 3 hélices y el Titánic 3; la velocidad del Titán al chocar sería de 25 nudos y el Titánic iría a 23. Ambos se hundirían en el mes de abril. En 1914, un año antes de la muerte de Robertson, en una nueva edición del volumen que contenía su novela corta “Futilidad” (ahora convenientemente retitulada como “El naufragio del Titán o Futilidad”), incluyó un cuento titulado “Más allá del espectro”, en el que narraba una guerra que hoy parecería profética (pero cuya posibilidad era materia de los rumores de la época), entre los Estados Unidos y Japón.
En la novela el imperio japonés atacaría indirectamente a su enemigo a través del hundimiento de barcos en ruta hacia Filipinas y Hawái, lo que a oídos contemporáneos sonaría a Pearl Harbor, pero en cuya historia también describía un arma, robada a los Estados Unidos, el “reflector ultravioleta”, para cegar a la tripulación americana. Robertson, que se tomara muy en serio su papel de “profeta” menor, alegaría haber descrito en otra obra, titulada “The Submarine Destroyer” (publicada en 1905), el periscopio, cuya patente, siempre según él, le había sido negada tiempo antes de la aparición de su libro, cuando los inventores Simon Lake y Harold Grubb, para 1902, ya habían perfeccionado un periscopio de invención anterior, propiedad de la marina estadunidense. Más allá de las especulaciones del tipo paranormal o que, de plano, entran en el terreno de las teorías conspiratorias, si a Robertson se le debe algún crédito, uno más bien frágil, debido a que la temática es bastante antigua, sería en haber sido el autor que escribió la aventura en solitario de un par de niños náufragos que descubren el amor y la sexualidad en una isla desierta, en “Three Laws and the Golden Rule” (publicada en 1898) y su precuela “Primordial” (1899), dos narraciones extensas en las que muchos autores e investigadores reconocen, igualmente, a dos de los antecedentes literarios del “Tarzán” de Edgar Rice Burroughs. Influyente y ansioso de celebridad, Robertson sería encontrado muerto en una habitación del Hotel Alamac en Atlantic City, Nueva Jersey, al parecer víctima de una sobredosis por paraldehído, un sedante e hipnótico cuyo uso hoy en día está suspendido.
El concepto de “Estado de naturaleza” es muy antiguo. Una persona, o grupo de personas, que vive en medio de parajes naturales bien puede tener antecedentes en el Edén con la pareja primordial, Adán y Eva, viviendo en un estado de semi consciencia y “pureza” mental y corporal, en supuesta armonía con el entorno, o haciéndole frente para sobrevivir. La idea atraviesa o sostiene las historias de “El filósofo autodidacta” del autor árabe Ibn Tufail, novela filosófica del Siglo XII, que narra la historia de un niño, criado por una gacela, que sobrevive por su inteligencia, en una isla del Océano Índico, y que quizá tendría influencia sobre la trascendental “Robinson Crusoe” (1719) del autor Daniel Defoe, y esta, a la vez, en algunos pasajes de “Viajes de Gulliver” (1726) de Jonathan Swift hasta culminar con “El Robinson suizo” del pastor Johann David Wyss (1812) y “La isla de coral” (1858) de Robert Michael Ballantyne, mutando en las aventuras infantiles del Mowgli de “El libro de la selva” (1894), del Premio Nobel Rudyard Kipling. El concepto impregna la filosofía de Thomas Hobbes, quien define el término en su magna obra “Leviatán” (1651), sobre el Estado como ente absoluto y en “De Cive” (1647), en la que escribe que el estado natural del hombre (bajo las “leyes naturales”: todos los seres humanos son iguales en facultades físicas y psicológicas), es el de “guerra de todos contra todos” (Bellum omnium contra omnes). Así, serían los filósofos John Locke, Montesquieu y Jean-Jaques Rousseau, quienes extenderían o refutarían tal concepto.
Bajo este bagaje intelectual o literario serían dos obras, de carácter ingenuo y candoroso, “Pablo y Virginia” (1787) de Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre y la trilogía compuesta por “La laguna azul” (1908), “El jardín de Dios” (1923) y “Las puertas de la mañana” (1925) de Henry De Vere Stacpoole (1863-1951), las que mostrarían el lado más endeble de dicho concepto. Pero la obra de Stacpoole, de gran éxito económico (hecho que le permitiría a su autor vivir de manera muy holgada), pasaría al cine, a través de varias adaptaciones, como un cuasi arquetipo, erótico y utópico, con el que fantasearían varias generaciones de adolescentes, por gracia de la belleza e inocencia de sus jóvenes protagonistas. El autor viviría para ver dos veces adaptada su novela a la gran pantalla, pero ya no atestiguaría la consolidación del mito con la película dirigida por Randal Kleiser, en 1980, con los dos actores que la volverían icónica, Brooke Shields como Sex Symbol y Christopher Atkins como involuntario ícono gay.
El director Randal Kleiser había cobrado fama por haber dirigido, en 1978, el romántico musical “Vaselina” (Grease), que había conquistado el corazón de las adolescentes el mismo año que “La guerra de las galaxias” (“Star Wars”, George Lucas) llegara a los cines, en franco contraste con otros dos clásicos, en este caso del cine del terror, que moverían la balanza de dicho género en una nueva dirección, “Zombi” (aka. “El amanecer de los muertos”, Dawn of the Dead) de George A. Romero y “Halloween” (aka. “La noche de Halloween”) de John Carpenter.
La película de Kleiser –fotografiada bellamente por Néstor Almendros-, contaba la historia de los primos Emmeline (interpretada por la pequeña actriz Elva Josephson, de 8 años de edad) y Richard Lestrange (interpretado por Glenn Kohan, de 10 años), sobrevivientes de un naufragio en los Mares del Sur, cuando la nave en que viajaban, navegando por el Cabo de Hornos, sucumbiera en un incendio. Acompañados por el cocinero Paddy Button (Leo McKern), que al principio les ayuda a pasar los plácidos días en una isla paradisíaca a la que han arribado, pero que un buen día muere tras una borrachera, crecen en solitario, atendiendo a algunas advertencias de Paddy, como nunca acercarse al otro lado de la isla (en donde se sitúa el altar pagano de una tribu caníbal), y jamás comer de una especie de bayas silvestres, de color rojo (por ser, aparentemente venenosas).
La historia tomará un cauce predecible. Los niños crecerán (interpretados a partir de este momento por Brooke Shields y Christopher Atkins) y la pubertad despertará los deseos de ambos, bellas e inexpertas víctimas de su sexualidad (la masturbación y la menstruación jamás habían mostrado su lado más melodramático), construirán (increíblemente y sin conocimientos previos) una hermosa cabaña, pescarán y cazarán y, en uno de tantos tira y afloja eróticos, Emmeline quedará embarazada sin saber cómo o por qué, pero “sin pecado” y “como los pájaros”, según lo describiera Stacpoole en su libro. Si atendemos a la época (la Victoriana), en la que está situada la novela, y que bien había conocido su autor, este drama con tintes inocentones revela una justificación más plena. Se trata, pues, del reverso de la moneda de “El señor de las moscas” (publicada en 1954), la novela del Premio Nobel del año 1983, William Golding, llevada al cine en dos ocasiones (una por Peter Brooks en 1963 y otra por Harry Hook en 1990), con sus violentísimos niños enfrentados en una isla lejana, metáfora de la fragilidad de la condición del hombre civilizado.
Brooke Shields, de ascendencia italiana y aristocrática, a la vez que de los más antiguos colonos del estado de Virginia en los Estados Unidos, provenía de su controvertida actuación como prostituta de 13 años de edad en “Niña bonita” (Pretty Baby, 1978), de Louis Malle, papel que la lanzara a la fama, y contaba con 15 años al momento del rodaje. Su madre, la modelo Theresia Anna Schmonn (Teri Shields), no tardaría en ser señalada como una mujer abusiva y explotadora de la belleza de su hija, a quien pusiera a posar como modelo desde los once meses de nacida y quien otorgara el consentimiento a Garry Gross para fotografiarla desnuda a los 10 años. Su actuación fue denostada por la crítica, y se llamó a una doble de cuerpo para las abundantes escenas de desnudos, por otro lado, bastante cándidos, en cuyas tomas frontales aparecía con su larga cabellera pegada sobre los senos. Encasillada en papeles de lolita (“Tilt” de Rudy Durand, “Wanda Nevada” de Peter Fonda, ambas del año 1979) alcanzaría la gloria con “La laguna azul” precisamente, con todo y el dudoso honor de haber ganado el premio Razzie, por peor actuación femenina.
Como dato curioso, al rodarse en la isla privada de Nanuya Levu, en Fiyi, el herpetólogo John Gibbons, atento a su materia de estudio, descubrió que las iguanas que aparecen en el filme no estaban descritas para la ciencia, así que viajó al lugar donde se desarrollaba la película y describió la especie Brachylophus vitiensis, en 1981. Una novedad para la biología.
La laguna azul (Dick Cruikshanks, 1923)
La primera adaptación de la novela de Stacpoole, que pertenece a la etapa silente del cine, tenía a Molly Adair en el papel de Emmeline (con la niña actriz Doreen Wonfor, en la etapa infantil) y a Arthur Pusey en el de Dick (con el actor infantil Val Chard en la etapa de niño). Así mismo, esta producción contaba con la particularidad del propio director, Dick Cruikshanks, interpretando el papel del cocinero Paddy Button y de haber sido rodada en locaciones africanas.
La isla perdida (The Blue Lagoon, Frank Launder, 1948)
En la segunda adaptación de la obra de Stacpoole, Jean Simmons (en el papel que bien pudo ser para Marilyn Monroe) da vida a Emmeline Foster y Donald Houston a Michael Reynolds (el personaje de Dick con el nombre cambiado). Los actores infantiles Susan Stranks (con una muñeca en los brazos y posteriormente semi desnuda) y Peter Rudolph Jones (que actuaría en esta película por primera y última vez en su vida) se encargaron de interpretar a Emmeline y Michael en su etapa infantil. Noel Purcell, que actuaría en otras producciones con temática marinera como “Motín a bordo” (Mutiny on the Bounty, 1962) de Lewis Milestone y “Moby Dick” (1956) de John Huston, haría el papel de Paddy, quien construye las chozas, lleva el calendario y enseña a los niños lo más rudimentario para sobrevivir, antes de morir por congestión alcohólica, tras padecer alucinaciones en las que ve que un esqueleto cobra vida.
Jean Simmons ya había sido la protagonista de dos cintas extraordinarias anteriores, “Grandes esperanzas” (aka. Grandes ilusiones/Cadenas rotas, Great Expectations, 1946), como la hermosa y joven Estella, instrumento de venganza contra los hombres, que tiene la Señorita Havisham (Martita Hunt), quien fuera abandonada en el altar, en la mejor de las adaptaciones literarias jamás filmadas (en este caso de la novela de Charles Dickens), por parte de David Lean y en “Narciso negro” (Black Narcissus, 1947), como la bella –y sensual- adolescente india Kanchi, con todo y aro en la nariz, en la producción de Michael Powell y Emeric Pressburger.
En esta adaptación el idilio de Emmeline y Michael se ve alterado por la llegada a la isla de dos comerciantes que descubren a Michael buceando en busca de perlas, hasta que uno de ellos las roba y el otro lo obliga a extraer más a punta de pistola. Este par de personajes (que al principio parecen amistosos) fueron un añadido inventado para esta versión, pero recuerdan a dos personajes similares que aparecen en la novela “Las puertas de la mañana”, la tercera parte de la trilogía de Stacpoole. Por supuesto que estos inescrupulosos seres terminarán matándose entre sí (por pistola y cuchillo), antes que los jovencísimos padres emprendan el viaje al mar, del cual tal vez no regresen.
El rodaje, en chillante Technicolor, no careció de vicisitudes. La película se filmó en Fiyi, pero a Jean Simmons, de 18 años, estuvieron a punto de prohibirle la entrada al país, como parte de un programa que contemplaba la prohibición de la entrada a cualquier persona menor de 19 años, para evitar la introducción de la poliomielitis en las islas. El auto en que viajaban los jóvenes actores volcó, pero ambos resultaron ilesos y una serie de tormentas demoró por tres meses el rodaje. Launder se rompió un brazo mientras filmaba y los censores, que presionaban por aquello de una relación abierta entre dos padres adolescentes, terminaron por ser complacidos al añadirse una tontorrona escena intermedia de boda –muy breve-, entre la parejita protagonista.
Paraíso (Paradise, Stuart Gillard, 1982)
Aunque no se trata sino de un verdadero exploitation de “La laguna azul”, “Paradise” se destaca porque su personaje femenino adolescente, la británica y sensual Sarah, es interpretada por Phoebe Cates, que ofrecía todo aquello que Brooke Shields sólo dejaba a la imaginación, si bien no pasaban de ser unos candorosos desnudos, vistos desde atrás y algunas escenas en Topless, sin omitir mostrar la bien marcada anatomía masculina de su pareja protagonista, Willie Aames. En cuanto a actuaciones, eran igual o peores que las de Brooke Shields y Christopher Atkins en la película original.
Sarah y David (Willie Aames), viajeros en una caravana camino a Damasco desde Bagdad, se encuentran como únicos supervivientes, acompañados por el sirviente de ella, Geoffrey (Richard Curnock), tras el ataque de un traficante de esclavos árabe, apodado el “Chacal” (Tuvia Tavi), que asesina a nacionales y extranjeros en un mercado, en el que ofrece su mercancía humana al mejor postor, y que incluye una escena en la que uno de los esclavistas arranca la ropa de una adolescente (una “montañesa” de raza blanca), exponiendo sus senos a la vista de todos. Aunque los chicos escapen, el Chacal los perseguirá implacablemente, pues ha puesto la vista sobre Sarah, con pretensiones de incluirla en su harem, aunque los chicos escapen, cada vez, de la manera más fácil y absurda de tan sanguinario asesino. Geoffrey tiene que morir, inevitablemente, como sucediera en la Laguna azul con Paddy, para que la parejita se encuentre sola, habite una cueva, despierte sexualmente y vivan unos idílicos (y muy calientes) días en el oasis que posteriormente les da cobijo. Si “La laguna azul” se desarrollaba en exóticos paisajes con trasfondo marino, sospechosamente el dramita semi erótico de “Paraíso” (“nuestro propio paraíso –expresa David-, así es como se llama en la Biblia”) se trasladaba al desierto, sin faltar los chimpancés (¿qué diablos hacen estos ejemplares –con la hembra llamada proverbialmente “Eva”- en el desierto?) que no dejarán de hacer sus payasadas.
A pesar de la cantidad de desnudos “Soft” por parte de Phoebe Cates, esta no se convertiría en icono sexual adolescente sino unos meses después, cuando interpretara a la precoz estudiante Linda Barrett en Topless, en otra película sobre el despertar sexual, “Picardías adolescentes” (aka. Aquél excitante curso; 1982) de la directora Amy Heckerling, que tenía como guionista a quien fuera reportero de la revista Rolling Stones, el célebre Cameron Crowe.
La novia de la playa azul (Pengantin Pantai Biru, Wim Umboh, 1983)
Meriam Bellina y Sandro Tobing protagonizan la versión indonesia de “La laguna azul”. Tras separarse de su abuelo, el profesor Hasnan Rasyid (Abdi Wiyono) integrante de una expedición arqueológica, debido a una tormenta, Andri (Tobing) deambula por la costa de un desierto hasta dar con Emi (Bellina) y su padre Bram (Darussalam), que los criará juntos. Una tribu muy primitiva los secuestra, considerándolos dioses, a la vez que nuestros héroes los desdeñan por sucios y apestosos. Pronto la tribu descubre sus intenciones para con ellos: mantener a Andri como semental, para que embarace a la mayor cantidad de mujeres de la tribu y a Emi como a madre engendradora de hijos, para los hombres de aquel asentamiento salvaje. La pareja escapa, y mientras permanecen juntos, ineludiblemente, se enamoran y engendran un hijo propio, Ami, sin poder evitar ser perseguidos por los nativos hasta que el profesor Rasyid acude al rescate. La película mostraba una violación y debido a la desnudez de los personajes fue considerada como pornográfica y pasada por el tamiz de la censura.
El éxito, entre el público, de la película de Randal Kleiser a nivel internacional se dejó sentir en las adaptaciones que, como en el caso de “Paradise”, lindaban con el más puro cine de explotación. En Asia se dio un fenómeno muy particular, al identificarse los asiáticos con los parajes y situaciones de la película. Diríase que se trató de un fenómeno antropológico del que aún falta mucho por ser escrito y estudiado. “Pengantin Pantai Biru”, por ejemplo, la “adaptación” indonesia de la novela de Stacpoole, llamó la atención del antropólogo visual (es decir, del experto en fotografía etnográfica, rama de la antropología que también se desarrolla en el cine), Karl G. Heider, quien señaló en su libro “Indonesian Cinema: National Culture on Screen” (University of Hawaii Press, 1991), específicamente en el capítulo “Lagunas azules y no tan azules”, que los nativos que aparecían en esta película eran “ridículos”, una especie de sub humanos inspirados en los orangutanes, pero que se enmarcaban en la tendencia del cine indonesio actual, que acostumbra representar las tribus de su país de esta manera tan atrasada. Así es “cómo las películas construyen la cultura del “Otro”, señala Heider. Indonesia, de esta forma, abandona la idealización occidental del “buen salvaje” (aquellos que se presienten, pero no se ven, en la película de Kleiser, con su altar ensangrentado) en pos de marcar una línea entre el pasado estorboso y la creciente e hiper tecnológica modernidad asiática. El indonesio desprecia su pasado y avanza resueltamente (como el resto del continente), hacia un robótico futuro.
En tus brazos (aka. In Your Arms; Teri Baahon Mein, Umesh Mehra, 1984)
La adaptación india no oficial de “La laguna azul” se interpreta sólo a través de la misma explicación que originaría los títulos de “Paradise” y “La novia de la playa azul”: el más puro cine de explotación, la copia descarada y de baja calidad. Esta fue la respuesta de Bollywood al fenómeno “Brooke Shields”. La futura productora Ayesha Dutt (mejor conocida como Ayesha Shroff en su única película) y Mohnish Bahl, integrante de la familia Mukherjee-Samarth, pionera del cine de Bollywood, interpretan a nuestra ya conocida pareja de primos náufragos. Hay un barco y una tormenta, así como la muerte de los padres de los niños. Están la isla, con todo y chimpancé y caníbales. Y la búsqueda de los niños por parte de su abuelo. La playa, el amor y el descubrimiento del sexo.
Ambos actores mencionarían a la prensa su profundo arrepentimiento por haber participado en esta película, pero el soundtrack, grabado en discos de vinilo (de los de aquella época), fue un gran éxito de ventas y es muy buscado por los coleccionistas.
Súper secreto (Top Secret!, David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker, 1984)
La tríada formada por Zucker, Abrahams y Zucker (conocidos por sus siglos ZAZ), había rodado la película “¿Y dónde está el piloto?” (aka. Aterriza como puedas; Airplane!) en 1980, convirtiéndola en un clásico inmediato, que introducía un nuevo estilo a la hora de filmar una comedia. La siguiente película, “Súper secreto”, fue una de esas comedias que marcaron las situaciones absurdas de las que tanto abundaron en el cine cómico de los años ochenta; una parodia de las cintas de espías con una atinada banda sonora que imitaba el estilo Elvis Presley, elementos que la convirtieron, con su predecesora, en todo un referente.
Nick Rivers (Val Kilmer en su primer papel importante), es un cantante de rock que viaja en una gira por una República Democrática Alemana ficticia, aún bajo el régimen nazi, a un supuesto festival cultural. En aquel país la Resistencia francesa, enemiga del gobierno opresor, intenta rescatar al Dr. Flammond (Michael Gough, quien interpretaría posteriormente a Alfred, el mayordomo del “Batman” de Tim Burton) del régimen que lo mantiene preso y ocupado en construir el arma “Polaris”. Rivers se unirá a Hillary Flammond (Lucy Gutteridge), la hija del científico, y a los miembros de la Resistencia en su misión.
La película incluye la actuación de Peter Cushing, en uno de sus últimos papeles, como al dueño de una librería en la que todo, incluyendo la emisión de la voz, sucede en sentido crono retrógrado, pero eso no es todo pues contiene una de las escenas de tiroteos más tontas y divertidas de la historia, una vaca con botas y al actor Christopher Villiers como el personaje de Nigel, una transparente parodia del Richard-“Dick”-Lestrange de “La laguna azul”, atendiendo a las observaciones que hiciera el ensayista español Rafael Llopis, quien señalara que todo mito termina por convertirse en asunto humorístico y, mal que les pese, finalmente en bufonada.
Regreso a la laguna azul (Return to the Blue Lagoon, William A. Graham, 1991)
Les tocó el turno a Milla Jovovich, en el papel con el que debutó en cine, y a Brian Krause, interpretar a los personajes de la secuela de “La laguna azul”. Basada en la novela “El jardín de Dios”, la película comienza justo donde termina la anterior, con un barco que encuentra el bote de Emmeline y Richard a la deriva y el rescate del bebé de ambos. Sarah Hargrave (Lisa Pelikan), una mujer viuda a bordo, con Lilli, su propia hija, se hace cargo del bebé Lestrange, pero una epidemia de cólera comienza a diezmar la tripulación. Para ponerlos a salvo, el capitán decide hacer descender al mar un bote con la viuda, los niños y un miembro de la tripulación. A la deriva, el hombre lucha contra Sarah, molesto por el llanto del niño, así, la viuda se ve en la necesidad de matarlo con un arpón. Al arribo a la isla, encuentra la choza abandonada de los primos Lestrange y procura educar a los niños para que sobrevivan, instruyéndolos en el mensaje cristiano y poniéndoles una prohibición: jamás visitar el otro lado de la isla. La viuda, necesariamente, deberá morir… y vuelta a empezar con la historia de amor inocentón y sexo, aderezada con la intromisión de un capitán, su hija y la tripulación que pone los ojos sobre Lilli, formando no sólo un triángulo, sino todo un cuarteto amoroso que no podrá, se da por entendido, destruir el poderoso lazo que existe entre los apolíneos náufragos quienes, para no perder la costumbre, se convertirán en padres de otra hermosa niña asilvestrada.
William A. Graham, el director de la cinta, curiosamente había tenido la oportunidad de dirigir una de las adaptaciones de “El Robinson suizo” en 1958, para la televisión, mientras Randal Kleiser fungió como productor ejecutivo en esta ocasión, pero la película fue un fracaso de taquilla, que no logró recuperar siquiera la mitad del dinero invertido en su producción y Milla Jovovich (a quien se lanzaba al estrellato como “la nueva Brooke Shields”) la consideró la peor de las películas que había protagonizado. Lo que es mucho decir.
El lago azul: El despertar (Blue Lagoon: The Awakening, Mikael Salomon y Jake Newsome, 2012)
Se necesitaron dos directores para dirigir la más boba de las adaptaciones de la primera novela de Stacpoole, en la que Christopher Atkins, el “Dick” de la versión ochentera, interpreta el papel del profesor Christiansen. Pensada como película televisiva (emitida por Lifetime), traslada toda la trama (o lo que queda de esta) a escenarios y situaciones contemporáneas.
Emma Robinson (Indiana Evans) y Dean McMullen (Brenton Thwaites) son dos estudiantes en una escuela secundaria de élite que se ven envueltos en un viaje a Isla Trinidad, donde se pretende que participen en la construcción de una escuela para niños pobres. Entre compañeros frívolos, el intento de emparejar a Emma con el mariscal de campo de la escuela y la apatía de Dean (que ha perdido a su madre), asisten a una fiesta loca a bordo de un barco. La policía no se hace esperar, en una redada en la cual Emma cae al agua y Dean intenta rescatarla y abordan un bote sin motor. Una tormenta los arrastra a una isla. Lo demás es de esperarse. Mientras el gobierno de la isla inicia la búsqueda, para finalmente, darse por vencido, serán las familias de ambos (la madre de Emma y el padre de Dean), quienes ideen un rescate por cuenta propia, los chicos comienzan un romance, sexo incluido. Por fin un helicóptero los rescata, y las vidas, que ambos llevaban antes del naufragio (el de la chica popular y el muchacho anti social, esos dos pesados y omnipresentes estereotipos yanquis), se acentúan tras darse a conocer su aventura por los medios de comunicación.