Por Lorena Loeza

“Por quererla quien la quiere, le dicen la malquerida” Corrido de la Malquerida

Plasmar en una sola obra la síntesis de todo un estilo y la esencia de una época, bien pudiera ser la aspiración de cualquier creador. Un suerte de estructura que semeje a lo que Virginia Wolf hace en “Mrs. Dalloway”: toda la vida de una mujer mostrada durante la narración de un solo día de su existencia. La malquerida parece contar con esta extraordinaria característica.  Filmada en 1949 y dirigida por Emilio “el Indio” Fernández, conjuga en la historia misma y en las decisiones del director para su realización una estampa artística de lo mas relevante del melodrama rural en la llamada  época de oro del cine mexicano. Basada en la obra de teatro homónima escrita en 1913 por el dramaturgo español Jacinto de Benavente; La malquerida es una historia de pasiones prohibidas, secretos y escándalos para la conservadora moral de la época. El que esté escrita y concebida como puesta teatral, facilita las cosas al Indio Fernández, quien traslada el drama al campo mexicano (en el Estado de Guanajuato) y ambienta la vida en una hacienda campirana, también influenciada por el movimiento revolucionario, otro subgénero ampliamente explotado durante la misma etapa floreciente del cine mexicano. Pero la historia en sí misma y su estructura dramática de origen, no son lo más relevante de la versión fílmica. También cuentan de manera importante la magistral fotografía de Gabriel Figueroa y la elección del elenco que cuenta con tres de las figuras  mas populares de la época, interpretando los papeles  que los convertirían en clásicos: Dolores del Río, como la viuda, la dueña, la mujer envuelta en la duda entre seguir el impuso de un deseo o mantener su respetado status; Pedro Armendáriz como el prototipo del machismo de la época, incapaz de resolver el conflicto, pero siguiendo un instinto que llevará la situación al punto de insostenible; y finalmente Columba Domínguez como la belleza fantasmal y seductora, la manzana de la discordia, la esencia de la tentación. La historia se desarrolla en la Hacienda del Soto, en donde Acacia (C. Domínguez) anuncia su próximo matrimonio con Faustino. (R. Cañedo). No se trata de un matrimonio por amor. Acacia quiere salir de su casa, ya que no tolera la unión de su madre, Raymunda ( D. del  Río), viuda y unida ahora Esteban  (P. Arméndariz) que fuera caporal de la Hacienda. El de Raymunda y Esteban es una unión provechosa para ella. Una mujer viuda y con una hija, no puede hacerse sola de la carga de administrar la próspera Hacienda del Soto. Sin embargo, Raymunda ama profundamente la figura tosca y malencarada de Esteban, un hombre de verdad para los cánones de la época. Raymunda no sabe que ese amor se volverá en su contra cuando Faustino es asesinado debido a los celos de Esteban. Y sí lo que ella no sabe es que Esteban ama a Acacia, la figura joven, hermosa y perturbadora que aparece como el demonio de la tentación, el que lo empuja a pasar por encima de la mujer que le entregó su corazón y lo convirtió en el señor del Soto por el solo hecho de amarlo. El triángulo amoroso está ahora planteado. Los elementos propios de género se despliegan con maestría durante el transcurso de la primera parte de la película. Aquí las mujeres no deciden su suerte, están esperando que el objeto de la pasión decida. Es así que las vemos ahogadas en sus deseos, en donde tanto el amor como el odio se expresan en el mismo nivel de intensidad. Pero el asunto también se complica para Esteban. Es ahora asesino, pero eso no le asegura tener el camino fácil para ganar el corazón de Acacia. Al contrario, la muchacha ve en todo ello la posibilidad de vengarse. Esta segunda parte, marca la pauta para mantener interesado al espectador ante la disyuntiva de la decisión y el avisoramiento de un desenlace que no parece sencillo en ninguno de las posibilidades sugeridas. Es claro que algo acabará rompiéndose, porque el conflicto de interés ha tomado proporciones moralmente insostenibles. Y esa es otra característica sobresaliente del melodrama que se hace en México por aquella época. La decisión depende de una persona  (generalmente el hombre) ante el  callejón sin salida al que la situación en su conjunto parece haber conducido a los protagonistas. Predecible y no, porque es seguro que la cosa acabará mal, pero no se sabe todavía quien pagará el precio más alto. En este punto, Dolores de Río, le aporta a su personaje lo que mejor le sale en la pantalla grande: sufrir con estilo. Consumida por el desamor, por la vergüenza de saberse rival de su propia hija, de lamentar las decisiones equivocadas que la llevan a pretender que un caporal puede ser un señor de hacienda a su lado, el personaje de Raymunda es la que vive el conflicto mas acentuado. Por su parte, Columba Domínguez, muestra una presencia diferente a la angelical belleza de otras de sus películas, cuando ve la posibilidad de sacar partido de la situación. Un interesante cambio y transformación que la convierten en la esencia misma de la tentación. Sin embargo, la situación se desborda cuando el conflicto sale de los muros de la Hacienda del Soto. La malquerida es el apodo burlón de una sociedad hipócrita y de doble moral que así se desquita con la figura que más sufre en este drama: la mujer que pierde la partida, que es suplantada por su hija con quien no puede competir por belleza o juventud. El corrido completo de la Malquerida es la culminación del asunto, la expresión del pueblo, la opinión popular. La última parte de la película conduce al trágico final. Nada para nadie, porque de estos dramas no se sale ileso. Muerte y pasiones reprimidas parecen ser la enseñanza y moraleja para quien se arriesga en amores complicados. Las mujeres se quedan solas. No sin antes soltar una última sentencia, en boca de Raymunda y en actitud de reconstrucción de la dignidad: “Entiérrenlo como lo que era: El señor del Soto” Y es que el Soto no es del todo un lugar imaginario, y la historia no está lejos de las formas cotidianas en que las personas viven sus amores y desamores. La película es vigente ahora como entonces, porque las motivaciones pasionales de los protagonistas, son reales, suceden en lo cotidiano. Y tristemente ahora, como en 1949, los juicios morales se sostienen en vagas premisas, en apodos crueles, en opiniones injustas. La malquerida es una pieza artística que ha sobrepasado con éxito  la prueba del tiempo. Un documento fílmico considerado entre las mejores películas mexicanas de todos los tiempos, aunque muestre un contexto social que creemos estar en camino de superar. Queremos ahora ver en pantalla  las vidas de mujeres que decidan, que no se esfumen ni se humillen por el amor de un hombre. Un punto quizás en el que también existan malqueridos, ¿porqué no?¿a poco no sería interesante?