Por Lorena Loeza   

El reciente estreno – y consecuente éxito en cartelera – de "Miss Bala" (G. Naranjo, México, 2011) pone sobre la mesa una vez más el tema del narco y las formas culturales que sobre el fenómeno se construyen. Es evidente que por lo menos, en lo que al cine mexicano se refiere, el asunto ha empezado a incursionar en distintos géneros y a retratar diferentes escenas de lo cotidiano en las historias que narra, que no se limitan únicamente al cine policiaco y/o de acción.   

Los narcos en el cine mexicano empiezan a ser figuras centrales en la década de los 70 cuando los Almada, Reynoso y Valentín Trujillo sostienen la industria a fuerza de contar historias acerca de la persecución entre narcos y judiciales, la mayoría de ellas destinadas al “video home.” Los narcos entonces eran “los malos” en historias predecibles al estilo de las fabulas de policías y ladrones. Además, se presentaban como un nuevo modo de crimen que no parecía tan sofisticado como los gángsters: carentes de estrategia y moralidad, los narcos parecían entes malvados que ganaban mucho dinero sin saber bien a bien para qué servía, por lo que lejos de la buena vida y la sofisticación de las mafias italianas – por ejemplo- las ganancias de sus malandanzas terminaban diluyéndose en caprichos caros y costosos que han contribuido a construir para el imaginario popular una parodia del narco que funciona mejor en comedias farsas que en las cintas de otros géneros que se han realizado sobre el tema.   

En este ambiente, los personajes femeninos en general, no cumplen otra función más que la de acompañantes sexuales y en general víctimas de un mundo gobernado por hombres donde las mujeres son poco menos que un objeto, trofeo y artículo de consumo. Prostitutas, bailarinas y acompañantes que deciden aceptar una vida de abusos a cambio de joyas y objetos caros constituían en general el universo femenino de la historias.   

Las mujeres del narco también son mucho menos sofisticadas que las que acompañan a los mafiosos y gángsters. Mientras que en el primer caso se trata de figuras a las que los adornos y lujos las convierten en modelos de estilo, las que acompañan al narco son mujeres pobres que ven en este tipo de relaciones el único modo de tener movilidad social. No deja de ser contradictorio que en un mundo donde los hombres ejercen autoridad y dominio de manera transitoria, las mujeres en pocas ocasiones tomen el mando, siendo su papel pasivo el que generalmente predomina.   

“Miss Bala”, retoma algunas de estas premisas básicas, sin embargo, introduce variantes que deconstruyen el tradicional modo en que las mujeres y el narco eran tradicionalmente retratadas en la pantalla grande.   

“Laura Guerrero” es una joven que vive en Tijuana y la que no le resulta del todo ajeno el ambiente de narcos, judiciales y violencia que rodea el entorno. Sin embargo, “Laura” no es una joven que busque relacionarse con el narco expresamente para sobrevivir, -como muchas otras chicas- sino que una desafortunada coincidencia -algo así como estar en el lugar equivocado en el momento equivocado- la lleva a vivir la pesadilla de verse involucrada enmedio de dos bandos no siempre claramente contrarios.   

En realidad “Laura” tiene otro sueño que puede resultar tan extraño de comprender que es precisamente lo que detona una premisa que interesa al espectador. Es el de convertirse en la nueva reina de belleza del Estado, participando en el concurso Miss Baja California.   

Una primera idea de esta situación es la obvia relación que existe entre el tipo de mujeres de las que los narcos gustan: muchachas con evidente atractivo físico que sirva únicamente como objetos sexuales. Cuando hablamos de la posibilidad de compra de caprichos caros, en esa lista – por supuesto- también se incluyen las mujeres como eso: objetos y trofeos que se pueden exhibir y presumir.   

Pero la película admite otra lectura, que es la de mostrar dos tipos diferentes y en los que por diversas razones, las mujeres son sometidas a distintos modos de subordinación: uno por la violencia misma que la inequidad ejerce sobre ellas, y otra por la propagación de estereotipos que sostiene el status quo dominante.   

Es así que “Laura Guerrero” –el personaje central en “Miss Bala”- es el ejemplo de cómo muchas mujeres jóvenes se ven violentadas por el entorno, la falta de oportunidades y opciones y en general, por una cultura donde la inequidad de género es la constante.   

El sueño de ser reina de belleza no tiene que ver con la premisa de aspirar al glamour, por lo menos no tanto como usar el atributo físico como medio de movilidad social. Con pocas opciones, y por inaudito que parezca el ser reina de belleza se convierte en una posibilidad lejana, pero al fin posibilidad. Y eso es precisamente lo que miles de jóvenes como Laura buscan tan desesperadamente.   

La cinta tiene además la enorme virtud de desmitificar los arquetipos tradicionales, ésta no es una historia de policías y ladrones que cruza por el de una víctima en particular. Aquí los bandos no están claramente definidos y se confunden a menudo, incluso en apariencia: no hay cadenas de oro relucientes, botas de piel de víbora, ni cosas por el estilo. No hay modo de diferenciar en función de los modelos tradicionales los bandos, ni las intenciones. Alianzas y figuras aparecen como parte de un todo, donde hay una muy leve línea divisoria.   

Sin embargo, hasta en eso es evidente que la situación no es la misma para los hombres y para las mujeres. De uno y otro bando, el desprecio hacia la condición femenina es evidente. El uso de las mujeres para tareas de evidente riesgo, tratándolas todo el tiempo como piezas fácilmente reemplazables, como objetos desechables. En esas circunstancias, el ser bella no es siquiera una ventaja, la única opción de muchas de ellas se reduce prácticamente a la nada.   

“Miss Bala” es un doloroso retrato de la violencia que vivimos, pero también de una situación que está muy lejos de ser superada: el machismo y la inequidad de género que se potencia a través de nuevas formas de violencia y explotación. Y esto lamentablemente no es en modo alguno reciente ni producto solamente del narco y la violencia: tiene que ver con las formas culturales en que construimos las relaciones entre hombres y mujeres y como – a pesar del discurso- está muy lejos de ser superado.