Por Hugo Lara Chávez

Cuando Frank Capra recibió el reconocimiento a su brillante trayectoria por parte del American Film Institute en 1982, dijo que el verdadero secreto de su arte era algo muy simple: el amor de la gente. Algo que sabía interpretar y transmitir en sus películas con mucha emotividad, como la legendaria escena de Jimmy Stewart corriendo por el pueblo eufórico y repartiendo felicitaciones navideñas a diestra y siniestra, en "¡Qué bello es vivir!" (It´s a Wonderful Life, 1946).

El signo que identifica al cine de Capra es el optimismo. Él encarna mejor que nadie a los narradores cinematográficos avezados en los finales felices; un experto en llevar a sus personajes por los caminos más aciagos, enfrentarlos con la canalladas más inmundas mientras también conduce al público por el sufrimiento, la compasión y luego el llanto y, en el momento menos pensado, da un giro de timón y sorprende a todos con una sucesión de alegrías desbordantes, apoteósicas, antes de llegar a la disolvencia final cuando todos ya han recobrado el gusto por la vida.

Nacido en Palermo, Italia, en 1897, Capra era hijo de una familia de campesinos que emigraron a los Estados Unidos hacia 1903, en busca de la Tierra de las Oportunidades. El joven Capra creció en el momento en que los inmigrantes europeos no sólo se estaban adaptando a su nuevo país sino que, al mismo tiempo, lo estaban forjando y nutriendo un inédito orgullo norteamericano. Así, tras hacer estudios en química, se enroló en el ejército para participar en la primera guerra mundial. Desempleado al final de ésta, se incorporó al cine de manera accidental, como casi todos los pioneros de la época silente. Luego de una primera oportunidad de dirigir en 1921 la cinta “Screen Snap Shots”, Capra encontró acomodo en unos laboratorios cinematográficos. Formalmente se inició en el cine como guionista y “gagman” del productor Hal  Roach y posteriormente de Mack Sennett, en la legendaria Keystone Film Company, bajo las órdenes del director Harry Edwards. Fue el cómico Harry Langdon quien le brindó la alternativa como realizador en 1925, con los filmes “The Strong Man” y “Tramp, Tramp, Tramp”.

Debido a desaveniencias con Langdon, Capra volvió a escribir para Sennett aunque no por mucho tiempo, pues para 1928 Harry Cohn, el hombre fuerte de la Columbia,  lo contrató en exclusiva para dirigir películas que en su momento fueron de gran éxito. Bajo el sello entonces modesto de la mujer con la antorcha encendida, Capra dirigió ese mismo año “The Certain Thing”, un anticipo de uno de sus temas favoritos que en lo subsecuente frecuentó con asiduidad: la lucha de un hombre independiente dispuesto a batirse por sus justas convicciones y que, con un poco de ayuda de sus amigos, logra que triunfe el bien sobre el mal.

Bajo este esquema, Capra dirigió numerosas cintas en un periodo muy breve, antes de hacer su primera sonora, “The Younger Generation” (1929). Para esta nueva era, llegó precedido por la fama de ser un buen realizador de comedias, que ratificaría en seguida con “Ladies of Leisure” (1930) y “The Miracle Woman” (1931).  No obstante, durante la década de los 30, logró sus mayores triunfos en asociación con el escritor Robert Riskin: “American Madness” (1932), “Ladie for a Day” (1933) sobre el contubernio entre una mujer y un gangster para fingir ante la hija de ella que ésta guarda una buena posición social y económica; la célebre “It Happened One Night” (Sucedió una noche, 1934) acerca del trompicado romance entre una rica y caprichosa heredera y un agresivo reportero interpretado por Clark Gable; “Mr. Deeds Goes to Town” (El secreto de vivir, 1936) y “Lost Horizon” (Horizontes perdidos, 1937) que cuenta el descubrimiento de un supuesto país en perfecta armonía, entre otras.

Capra fue un cineasta que supo expresar los sueños de su lugar y su época y que, como pocos, entendió plenamente a su público. Su etapa más luminosa coincidió con los años de la depresión en Estados Unidos, tras la crisis de 1929. En este sentido, Capra fue un cineasta oportuno que prodigaba a través de sus películas un mensaje de aliento que en el mundo real parecía no existir. En ese mismo tenor, él fue un auténtico creyente de las esperanzas en el sueño americano que predicaba el “New Deal” de Franklin D. Roosevelt. Por eso, sus relatos aluden a situaciones ideales para el norteamericano medio (que muy bien encarnaba el rostro candoroso de Jimmy Stewart, uno de sus actores más socorrido): el triunfo de la integridad y la justicia; la certidumbre de que es posible ser feliz aún a costa de muchos sacrificios y aflicciones; el bien colectivo como vehículo para obtener el bien individual, etcétera. Con estas comedias, Capra se erigió en uno de los directores más norteamericanos aun sin serlo de origen, como ocurrió con el francés William Wyler.

Con las notables cintas “Mr. Smith Goes to Washington” (Un caballero sin espada, 1939) que relata un conflicto de justicia en el senado norteamericano; y “Meet John Doe” (1941), Capra interrumpió brevemente su actividad en Hollywood para dedicarse durante la segunda guerra mundial a filmar una serie de documentales de propaganda militar, conocidos bajo el título “Why We Fight?”.  Al finalizar la guerra fundó la productora  Liberty Films, en asociación con George Stevens y William Wyler. En 1946 dirigió la que es quizá su película más emblemática: “It´s a Wonderful Life” (¡Qué bello es vivir!), donde se narra la historia de George Bailey-Jimmy Stewart, un joven honesto muy querido por su comunidad que, acorralado por fuertes deudas justo en vísperas navideñas, es salvado del suicidio por su ángel guardián quien le enseña, a través de un recorrido mágico, lo valioso que es su vida para los demás.

Se dice que por su siguiente película, “State of the Union” (1948) en la que se narra el conflicto de un candidato presidencial y sus dudas acerca de la honestidad del poder, Capra fue orillado por el Comité de Actividades Norteamericanas, que capitaneaba el inquisidor McCarthy, a dejar la realización entre 1951 y 1959. Sin embargo, una vez que puede regresar, sólo dirige dos películas más antes de retirarse definitivamente en 1961.  Todavía viviría 30 años más hasta su muerte el 3 de septiembre de 1991, ocurrida en su casa de California.

Se ha dicho reiteradamente que sus relatos son una especie de cuentos de hadas modernos, donde el bien se impone siempre al mal, no sin antes los héroes hallan zanjado numerosas dificultades. Considerado como uno de los grandes ases de la comedia romántica hollywoodense junto a Leo Mac Carey, Ernst Lubitsch, Howard Hawks y Preston Sturges, es innegable que Capra sabía manejar la ingenuidad de su público, pero también es cierto que sus obras tienen algo que las ha hecho perdurables más allá de su tiempo y su lugar. Es en esto donde Capra nos ofrece una lección de fantasía y optimismo, que siempre habrá que agradecerle.