Por Raúl Miranda

La irrupción del demonio en un edén ranchero, personificado por Susana, prófuga del reformatorio y de su calabozo con arañas peludas, murciélagos y ratas, viene a perturbar la pacífica unidad de una rica y decente familia rural. La estética audiovisual de Buñuel nos permite de inmediato entrar en contacto con la joven malvada, mujer sensual  y deseosa del deseo (Gilles Deleuze); manipuladora, conocedora del quiebre hormonal masculino, sabia del ataque sexual. Susana,  también es narrada  a través de una simbología: emasculación y erección, sustituidas por huevos rotos y escopeta fálica; pero sobre todo por los insistentes hombros de hembra para hombres en compulsión neurótica, en impulsión histérica. Pocos meses después de finalizar su gran película Los Olvidados, Luis Buñuel emprende un filme de encargo, un erodrama hacendario con la presencia de la guapa argentina Rosita Quintana, de torneadas piernas, rostro de aparente ingenuidad y de voz adolescente. La inclusión en el reparto de la simpática actriz gaucha se debía, aparte de sus atributos descritos, a ser la esposa del productor Sergio Kogan. Como desdeñable y comercial se acusaba a este filme de Buñuel, pero al fin también de riqueza cinematográfica: sonoridad catafórica, iluminación de tono tenebroso y presagio (rayos de tormenta relampagueante en la noche obscura), sensaciones e insinuaciones (humedad sobre el cuerpo enlodado, y vestido en jirones de la bella), registro del mirar fulgurante (lujuriante) de los hombres en desequilibrio buscando destensarse/debilitarse en la pequeña muerte: ¿Dios, por qué nos has dado sexo? (Antonin Artaud); historia de la lascivia de la nueva y vieja tentación carnal de siempre; el embrollo de la concupiscencia; la estrategia de la araña del eterno femenino; la liturgia del olor y la redondeces, que se sabe temporal, se impacienta y urde la provocación con su “truquito” (Francisco Aranda, citando a Henry Miller) en el cortijo, para llevarlo todo al desastre. Susana, alterando “los arquetipos del melodrama edificante” (al decir de José de la Colina), pervirtiendo la quietud de la finca. Relato sobre la “inocencia aparente”, ese dispositivo del infantilismo y la victimización, que exige en todo momento tiempo gozoso y la evasión absoluta del sufrimiento (Pascal Bruckner). Filme respetuoso de las convenciones melodramáticas, pero risueño, e irónico (Peter Williams Evans, Las películas de Luis Buñuel). La cuarta película mexicana y la séptima de su filmografía, contiene un final feliz de moral “chirriante” (Carlos Barbachano).  Melodrama ayer, comedia hoy, del subversivo surrealista, del franquista de closet (murmuraban sus detractores envidiosos). Tema insistente: contención-irrupción del deseo sexual y otros.

Que Buñuel mismo se explique: “Susana, película sobre la que no tengo nada que decir, salvo que lamento no haber subrayado la caricatura en el final, cuando termina milagrosamente bien. Un espectador no avisado puede tomarse en serio este desenlace.” Y continúa: “en una de las primeras escenas de la película, cuando Susana se encuentra en la cárcel, estaba prevista en el guión la presencia de una gran migala que debía atravesar la sombra de los barrotes de la celda proyectada en el suelo, donde dibujaba una cruz. Cuando pedí la migala, el productor me dijo: ´No, no hemos encontrado ninguna´. Disgustado, me disponía a pasarme sin ella, cuando el encargado del atrezzo me comunicó que ciertamente había una migala en una cajita. El productor me había mentido, pues temía verme perder tiempo.” “De hecho, colocamos la jaula de la araña fuera del campo de toma, la abrimos y empujé con un trocito de madera a la migala, que atravesó a la primera la sombra de los barrotes, tal como yo quería. La cosa apenas si nos llevo un minuto” (Mi último suspiro). Francisco Aranda elaboró la siguiente paráfrasis: “El caso de Susana es característico, algo así como el prototipo, casi caricatura, de la serie de films ¨comerciales¨. Posteriormente tendría más libertad y más habilidad para expresarse a través de los temas impuestos. En  Susana, para conseguirlo tuvo que someterse a elipsis. La obra resulta una especie de código secreto con todos los temas buñuelescos confesados en clave. Para muy pocos tratadistas de cine Susana es una obra maestra, una de las creaciones más fascinantes, hay que reconocer que quienes  así opinan son personas ejercitadas en el deporte, casi morboso, de descubrir lo invisible en una película. Es el caso de Henri Langlois y desde luego el mío y el de los que han dedicado mucho tiempo a estudiar a nuestro biografiado. Susana presenta sorpresas deliciosas. Una de las más evidentes es el comprobar que Buñuel, destructor de convenciones estéticas en su primera obra surrealista, tiene en el fondo mucho respeto por las tradiciones establecidas en la narrativa, la construcción y la forma. Susana recoge la tradición melodramática española y mexicana con tanta exactitud que por momentos creemos  estar en presencia de una retahíla de lugares comunes. No es de extrañar que todos los críticos hispánicos tratasen esta película con los peores improperios que jamás se dirigieron a película mexicana alguna.” De lucidez analítica es la breve nota de Agustín Sánchez Vidal, en su libro Luis Buñuel, cuando escribe acerca de la “fatiga de las costumbres” y la superación del “diabólico paréntesis”, y comenta la expresión de la sirvienta: “Lo otro era una pesadilla. Esto es la pura verdad de Dios”, descubriendo en la secuencia final el redil de la manada de borregos y de guajolotes que pasan, antecediendo intratextualmente a El Ángel Exterminador. Pero... “No son ´guiños´ porque detesto al cineasta que parece decir ´Miren que listo soy´” (Luis Buñuel). Recomiendo la lectura de Peter Williams Evans, Las películas de Luis Buñuel / La subjetividad y el deseo, Barcelona, Paidós, 1998. Dir: Luis Buñuel   (México, 1950) Con: Fernando Soler, Rosita Quintana, Víctor Manuel Mendoza, Matilde Palou, Marina Gentil Arcos.