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2017-02-26 00:00:00

Crítica: «Esa era Dania». Narciso en la maternidad, en FICUNAM

Por Rodrigo Garay Ysita

A la niña que se mira a sí misma en la pantalla de su iPhone, grabando (¡en vertical, con un demonio!) su caminata espontánea sobre la arena de playa mojada en la posteridad digital de su memoria de no sé cuántos gigas (o en la intangibilidad del internet, porque tampoco sabemos qué tan bien esté su plan de datos), la observan más personas de lo que ella esperaba.

La observa, de entrada, una tal Dania, madre adolescente a punto de concluir la preparatoria que se encontró el iPhone del párrafo anterior en el probador de una tienda de ropa; en donde, por cierto, tenía puesto un vestido que bien sabía que no podía pagar. La idea era verse en el espejo y sentirse una persona distinta. “Esa era Dania” (2016), el segundo largometraje dirigido por Dariela Ludlow —a quien conocemos muy bien como cinefotógrafa de películas como “No quiero dormir sola” (2012) o “Los bañistas” (2014)—, es un ejercicio de observación múltiple: primero sobre Dania obsesionada con las video-selfies de una desconocida que la ayudan a fugarse de su maternidad precoz, luego sobre otra Dania que, cierto tiempo después, comenta las escenas de su propia película.

Saltando entre la ficción y el supuesto documental (así como entre distintos formatos de video para simular los registros en los que filmamos las trivialidades de nuestros días desde que los celulares tienen cámaras por todas partes), el retrato múltiple del narcisismo de Dania es de un desapego lúdico y hasta cierto punto intelectual, pues cancela cada vínculo emotivo entre el personaje y el espectador a través del comentario de sus propias escenas, que hace evidentes los mecanismos de una narración ficticia. A la película no sólo se le ven los hilos, sino que ella misma los señala; como cuando Dania confiesa que “en la vida real” nunca se encontró un celular o cuando aclara que la directora la obligó a llorar para la escena culminante justo después de que la vemos con la cara llena de lágrimas, lo que nulifica inmediatamente la credibilidad de la madre soltera de quince años, deprimida y decepcionada por la percepción que tienen los demás de ella.

Aunque se supone que la dramatización está recreando la problemática de una niña que era demasiado inmadura —física, mental y económicamente— para ser madre, la Dania que observa y comenta las secuencias que acabamos de ver demuestra estar más preocupada por su aspecto a cuadro (“No sé si soy buena actriz”) que por resolver los problemas personales que se plantearon en la ficción, como su inesperado interés por estudiar pedagogía o el irresponsable maltrato de su hija.

En esa trampa está la idea más interesante del filme: luego de la recreación y de la interpretación de la recreación, lo que queda es una verdad a medias y tan distante que ha dejado de afectar a quienes la reciben. Lo que parece iniciar como una historia aleccionadora de comentario social afín a los proyectos anteriores de Ludlow, se convierte en un cuestionamiento voyeurista sobre el voyeurismo y sobre la sensibilidad “proxy”, es decir, sobre los afectos generados por los reflejos de la realidad y no por la realidad en sí; afectos que suman, fragmentados, una percepción diluida entre pantallas.

“Esa era Dania” es la peor pesadilla de Baudrillard: una película que retrata las reacciones de una protagonista adormecida —quizás manipulada, quizás no— ante la película misma, que, a su vez, trata de una adolescente proyectando sus deseos e inseguridades en la vida de otra persona que conoce solamente a través de un celular. Una niña viéndose a sí misma viendo a otra niña viéndose a sí misma; después, la directora viendo todo esto en sus monitores y en las pantallas del cuarto de edición o de los screeners. Después el público viéndolo en la pantalla del cine. Y luego estamos los que usamos lentes.