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Reporte de la semana

2017-09-10 00:00:00

«Kaili blues: Canción del recuerdo». La dilución del tiempo

Por Samuel Lagunas

Hace un par de semanas se estrenó masivamente en salas comerciales “El caso de Cristo” (Jon Gunn, 2017), una película que, basada en el libro homónimo, cuenta cómo el periodista Lee Strobel se embarca en una serie de investigaciones sobre las evidencias históricas acerca de la vida y resurrección de Jesús. Hace muchos años leí el libro. La película aún no la he visto y no planeo hacerlo a pesar de que la crítica no la haya denostado, hecho que en la corta y pobre carrera de la productora Pure Flix Entertainment, representa un logro significativo. Hablo de ella porque, como lo fue “Dios no está muerto” (Harold Cronk) y como lo es en general la industria del cine evangélico estadunidense, parte de una idea clara: Dios existe y está interesado en tener una relación personal con la humanidad. Creencias aparte, esta premisa la mayoría de las veces afecta las películas produciendo argumentos defectuosos que degeneran en un cine panfletario sin valor alguno. Además, la idea tiene nulas repercusiones formales.

El mismo fin de semana llegó a salas de la Cineteca Nacional “Kaili Blues: Canción del recuerdo” (2015), ópera prima del joven director chino Bi Gan. “Kaili Blues” también parte de una idea; en este caso, de una frase atribuida a Buda que se encuentra en el Sutra del Diamante: es una sentencia que habla sobre el tiempo y su dilución, sobre cómo la no temporalidad aniquila también al individuo. La persona, que sólo pertenece al presente, se disuelve ante la ausencia de tiempo. En ese ser y no ser simultáneamente alcanza la plenitu. Encabezar una primera película con tamaña frase puede parecer pretencioso pero Bi Gan salva ese calificativo con un genio poco frecuente en los noveles directores.

[Puede no ser una película budista pero a Buda, seguramente, le habría encantado...]

La cinta se sitúa en Kaili, un pueblo ubicado en el sur de China donde la vida transcurre entre la parsimonia inocua y el rumor de un extraño ser homínido que acecha a los locales. Allí, Chen (Chen Yongzhong) es un poeta que trabaja en un consultorio médico junto a una taciturna y melancólica mujer vieja. En los primeros momentos la cinta nos sumerge en las profundidades de la creación poética desde la ramplona cotidianidad como lo hiciera también “Paterson” (Jim Jarmusch, 2016), pero el drama de Chen adquiere una profundidad novedosa en la relación con su sobrino Weiwei y con su desalmado padre quien, ante el desgano de cuidarlo, lo entrega a uno de sus compinches. Entonces Chen se embarca en un viaje en la búsqueda de Weiwei al mismo tiempo que la anciana mujer le pide que lleve un casete y una fotografía a un viejo amante de juventud. Aquí la peregrinación adquiere un tono iniciático, de autoconocimiento. Por medio de un larguísimo plano secuencia —40 minutos de duración— no sólo nos desplazamos a través de todo un pueblo sino que el tiempo se disloca y pasado y futuro se abren paso entre un desdibujado presente de Chen. La escena es admirable técnicamente pero también en su contenido. La cotidianidad de Chen es transformada desde adentro, su temporalidad es rota y así se abre a un nuevo comienzo. Es el Nirvana en su más simple y contundente expresión.

“Kaili Blues” no es una película fácil para quienes se acercan por vez primera al cine chino u oriental. Pero eso no disminuye su osadía ni sus cualidades. Bi Gan ha conseguido entretejer el tiempo en una toma hasta diluirlo por completo y, en medio, esbozar a un personaje desde sus sueños y sus frustraciones salpicando algunos diálogos tan enigmáticos como bellos. No es una película totalmente intimista pero consigue regalarnos una experiencia de inmersión en los pantanos de la calma. “Kaili blues” es capaz de engarzar una canción de cuna en versión pop con un reloj pintado con gises sobre una pared que es atravesada por un tren invisible, todo en una atmósfera tan extraña como solaz, tan elemental como inquietante. Puede no ser una película budista pero a Buda, seguramente, le habría encantado.  Ojalá los cineastas evangélicos la vieran, aprendieran de ella y comenzaran a comprometerse seriamente con sus películas.

  
Ficha técnica:

Título original: Lu bian ye can. Año: 2015. Duración: 113 min. País: China. Dirección/Guion: Bi Gan. Fotografía: Wang Tianxing. Edición: Louis Cioffi. Música: Lim Giong. Reparto: Chen Yongzhong,  Guo Yue,  Liu Linyan,  Luo Feiyang,  Xie Lixun,  Yang Zhuohua, Yu Shixue,  Zhao Daqing.