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2017-11-20 00:00:00

Crítica: «The square»; El arte contra la realidad.

Por: Silvia Itzel Bravo

“Ocurra lo que ocurra, ya sea que los artistas produzcan, ya sea que mueran personas ricas, todo beneficia a los museos; son como las casas de juegos: no pueden perder; y ésa es su maldición. Pues los hombres se pierden sin remisión en sus galerías, solos ante tanto arte.” Theodor W. Adorno, “Museo Valéry-Proust”, 1967

El crítico de arte norteamericano, Donald Kuspit, rescata la acertada observación del filósofo alemán para referirse al hecho paradójico que representa defender el ‘carácter subversivo del arte’ frente al gran emporio de la institucionalización museística. Según Kuspit: «cuando el arte ha perdido el favor de los ojos del mundo para el que fue concebido, busca el favor de los ojos de la posteridad a la que el museo representa».1

No es fortuito que el crítico, a su vez, haya rememorado la elogiada exposición ‘Dislocations’, inaugurada en 1991, como un claro ejemplo de tal paradoja, ya que el carácter agitador de las piezas, a su gusto, quedó neutralizado al exponerse en el prestigioso Museo de Arte Moderno de Nueva York, MoMA. Y, tampoco resulta extraño que, a modo de radiología social, Ruben Östlund haya decidido tomar el esnobismo artístico ‘contemporáneo’ como la metáfora idónea para narrar las múltiples contradicciones de los individuos en la actualidad.

Incluso, en el mundo del arte, están emergiendo nuevos términos, por ejemplo, el artista Allan Krapow creo la categoría ‘postarte’ con la cual hace referencia a la tendencia artística de «elevar lo banal por encima de lo enigmático, lo escatológico por encima de lo sagrado, la inteligencia por encima de la creatividad».

Christian, el curador de la controversial exposición “The square” es el prototipo de ciudadano ideal: joven, económicamente productivo y, por si no fuera poco, sensible a las causas sociales. Él, junto con el equipo del museo, son los encargados de realizar el marketing adecuado para atraer la atención del público a la exposición. Al contratar a una agencia externa, para realizar el lanzamiento de la novedad museística, es donde ocurre el primer quiebre fuerte que, aunado a experiencias poco gratas vividas por el curador, vuelcan en un cuestionamiento profundo sobre el sentido de la vida individual y, por supuesto, en comunidad.

Es así como a partir de la narrativa del museo, Östlund expone los absurdos éticos y morales presentes en las sociedades y a las cuales se enfrentan día a día. Todo el tiempo. Si bien, el espacio museográfico en la película es uno de los ejes principales, apenas y es uno de los múltiples recintos donde ocurren las paradojas sociales. Concepciones como el arte, la belleza y la educación humanitaria se encuentran en constante disputa por la desconfianza y el egoísmo individualizante de una sociedad considerada en la actualidad como una de las pioneras en políticas sociales.

 Los tópicos como la migración y la participación en la toma de postura por parte de los medios de comunicación también se encuentran dentro del universo sueco ficticio, debido al papel transcendente de ambos sectores. Los migrantes son vistos con recelo, debido a su impacto en la estabilidad social; en tanto que los medios de comunicación son los encargados de crear la opinión pública que, en momentos críticos, pueden generar problemas de orden mayor, debido a su capacidad de hacer ‘viral’ una noticia, un video y así posicionarse como el centro de atención—positiva o negativa—. Y, claramente, los museos, no son la excepción, debido a la fuerte dependencia económica que los artistas y tales recintos tienen con las caritativas y ricas personas-instituciones.

Mientras un grupo de personas merodean el museo y entran a la exposición, donde se puede leer ‘you have nothing’ e ingresar al cuadro de confianza, en el cual nada malo puede ocurrir; al salir y encontrar en las calles a los miles de migrantes que piden dinero todo el tiempo o bien, los barrios donde vive gente que bien puede ser considerada de poco fiar, cabe preguntarse si el impacto humanitario sólo existe dentro de las seguras paredes del museo o es capaz de acompañarlos en su trayecto hacia casa.

Para muchos, el arte puede ser considerado como una especie de reflejo social y en, "The square", el absurdo característico de muchas de las obras contemporáneas es llevado al límite con la finalidad de realizar una sagaz crítica de las instituciones, sean las del arte o las de los medios, a la vez que juega con la reiterativa desconfianza que sienten los ciudadanos de los países desarrollados hacia quienes no son iguales a ellos, lo cual ha desembocado en un señalamiento absurdo de peligrosidad y rechazo.

  Östlund, conjunta diversos tópicos como el debilitamiento del arte frente a la institución representada por el museo, la dependencia económica del arte, el deseo de reconocimiento y de permanencia en la posteridad, con la desconfianza e hipocresía de los sectores considerados los más favorables y con mayor acceso a una mejor calidad de vida y, al arte, por supuesto. Y Christian funge como el mediador entre los diversos sectores.

En este punto cabe preguntarse sobre el significado de lo ‘humanitario’ y la paradoja de la congruencia ética en tiempos tan inestables y regidos en su totalidad por el factor cambio. Pese al tema escabroso que supone intentar definir lo humanitario, el poder, y el arte, Östlund lo encamina de tal forma que, sin caer en sentimentalismos, logra crear un filme sobrio, con tintes humorísticos y capaz de generar en el espectador un deseo de arremeter contra los museos de arte experimental. Tal vez, nuestro primer acto de protesta, sea dejar de secundar el esnobismo y dejemos de ir a los museos que nos den mala pinta.

Tal vez; siempre es válido pensar en futuros paralelos…
 

1 Donald Kuspit, Emociones extremas: pathos espiritual y sexual en el arte de vanguardia, Madrid, Abada, 2006 p. 6