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2018-01-11 00:00:00

«Mermaids of Tiburon»: México lindo y… marino

Por Pedro Paunero

John Lamb había trabajado como fotógrafo subacuático en la serie conocida en México como “El Investigador submarino” (Sea Hunt)[1], cuando se le pidió participar en la película “Viaje al fondo del mar” (Voyage to the Bottom of the Sea, 1961) de Irwin Allen, que inspiraría la serie televisiva del mismo nombre[2], en la que Lamb dejó su impronta, ni más ni menos, que a lo largo de 75 episodios y se jubilaría con una participación en la cinta televisiva “Trapped Beneath the Sea”, dirigida por William Graham en 1974, basada en un hecho real que tenía que ver con el accidente de cuatro investigadores, atrapados en un mini submarino, en aguas de Florida. Con toda esta experiencia a cuestas se atrevió a dirigir, en esos años pioneros del cine de bajo presupuesto[3], encabezados por las producciones de Roger Corman, una fantasía inocua, de pretendidos tintes eróticos, más bien difuminados en aras de un cine de aventuras con ligeros toques ecologistas “avant la lettre”, situada en una isla mexicana, que no recaudó gran cosa en taquilla y que tuvo que ser remontada en una versión “para adultos”.

La película “La isla de los tiburones” (Mermaids of Tiburon, 1962), se exhibió en un México que, por entonces, ya clamaba libertades, en los que se rumoraba la gestión para obtener la sede de los juegos olímpicos y en cuyos oídos resonaba la voz de Augusto Benedico, como el Profesor Orlof, refiriéndose a la identidad secreta de Santo, el Enmascarado de plata y su eterno servicio al bien y de la justicia, el 2 de mayo de 1963, y habría servido, a la vez, de escape de la acelerada modernización que se vivía a principios de la década.

Lamb, que también había escrito el guion, narraba la historia del doctor Samuel Jamison[4], biólogo marino del parque acuático “Marineland”, a quien un anciano “caballero” llamado Ernst Steinhauer[5], le informa de una rara variedad de enormes perlas “de fuego”, que cambian de color al ser expuestas a la luz, descubiertas en la isla de Tiburón, en el Golfo de California, que en la vida real pertenece administrativamente al municipio de Hermosillo, Sonora y constituye una reserva natural y asentamiento sagrado del pueblo Seri pero que, para efectos prácticos del “Scouting”, fue trasladada a las locaciones californianas de las islas Santa Catalina, las islas Channel y sus bellísimos campos sumergidos de algas y abundante y colorida fauna marina.

Un deslucido misterio se entrevé cuando Jamison, al poco de arribar de su vuelo a una hermosa población de la costa, descubre que el informante ha desaparecido, cuando encuentra sus papeles revueltos, su telegrama a un lado de la máquina de escribir, la talega de las perlas vacía y su monóculo pisoteado en el suelo. El biólogo es vigilado por un hombre misterioso que responde al nombre de Milo Sangster (Timothy Carey[6]), que también va detrás del botín, ha asesinado al viejo y ha robado sus mapas. Jamison decide embarcarse en solitario para la isla y continuar con la investigación, ante la inutilidad de la policía mexicana para dar con el paradero del anciano, aunque este hecho no esté sino insinuado[7]en la trama.

No falta el personaje estereotipado, inocentón y medio retrasado, que responde al único nombre que el Hollywood más barato adjudica siempre a un mexicano, Pepe Gallardo (interpretado por el desesperante José Gonzales-Gonzales, actor recurrente en la televisión americana de aquellos años[8]), a quien el villano toma a su servicio, y suelta diálogos claramente tomados del habla de aquél personaje animado, renombrado como “ícono cultural”, que es el célebre Speedy Gonzales de la Warner Brothers, mezclando inglés y español:

“Ándele, ándele, Señor Sangster, please sit down! Come on, Señor Sangster, please sit down, ándele, pronto hombre… ándele! ¡Ay, Chihuahua!”

Huelga decir que Jamison, tras disfrutar explorando y surfeando en el mar, y hacer observaciones sobre las nutrias y focas que pueblan el sitio, no sólo da con el dichoso tesoro, sino con la reina de las sirenas[9] y sus súbditos femeninos, habitantes de las profundidades, que acostumbran asolearse en las rocas de la isla, y que sirven como custodios del tesoro consistente en almejas perlíferas gigantes. Esa isla, “alejada de la civilización y perteneciente al principio de los tiempos” es un fragmento de un México idealizado, en estado prístino, donde caben no solo las criaturas del mito, sino las sugerencias del “buen salvaje” al otro lado de la frontera, apenas a un paso de los Estados Unidos hiper tecnificados, cuyos ciudadanos aún soñaban (el paso de los Beatniks por México así lo prueba) con un país misterioso, iniciático, proto cultural, donde toda aventura –sobre todo psicodélica- era todavía posible, y al alcance de la mano. A la técnica que Lamb utilizó, sin duda un maestro de la fotografía subacuática, para capturar las magníficas escenas submarinas se la llamó, en aras de la publicidad, “Aquascope”, como dan cuenta los carteles promocionales de la época, en perfecta sintonía con los términos inspirados en el habla de los “beatniks”, “hippies” y de las corrientes pop y Sci-Fi de aquellos años.

La “Isla de los tiburones” es el trabajo más decente de Lamb como director, el más encantador en el sentido de consciente ingenuidad y candidez; sus valores de producción descansan sobre la imagen naturalista, el gancho que promete belleza y desnudez femenina –a la que el avaricioso Sangster es completamente ajeno- y la música de Richard LaSalle que atraviesa la cinta, una de esas partituras que hoy suena a “música de época”, encima de su pobreza argumental y en la que, a pesar de todo, el paupérrimo conjunto mantiene un verdadero encanto.

La película se exhibió en una primera versión a color[10], que ha sido recuperada en el volumen 3 de la colección de DVDs “Psycho Tronica”[11], y de la cual sólo circulaban copias en blanco y negro que prescindían de los desnudos. Este DVD, pues, incluye escenas de chicas en Topless, a las cuales nadie se molestó siquiera en añadirles las colas de sirenas[12], y cuyo origen se remonta al año 1964, en que la película fue remontada con diez minutos de metraje y retitulada como “Aqua Sex”, o “The Virgin Aqua Sex”, en la cual se han cortado varias de las escenas protagonizadas por Diane Webber, en un afán de exhibir los encantos de la modelo Gaby Martone, demostrando la intencionalidad de un erotismo “softcore” todavía no atrevido o descarado que, como veremos, sería el camino que su realizador tomaría posteriormente. Esta versión “nude[13]”, más vistosa, montada otra vez para obtener las ganancias que con la anterior se estaban escapando, y que gozó de largos pases de exhibición en bases militares estadunidenses (a través de Filmgroup productions), comienza con los títulos:

“With the assistance of Marineland of the Pacific and the cooperation of the Republic of Mexico”   

Y la voz en off de la reina de las sirenas:

“Won't you believe in me? If you do, there will always be mermaids”.

La película contiene un cumulo de situaciones típicas en productos de tal naturaleza: los estereotipos del pueblito pintoresco, al cual llega el avión de Jamison mientras se escucha música “latina”, con aires de fiesta brava, los del mexicano alegre y cantador (Pepe Gallardo cantando acompañado de su guitarra: “Gavilán, gavilán, gavilán, te “llevastes” mi polla, gavilán, si me “trais” mi polla para atrás, yo te doy todito el gallinero...”), un trasfondo de sexismo lastrado desde los machistas años cincuenta (las sirenas presentadas como seres súper sexuados y poco inteligentes, en contra de las características del mito, que las sitúa como seres fatales, y el héroe ofreciéndole a la reina una rarísima “flor marina” porque “se comportan como la típica hembra humana”) o la bebida a la que es aficionado Pepe, que luce un sombrero campesino de paja y se echa a dormir en la primera ocasión que se le presente, como en el estereotipo cultural del charrito dormido a la sombra del saguaro, pero que se niega, por su bondad natural, en ser cómplice de asesinato y muere en un farsesco ataque de tiburón.

Posteriormente, Lamb se dio el tiempo para filmar otros productos baratos que, decididamente, se adentraban ya en el cine “sexploitation”, a cual más infame, descubriendo que este tipo de trabajos (aunado a su labor como fotógrafo subacuático) dejaba más dinero: “The Raw Ones” (1965), que narra su incursión en el mundo del nudismo, históricamente importante por ser el primer documental en mostrar desnudos frontales en un campo acotado para este tipo de sociedades; “Mondo Keyhole” (1966), codirigida por el rey del “exploitation” Jack Hill, con quien trabajaría varias veces, narraba la historia de un violador en la ciudad de Los Ángeles; tres documentales cuya temática se transparenta en sus títulos y bajo el seudónimo de M.C. von Hellen: “Sexual Freedom in Denmark” (1970), un viaje soft porn a Dinamarca; “Sexual Liberty Now” (1971), que, con el pretexto de mostrar los caminos que estaba tomando la legalización de la pornografía en los Estados Unidos[14] no era otra cosa sino una verdadera película porno y “Sex Freaks” (1974), en la que se desplegaba una variedad de tendencias sexuales “frikis”, como la necrofilia o el sexo bajo el agua, entre otras delicias; “El violador del zodiaco” (Zodiac Killer aka. The Zodiac Rapist, 1971) o la historia de -¡obviamente!- un violador callejero, en la que Lamb no aparecía acreditado, y pertenece a ese curioso como subterráneo subgénero “policíaco” de las películas denominadas “The Private Dicks”, en las cuales un supuesto detective se ve inmerso en una trama humedecida por el sexo más duro y puro, en cuyo papel principal, el del violador, estaba ni más ni menos que John Holmes, el “rey del porno”[15], célebre por su personaje del calenturiento detective Johnny Wadd, a través de varias cintas que, incluso, designaron dicho subgénero con un nombre propio, las “Wadd films”; el soft porn “Little Women Get Ahead” (1970) que, curiosamente, mostraba sexo simulado y “Big Beaver Splits the Scene” (1971) o las aventuras de un par de risueñas amigas que, aparte de ser amantes, se ocupan de tirarse a todos los hombres del edificio de departamentos donde viven.

John Lamb, nacido hace un siglo (el 30 de abril de 1917), murió el 21 de diciembre del año 2006 a los 89 años, dirigió un total de nueve películas, produjo otras doce, escribió, de entre esas, un total de cuatro y fotografió tres. Su obra, como la de tantos otros directores marginales, está siendo redescubierta por una generación que ha convertido en un clásico –bastante- menor y de culto su mejor película, “Mermaids of Tiburon”, en parte por la existencia de tres versiones algo distintitas entre sí, y el interés permanente que mantiene observar, por única vez en la pantalla, sirenas exhibiéndose sin –tanto- pudor, al grado que una buena parte de los espectadores que la ven por primera ocasión, no dudan en catalogarla, aun con todas sus deficiencias y, aunque suene a broma, como una de las mejores películas sobre sirenas jamás realizadas.       

NOTAS AL PIE         

[1] Emitida durante los años 1958 a 1961, en la televisión estadunidense.

[2] Emitida de 1964 a 1968.

[3] Si hacemos caso a los historiadores cinematográficos que apuntan que el año 1 de dicho cine comienza en 1960, con la película “La caída de la casa de Usher” (House of Usher) de Corman para la American International Pictures, hoy preservada por su valor histórico en el “National Film Registry” de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

[4] George Robotham, veterano entre los extras y dobles de cine, acreditado como George Rowe, en uno de sus raros papeles principales, que solo emite un diálogo al principio de la película y el resto del tiempo no hace sino narrar, en off, el resto de la cinta.

[5] El actor John Mylong, que había actuado como el profesor en el divertido pedazo de mierda, "Robot Monster" de Phil Tucker, en 1953.

[6] Actor que, en sus roles de villano, trabajó a las órdenes de un John Cassavetes, un Stanley Kubrick o de un Francis Coppola.

[7] ´Jamison entra en un edificio en el que se lee “policía” y sale de inmediato.

[8] El estereotipado José Gonzales-Gonzalez grabó un disco con divertidas canciones suyas: “Pancho Claus” y “Tacos for Two”.

[9] Una estupenda Diane Webber, belly dancer, modelo y practicante del nudismo, así como “Pin-up girl” de varias publicaciones de la época, y que en la cinta muestra sus excelentes dotes como nadadora. Webber fue la Playmate del mes en dos ocasiones en la revista Playboy, durante los meses de mayo de 1955 y febrero de 1956, bajo su nombre real de Marguerite Empey. Repitió el papel de sirena en uno de los peores capítulos de “Viaje al fondo del mar”, el episodio 19, titulado precisamente “La sirena”, dirigido por Jerry Hopper, y correspondiente a la Tercera temporada, exhibido el 29 de enero de 1967.

[10] Existe una discrepancia en torno a cual versión se exhibió primero, si la que está en blanco y negro o la de color. Un dato apunta que la versión en blanco y negro fue exhibida en un pase en el Chiller Theatre de Pittsburgh el 5 de septiembre de 1964, a las 4 p.m. y tal vez deberíamos inclinarnos por esta aseveración, proveniente de un asistente a dicha función.

[11] Este volumen doble incluye la película mexicana “Yambaó” (1957) de Alfredo B. Crevenna, titulada en inglés como “Cry of the Bewitched”.

[12] Extras que, como buenas nadadoras, demuestran que estaban habituadas a esta actividad o deporte acuático. Algunas de estas chicas aparecen con aletas de buzo en los pies, otras con los pies desnudos y, por excepción, la reina, con cola completa de pez con sus compañeras de la primera versión “familiar”, antes del añadido “nude”. Cosas de la economía en el rodaje, por supuesto. A destacar la danza acuática que practican y el beso en los labios que dos de ellas se dan en una escena. 

[13] Las películas “nudies” formaron parte de un alto porcentaje del cine sexploitation de los años sesenta. Se caracterizan por mostrar mujeres hermosas en Topless, desnudos traseros o strip-tease, sin llegar a ser pornográficas y barnizadas con un erotismo ligero, con argumentos a cual más prosaico, con algunas excepciones, como en el caso de los Westerns eróticos de R.F. Frost o la serie “Olga's Girls”, producidas por George Weiss y dirigidas por Joseph P. Mawra. Estas cintas mostraban una transición entre las primeras y cándidas nudies hacia el subgénero "roughie", pleno de elementos fetichistas y sadomasoquistas, que basaban sus argumentos en la esclavitud femenina por parte de la Olga del título, que no cejaba en torturar y vejar a sus “chicas”.

[14] La Presidential Commission on Obscenity and Pornography de 1967.

[15] John Holmes pasó de ser una de las más lucrativas estrellas del cine pornográfico a convertirse en un adicto a las drogas y a verse involucrado en una serie de asesinatos de los que fue exculpado; la película de Paul Thomas Anderson “Boogie Nights”, de 1997, está basada en su vida.