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2018-03-02 00:00:00

Agnès Varda: la abuela de la Nouvelle Vague, rumbo al Óscar

Por Pedro Paunero

La carrera de Agnès Varda comenzó en 1954, cuando decidió grabar las vistas del barrio “La Pointe Court” en la ciudad francesa de Sète, cuya actividad principal es la pesca, para enviárselas a un amigo enfermo y en estado terminal, a la manera de una carta de despedida. El resultado fue la primera película de la realizadora, toda una leyenda del cine, conocida como “la dama” o “la abuela de la Nouvelle Vague” (Nueva ola), junto a Alain Resnais, fallecido en 2014, el otro mítico director y teórico, renovador del montaje, que la ayudó con esta obra. Varda pronto se adscribió, o fue identificada, con una serie de “autores”, tanto del cine como de la literatura, que rompían con los esquemas lineales de la novela, al contar una historia, los izquierdistas representantes del “Nouveau Roman” (Novela nueva), entre los que se cuentan Marguerite Duras y Alain Robbe-Grillet, tanto en las letras como en el cine o Chris Marker, en el arte cinematográfico, es la creadora de la “Cinescritura” (Cinécriture), un tipo de narración en la que imagen y diálogos se sobreponen, significándose.

[Ya ganadora de ganadora de un Óscar
honorario, está nominada al Óscar
2018 por su documental “Caras y
lugares”...]

El siguiente trabajo de Varda, “Cléo de 5 a 7” (Cléo de 5 à 7, 1961), ya dentro de la corriente de la Nueva Ola, narraba la aventura existencial de una frívola cantante que teme a la muerte y espera los resultados médicos que le resolverán sus dudas sobre un posible cáncer, profetizado por una adivina. La belleza como ancla a la vida, que, al reafirmarla, la vuelve, por temor, un acto de pura vanidad. Al conocer a un soldado, destinado a Argelia, que también teme a la muerte, la cinta se convierte en una reflexión sobre la fragilidad de la vida en su totalidad. En “Sin techo ni ley” (Sans toit ni loi, 1985), en la que Varda narra la historia de una vagabunda cuyo único destino es morir, bajo el invierno crudo de Nimes, la critica ha reconocido al mejor trabajo de la cineasta. Con “Los espigadores y yo” (aka. Los espigadores y la espigadora; Les glaneurs et la glaneuse, 2000), mi preferido de entre toda la extensa obra de la realizadora, Varda se ocupa del fenómeno de la “recolección” (el acto conocido en México como “pepenar”) de la basura. Conocemos gente dedicada a recoger lo que otros tiran y convertir en obras de arte, a aquellos que levantan enseres y aparatos domésticos, que se colocan fuera de las casas con ese fin; a personas, de todas las clases sociales, que viven o complementan su alimentación, con los sobrantes de las cosechas, obligados por una antiquísima ley francesa, mientras gozamos con lo narrado a la par que compartimos la alegría de Agnès por hacer lo que ama. Varda despliega todo su arsenal cinematográfico en este título. Especialmente memorable, en cuanto a libertad de la técnica, es la escena en la que, cámara en mano, la directora se olvida de poner la tapa a la lente y graba el suelo. Agnès decide incluirla en la edición, ponerle música, reflexionar sobre el accidente y llamarla “la danza de la tapa de la lente”.

Viuda del gran director Jacques Demy (recordado por una de las más grandes cintas musicales, convertida en película de culto, canto al amor y a la separación, “Los paraguas de Cherburgo”, 1964), Varda le ha dedicado varios documentales en los que prima la admiración, la ternura y el cariño conyugal y profesional; “Jacquot de Nantes” (1991) sobre los sueños de un niño que aspira a ser director, “L´Univers de Jacques Demy” (1995), en la que presenta jugosas entrevistas sobre la realización de las dos obras maestras de su marido, “Los paraguas…” y “Lola” (1961) y “Les demoiselles ont eu 25 ans” (1993), en la que plasma el homenaje que la ciudad de Rochefort hiciera a la otra pieza maestra de Demy, “Las señoritas de Rochefort” (Les demoiselles de Rochefort, 1967), película hermana de “Los paraguas…”, en el aniversario número 25 de su estreno.

Multipremiada, condecorada con la Legión de Honor, asistente al Festival Internacional de Cine de Guadalajara en 2010 (el FICG número 25), ganadora de un Óscar honorario en 2017, nominada al Premio de la Academia, el Óscar 2018, en su entrega número noventa, por su documental “Caras y lugares” (aka. Faces, Places; Visages, villages, 2017), que rodó con el “fotógrafo clandestino” JR en un pueblito francés (colaboración que revela el interés de Varda por las artes callejeras, tema que explorara en su “Mur muros” (Mur murs), del año 1981), y financiada a través del crowdfunding con ayuda de su hija, podría llegar a convertirse en una de las personas de mayor edad en conseguir la codiciada estatuilla.