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Reporte de la semana

2018-03-11 00:00:00

Guillermo del Toro en el FICG 33. La liturgia (desesperada) del cine mexicano

Por Samuel Lagunas
Desde Guadalajara .

Como mesías que retorna a su hogar después de largos años de ejercer su glorioso ministerio en tierra hostil, Guillermo del Toro fue recibido entre palmas, vítores y unívocos hosanas por las multitudes que se congregaron en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara para escucharle, ser escuchados y recibir su bendición. Que el cine sobreexpone —¡y sobreexplota!— las carencias individuales y colectivas de los grupos sociales era algo que ya sabíamos, de eso da cuenta la pujante industria de los superhéroes. Pero que las audiencias necesitáramos, además de defensores intergalácticos, dioses, no deja de ser sorpresivo.

La liturgia desesperada del cine “mexicano” ha encontrado en la gruesa figura de Del Toro un ícono que da forma a sus aspiraciones más pueriles e inocentes de éxito y ascenso social. Moisés, cuando descendió de la presencia de Dios venía con dos tablas que contenían los diez mandamientos: un compendio de la nueva ley que regularía los corazones del pueblo. Irónicamente, Guillermo Del Toro llega a la sala con dos óscares en las manos que coronan su decálogo cinematográfico (de "Cronos" a "La forma del agua") y que entrega al pueblo mexicano como símbolo de una nueva ley del corazón esculpida, claro, por el dedo de una industria que puede jactarse, de nuevo, de ser uno de los pocos oficios capaz de (in)fundar fe en sus masificados acólitos..

A la imagen áurea de Del Toro se le venera por su bondad, su magnanimidad, su solidaridad, eso que a todos les ha dado por bautizar como “gran corazón” en oposición a las también masivas imágenes de odio que pululan en el universo visual de los amenazados y vulnerables espectadores que son, en lenguaje del evangelio, como ovejas sin pastor. De sus inspirados (e inspiradores) discursos se extraen memes y mantras (como el “porque soy mexicano”, patética evolución del “yo soy el que soy” judeocristiano). Al cuerpo nimbado de Del Toro se le alaba con peluches, playeras, elogios, abrazos ingenuos y efusivos, truenos de aplausos y un férreo compromiso de sumisión ante sus yerros y violencias y de obnubilado seguimiento. Allí estaba el vecino conmovido que clamaba a gritos para que Guillermo tuviera ya un sitio en las rotondas de los hombres ilustres y que, entre nudos de garganta, trataba de elevar "chiquitibunes" en medio de un griterío ensimismado y tupido. Allí está el respetable crítico, empequeñecido, incapaz de moderar o realizar una entrevista más o menos decente, reduciéndose a comentarios sobre la orientación de los párpados del monstruo. Allí están gobernadores, presidentes municipales, funcionarios públicos uniéndose al virginal y desinteresado coro que día y noche rinde alabanzas a su señor. .

Rudolf Otto fue uno de los primeros en explicar cómo el encuentro con lo divino pulveriza a los hombres y nos devuelve a un estado primigenio de pureza e insignificancia, a eso lo llamó sentimiento de criatura. Y sí, Del Toro, cuyas películas se caracterizan por la creación constante de seres monstruosos, ha creado en los mexicanos sus más retorcidas y amorosas criaturas cuya única función, como todo dios quisiera, es rendirle culto. Y vaya que cumplen: con creces.

Fotografías de CorreCamara.com © H Lara