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2018-06-13 00:00:00

«November»: Folklore y maravilla

Por Pedro Paunero

El novelista estonio Andrus Kivirähk (Tallin, 1970), al publicar la novela “El hombre que hablaba serpiente” (2007), la historia de un muchacho perteneciente a una raza en extinción, y el último en hablar “serpéntico”, el idioma que le permite comunicarse con los animales, accedió al Olimpo literario al considerársele una especie de nuevo Tolkien. Su obra, consideraban los críticos más entusiastas, resultaba un cruce entre “Mark Twain, Beckett y Miyazaki, con las sagas islandesas y el cómic de Asterix”. Siete años antes Kivirähk había dado a la imprenta “Rehepapp ehk November”, un cuento sobrenatural en el cual las leyendas nórdicas sirven de sustento fértil a la imaginación desbordada del autor.

En la adaptación que, de la novela, hizo el cineasta estonio Rainer Sarnet (Estonia, 1969), conocemos, de entrada, a los “Kratts”, entidades animadas por almas compradas al diablo (interpretado por el actor Jaan Tooming, con un gran parecido a un Papá Noel rústico y alegre), unas extrañas máquinas que piden trabajo a sus amos y que están conformadas por pedazos de herramientas viejas y cráneos de vaca o asientos de bicicleta a modo de rostro, algunas capaces de volar como hélices autómatas, y parecidas a los seres formados por despojos que pueblan las películas del cineasta checo Jan Švankmajer, que son tan sólo algunas de las criaturas fabulosas que deambulan por el universo cinematográfico de “November” (2017), cuyo título alude, por supuesto, al mes en el que se les permite a las ánimas vagar por los cruces de caminos del bosque, vestidas de blanco inmaculado a la luz de las velas, y que entran a los baños sauna, buscando un poco de calor, bajo la forma de pollos gigantes que se golpean con ramas de abedul.

En este mundo de vivas leyendas estonias, en el que nos es imposible discernir dónde termina el cuento folklórico y dónde empieza la imaginación del autor y la del director, el viejo, sucio, gordo y barbado Endel (Sepa Tom), pretende a Liina (Rea Lest), una guapa y joven, pero mugrienta, campesina, que se enamora, a la vez, de Hans (Jörgen Liik). Pero Hans está enamorado de una Baronesa sonámbula alemana (Jette Loona Hermanis), que da en caminar por las cornisas las noches de luna llena, amenazando con caer varios pisos abajo, y es hija de un enteco Barón (Dieter Laser, el psicópata doctor protagonista de “El ciempiés humano”), amo y señor de la región, por lo que Liina se entregará a la magia para convencerlo de amarla, y esto incluye transformaciones en lobo y un trato mortal con una anciana bruja (Klara Eighorn). Mientras esto sucede la “plaga”, una enfermedad personificada capaz de ennegrecer el rostro de sus víctimas, bajo la forma de una mujer rubia de ojos claros (Maria Aua), de una cabra blanca, una moneda o una cerda negra, se enseñoreará de la aldea, a la par que los aldeanos se las ingenian poniéndose los pantalones en la cabeza para engañarla, fingiendo tener dos traseros.

Hay aquí muñecos de nieve parlantes, otra forma de “Kratts”, que cuentan apasionadas, poéticas, historias de amor, mientras se derriten, y servidumbre que roba prendas íntimas a sus amos para cambiarlas por anillos, también robados.

Rodada de manera preciosista, en blanco y negro, con fotografía de Mart Taniel que recuerda por momentos el “estilo blando” de las más bellas cintas de la etapa muda (véase, por ejemplo, “Broken Blossoms” de D. W. Griffith, el culmen de este estilo fotográfico), la película se exhibió en febrero en los Estados Unidos y en su país de origen y pasó por las pantallas de los festivales de Tribeca y Sitges y merece que se la conozca en México como lo que es: una joya de la imaginación y el cuento popular escandinavo que no debe pasar inadvertida.