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2018-12-28 00:00:00

«Una historia de amor y oscuridad»: a propósito de la muerte de Amos Oz

Por Pedro Paunero

“Mi madre tenía 38 años cuando murió. A mi edad actual podría ser su padre. Ha pasado mucho en Jerusalén. La ciudad fue destruida, reconstruida, destruida y reconstruida de nuevo. Vino conquistador tras conquistador, gobernó un tiempo, dejó algunas paredes, algunas torres, algunas marcas en las piedras y luego desapareció como la niebla de la mañana por las laderas. Jerusalén es una viuda negra que devora a sus amantes mientras ellos están dentro de ella.”

El 28 de diciembre de 2018 murió Amos Oz (n. 1939), autor judío, de izquierdas, pacifista, partidario de la creación de un estado palestino independiente (postura que lo situaba entre el puñado de judíos que condenaban abiertamente los asentamientos en Gaza y Cisjordania) y uno de los eternos candidatos al Premio Nobel de literatura, cuyo libro más célebre, la novela autobiográfica “Una historia de amor y oscuridad”, fue adaptada para la pantalla grande en 2015 y dirigido por la actriz Natalie Portman. Amos Oz, quien consideraba que “los únicos europeos de toda Europa en los años veinte eran los judíos” (Una historia de amor y oscuridad), murió víctima del cáncer, como lo hizo saber su hija, Fania Oz-Salzberger, en su cuenta de Twitter.

La novela se sitúa en Jerusalén en el año 1945, mientras la ciudad se encuentra bajo el mandato británico. En realidad el trasfondo del libro, mientras cuenta una historia familiar (la de Amos Oz y sus padres), es la historia del surgimiento del Estado de Israel. Se lo considera uno de los mejores trabajos de autobiografía novelada jamás escritos. Y es verdad.

Natalie Portman (también guionista y productora, lo que nos indica que, más que un proyecto personal se trataba de un intento de lucimiento individual), encarna a la madre de Amos, Fania Klausner, Gilad Kahana a Arieh Klausner, su padre y Amir Tessler a Amos. La excelente fotografía corre a cargo de Slawomir Idziak. La actriz (hierosolimitana de origen), en su debut como directora, convenció al resto de productores para que la película fuera filmada en hebreo. Sobre este particular recordemos que este idioma fue recuperado por el sionista Eliezer Ben Yehuda, a principios del Siglo XX, y que serviría como lengua oficial del futuro Estado de Israel.

Vemos al Amos viejo evocando, caminando por las calles de la ciudad de su infancia que fuera controlada por los toques de queda, recorrida por los militares ingleses, a la madre contando cuentos de hadas, al padre intelectual recibiendo el primero de sus libros (el ensayo “La novela corta en la literatura hebrea”, que nadie adquiere, mientras el pobre sujeto sueña con llevarse a la cama a sus lectoras), un libro que se abre y lee por la derecha, a la madre deteriorándose emocionalmente hasta su solución final, el suicido mediante barbitúricos, la pobreza y la atmosfera en semi penumbras, el conflicto árabe como de pasada, y pinceladas de costumbrismo.

De familia intelectual (el tío Yosef era amigo de Shmuel Yosef Agnón, Premio Nobel de literatura en 1966), Amos Oz evadiría por algún tiempo su destino literario creyendo firmemente en el aquel proyecto de nación que lo llevaría al kibutz Hulda, en donde se inclina por el fisicoculturismo y el bronceado mientras lee a Hemingway, hasta su despertar a las letras (en el libro), o intentar manejar un tractor y las mangueras de riego (en la película).  

A pesar de los intentos de la actriz por llevar a la pantalla una de las mejores novelas de inicios del Siglo XXI (fue publicada el año 2004 por Siruela, en España), esta no hace honor al libro. Tarea imposible, lo sabemos. Y, sin entrar en el mantenido debate sobre cine y literatura como dos artes diferentes (que lo son), Natalie Portman toma fragmentos que considera significativos (para ella, por supuesto) y nos los devuelve como viñetas preciosas sin tensión entre una y otra (un gran director de viñetas biográficas, Peter Greenaway, podría enseñarle algo), deslava la relación padre-hijo, que tanta relevancia tiene en el libro, en pos de la figura materna, quizá en busca de drama feminista, pero falla absolutamente en contar una historia coherente.

La película, que ni siquiera funciona como acercamiento a la obra de Amos Oz, se exhibió en México en las "Salas de arte" de la cadena Cinépolis y en el Festival Internacional de Cine Judío en México. Ahora se la puede ver en Netflix.