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2019-02-16 00:00:00

Rumbo al Óscar 2019: «El vicepresidente» y «Nace una estrella». Los destinos de un borracho

Por Samuel Lagunas
@samuel_lagu

Casi al comienzo de “El vicepresidente”, la más reciente cinta de Adam McKay, un hombre venido a menos es amenazado enérgicamente por su esposa: si no deja el alcohol de inmediato, ella se irá con otro, al fin y al cabo pretendientes no le faltan. La mujer es Lynne Cheney (Amy Adams) y el hombre es Dick (Christian Bale). A partir de allí, lo que parecía ser una ruina de hombre, y de un matrimonio, dará un drástico giro en beneficio de la familia Cheney. Él llegará a convertirse en el hombre más poderoso de Estados Unidos, mientras que ella no sólo lo acompañará si no que, en los momentos de mayor debilidad, será ella quien empuje la carrera política de su marido.

En el debut de Bradley Cooper como director, “Nace una estrella”, Jackson (Bradley Cooper) acompaña a Ally (Lady Gaga) a la entrega de los Grammy. Cuando se revela que ella ha ganado en su categoría, Jackson no resiste quedarse en la butaca y sube hasta el escenario donde, enclenque y lastimoso, se orina en los pantalones. Ally hace lo posible por disimular la vergüenza, trata de sostenerlo, logra llevarlo hasta los camerinos y allí lo abraza. Mientras ella está en la cima de su carrera como cantante, él no puede más que mirarla desde el suelo: ebrio, fulminado.

El contrapunto de estos dos matrimonios nos ilustra sin mucho esfuerzo la cara perversa del “american way of life”: por un lado, la carrera hacia el éxito musical de una muchacha narizona implica superar estoica y ejemplarmente un cúmulo de tragedias (incluida la del esposo alcohólico); por otro, el éxito político de un hombre puede encubrir la tortura y la matanza de cientos de hombres y mujeres del otro lado del mundo. Tanto Cooper como McKay procuraron contarnos historias donde el triunfo aparece como una experiencia tanto destructiva como autodestructiva.


“El vicepresidente: más allá del poder”

Dick Cheney fue vicepresidente durante el período de George W. Bush y fue la mente detrás de las estrategias políticas y militares que emprendió Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001. Adam McKay decide explorar la vida política y familiar de este hombre y así continuar con ese objetivo que subyace en toda su filmografía: burlarse de las clases poderosas de su país, al mismo tiempo que se duele por las atroces consecuencias que la ineptitud humana sumada al azar de la historia tienen en el resto de la población. Pero si en películas como “The other guys” (2010), la revelación de los fraudes más recientes de la historia norteamericana se hacía hasta los créditos finales -dejando todo el metraje de la cinta para una comedia básica pero efectiva sobre dos policías clasemedieros que oponen su ridícula honradez a las pesadas y enredadas tramas de corrupción-, en “The big short” ya la denuncia ocupa un lugar central, aunque todavía velada no sólo por el propio carácter críptico del lenguaje económico sino, sobre todo, por la lúcida exposición sobre el azar, los riesgos y los golpes de suerte que de un momento a otro mandaron a miles de personas a la calle. “The big short” fue una buena comedia sobre la crisis de 2008, pero que anticipó los que serían los grandes yerros de “El vicepresidente”.

En esta biopic de Dick Cheney, el inepto no es Cheney sino George W. Bush. Cheney es la serpiente astuta que, empujada siempre por su mujer, sabe dónde colocarse, qué decir y cuándo hacerlo. Pero el error de McKay radica en de pronto usurpar la figura de un panfletista olvidándose que es, antes que eso, un director de cine. Así, “El vicepresidente” se siente por varios momentos un documental de Michael Moore antes que una comedia de McKay. Las actuaciones de Bale, de Adams y de otros habituales en las cintas de McKay cumplen con cabalidad, pero la voz en off que vigila toda la historia acaba por aplastarlos. Lo que en “The big short” lució como un recurso explicativo importante y un descanso necesario para el espectador, aquí degenera en un sermón partidista en contra de uno de los períodos más negros de las relaciones internacionales norteamericanas en lo que va del siglo. No quiero decir con esto que no sea necesario conocer los mecanismos político-jurídicos que le permitieron a Cheney obtener todas las facultades que obtuvo; pero sí hay que admitir que la militancia de McKay obstruye, aquí sí, la eficacia de su de por sí limitado lenguaje.


“Nace una estrella”

El lamento que Susan Sontag se hacía por la decadencia del cine vuelve a cobrar sentido con una película como “Nace una estrella”. Sontag expresaba que, en algún momento, el cine se convirtió en un arte recombinatorio “con la esperanza de reproducir éxitos pasados”. Un remake como el que emprendió Cooper con su opera prima cumple con cabalidad la fórmula que Sontag miraba con desdén. Tercera adaptación cinematográfica de una cinta estrenada originalmente en 1937, en esta versión de Cooper una angelical Lady Gaga conocerá a Jackson Maine, un popular cantante, quien la impulsará hasta convertirla en una estrella pop. Cooper conjuga la nostalgia (la atmósfera empapada de un romanticismo naif) con la novedad (la polifacética Gaga) en una historia de amor que a estas alturas debería resultar chocante por lo que ensalza: una mujer que busca cumplir sus sueños a la par que lidia martirialmente con un marido insoportable al que, por si fuera, poco, casi beatifica después de su suicidio.

Seguramente Bale obtendrá la estatuilla como Mejor Actor y “Shallow” se alzará como Mejor Canción la noche de la entrega de los Óscar; ambas cintas, además, pueden jactarse de haber sido bien recibidas. Nada de eso es extraño en una industria que se alimenta y se complace en el reciclaje y que, obnubilada y borracha, patalea por tener alguna relevancia política en el escenario global antiTrump.