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2019-06-12 00:00:00

«Memoria Fílmica Mexicana 1983-1984», hace extrañamente explicable nuestra realidad presente

*Texto leído durante la presentación del libro "Memoria Fílmica Mexicana 1983-1984, en la Cineteca Nacional
 

Por Ernesto Velázquez Briseño

Nos congrega esta noche la aparición de un libro notable por muchas razones. Quisiera enumerar sólo algunas: se trata de una Memoria Fílmica Mexicana que reconoce, desde su prólogo, el antecedente de la labor “épica”, sin duda, como el mismo texto la define, del imprescindible Emilio García Riera, quien acometió la increíble tarea de hacer una Historia Documental del Cine Mexicano, que a lo largo de 18 tomos dio cuenta del cine realizado en México entre 1929 y 1986, y luego de otros tres volúmenes complementarios titulados Historia de la Producción Cinematográfica Mexicana que cubrió lo realizado desde 1977 a 1982; éstos tres últimos tomos en colaboración con el Dr. Eduardo De la Vega Alfaro, también Coordinador Editorial del libro que presentamos esta noche y que tiene la  Coordinación General de Leonardo García Tsao.

La labor de Emilio García Riera es referencial, sin duda, pero además, como bien lo señaló en su momento uno de nuestros grandes escritores, José de la Colina, hizo de Emilio García Riera un gran historiador no sólo del cine mexicano, sino un gran historiador de México. Al analizar las producciones cinematográficas de ese gran tramo del siglo XX, Emilio fue capaz de describir las circunstancias, expectativas y avatares de una nación que, como sucedió en el siglo XIX con su novela, trató de dibujar el proyecto de una nueva nación a través del cine, por lo menos en los primeros cuarenta años de su historia, y luego reflejó un desarrollo irregular y a veces lamentable, como sucedió en algunos momentos del México de la segunda mitad del siglo XX.

Pepe de la Colina, con la lucidez y la agudeza que le es característica, recordaba que en 1979 Emilio García Riera escribió un libro también espléndido que tituló “El cine es mejor que la vida”, con el que ganó entonces el Premio Villaurrutia. Ese gran texto autobiográfico, lamentablemente poco leído ahora, hizo que De la Colina sostuviera con humor que la “Historia Documental….” de Emilio, donde comenta y documenta 3544 cintas realizadas en ese largo periodo que va de 1929 a 1986, parece refutar por lo menos al titulo del libro ganador del Villaurrutia, porque mucho del cine documentado por Emilio prueba que “para asombro del espectador, ese cine pudo, en un quizá 93%, ser peor que la realidad mexicana.” Y eso ya es mucho decir.

Quizá pase algo similar con el libro que se presenta esta noche porque Ernesto Diezmartínez Guzmán, Erick Estrada, Hugo Lara Chávez, Cecilia Pérez Grovas, Fernanda Solórzano, Eduardo de la Vega Alfaro y Rosario Vidal Bonifaz, han emprendido la recapitulación del cine realizado entre 1983 y 1984 con increíble lucidez y profesionalismo, pero con gran paciencia y supongo que con enorme resignación sociológica y bastante estoicismo, porque es un periodo en el que Rosario Vidal tiene que consignar la película "Albures Mexicanos" del director Alfredo B. Crevenna de 1983;  Fernanda Solórzano le toca acometer “El día de los albañiles" (Los maistros del amor”) de Adolfo Martínez Solares de 1983, con Alfonso Zayas y las exitosas vedettes de entonces Rossy Mendoza y Angélica Chaín (que vienen a corroborar lo que el propio De la Colina ya registraba como “las hembras de cuerpo alquilable y corazón puro” que inundan nuestro cine); a Erick Estrada, le toca en suerte documentar “Don Ratón y Don Ratero”, de Roberto Gómez Bolaños, por supuesto actuada por Chespirito; a Hugo Lara “Terror en los barrios o el Asesino de la Zona Roja” de Julio Aldama, también de 1983, cuya descripción prefiero omitir en estos momentos; a Eduardo de la Vega “Hermelinda Linda”, que supongo ya es un clásico;  “El rey de oros” a Cecilia Pérez Grovas,  quien con enorme esfuerzo la logra reseñar en un solo párrafo; y a Eduardo Diezmartínez a quien le correspondió la nota de la película  “La venganza de la Coyota”, que estoy seguro  por sus impresiones que aún le intriga y atormenta. Es también el periodo en el que ya existe el cine apologético del narco: recuérdese la aún famosa Lola la trailera o las secuelas de los hermanos Almada, por mencionar un par de nombres.

Todos estos ejemplos no los refiero solamente para hacer notar el espíritu de sacrificio de los autores aquí presentes, sino para dar evidencia, como señala Rosario Vidal  en su comentario sobre la desafortunada película “Los matones del norte”, del “bajísimo nivel al que descendió el cine de la vieja industria en estos años”.

Pero no hay que desalentarse: por fortuna, son dos años en que, también (luego del interminable, terrible y agotador periodo en el que el cine mexicano fue conducido por la mujer que, siguiendo una broma muy común entonces y aún ahora, es la que ha hecho llorar más al cine mexicano: desde luego no Marga López, sino Marga López Portillo), aparecen obras muy valiosas entonces como “De veras me atrapaste” de Gerardo Pardo Neria; o como la famosa “Frida, naturaleza viva” de Paul Leduc, (que por cierto, a pesar de ser rodada en 1983, Erick Estrada nos recuerda que fue estrenada hasta 1986 y uno de cuyos fotogramas de la actriz Ofelia Medina, aparece en la portada del libro).

Hay datos a lo largo de esta obra muy reveladores para el lector presente, como que “Frida, naturaleza viva” tuvo  como editor a Rafael Castanedo, colaborador de Buñuel y por cierto primo lejano de Carlos Monsiváis, quien tanto colaboraría una década después en 1993 en la imagen del recién creado Canal 22, y que contó con la producción del por muchas razones célebre Manuel Barbachano Ponce y co-escritura del guion ni más ni menos que de José Joaquín Blanco.

También destacan en el periodo de análisis cintas como "Nocaut" de 1982-1983 de José Luis García Agraz, prueba de que se podía hacer un gran trhiller en nuestro cine; de la controvertida Doña Herlinda y su hijo de Jaime Humberto Hermosillo, en donde (como bien nos recuerda Fernanda Solórzano) aparece actuando un jovencísimo Guillermo del Toro, y cuya madre Guadalupe del Toro, es precisamente doña Herlinda; la  multipremiada cinta del entonces joven Juan Antonio de la Riva (Vidas errantes, 1984), en la que actúa el espléndido actor José Carlos Ruiz, y que tuvo que sufrir los avatares de la coincidencia de que iba a ser estrenada precisamente el 19 de septiembre de 1985 y precisamente en el Cine Regis del Hotel del mismo nombre, edificio emblemático entre las edificaciones destruidas por el terremoto; y de la controvertida película Redondo, de Raúl Busteros, que ha sufrido larguísimos años de censura en nuestro cine (me consta que RTC pidió a Canal 22 en los noventa cerca de 29 cortes para autorizar su transmisión, lo que de haberlo hecho la hubiera convertido en un gran cortometraje, desde luego).

Es también la época de la fallida versión de John Huston de Bajo el volcán,  pero con fotografía de Gabriel Figueroa y diseño de producción de Gunther Gerszo. Desde luego la cinta estuvo basada en la novela de Malcom Lowry y fue hecha pedazos por la crítica de entonces, pero también más tarde un poco por el propio Houston, en sus espléndidas Memorias.

Y si omití alguna película valiosa de entonces, me disculpo, al igual que los presentes, abrumados como estamos todos por dos años de obras de Valentín Trujillo, Lucerito, Vicente Fernández y el Flaco Guzmán. 

Rescato ahora que he descubierto otros datos raros que desconocía, como que tengamos en Isela Vega también a una directora por su película “Los amantes del señor de la noche” de 1983.

Rescato los espléndidos ensayos de Eduardo de la Vega Alfaro que ubican en su contexto la situación del cine en esa época, la creación del IMCINE, los esfuerzos de las escuelas de cine y de las heroicas producciones independientes; las convocatorias de cine experimental y desde luego el establecimiento de la Cineteca en esta que sigue siendo su sede y que fuera espacio de la Sociedad de Compositores de México (por cierto que el IMER, vecino de esta Cineteca, era también parte de sus instalaciones).

Celebro la Coordinación General de esta obra del también acucioso investigador y cinéfilo Leonardo García Tsao y destaco de verdad el cuidado de cada uno de los investigadores que no solamente vieron cada una de las películas, lo cual como se podrá entender, en muchos caso fue un verdadero sufrimiento, sino que con su análisis logran hacer de esta Memoria Fílmica Mexicana otra Historia de México, tal y como lo hizo Emilio García Riera, a través de un cine que, revisado ahora, hace extrañamente explicable nuestra terrible realidad presente.

Celebro que María Cristina García Cepeda y Jorge Sánchez, funcionarios  de cultura entonces, hubieran entendido el valor de apoyar esta obra. Y menciono aparte a Alejandro Pelayo (cineasta, promotor cultural, diplomático) porque no sólo también la impulsó sino que, como consta en su serie documental ya clásica “Los que hacen nuestro cine” y en su trabajo en esta Cineteca, comparte la certeza de que es imprescindible rescatar cada día nuestro pasado y resguardar nuestra memoria.

Y más celebraré que las nuevas autoridades de cultura entiendan la necesidad de continuar esta obra con los volúmenes que faltan, hasta llegar a nuestras producciones cinematográficas presentes y que esta urgente tarea no termine convirtiéndose en uno más de los interminables, inútiles e ignaros recortes presupuestales que son tan comunes en estos días.

Para los jóvenes que ahora ven los éxitos de los cineastas mexicanos, la fama internacional de sus películas y el valor de muchas de nuestras producciones recientes, es importante recordarles que no siempre la historia fue así.  Baste contar que alguna vez, al referir la enorme tarea que hacía Emilio García Riera, otro imprescindible, el ya citado Carlos Monsiváis, decía lapidariamente que Emilio había reseñado en su obra “la caída frenética y sin tropiezos del cine mexicano”.

Por eso hay que entender ese pasado y las innumerables dificultades  para llegar al cine y a los directores que ahora nos enorgullecen. En esos años, también habría que decirlo, González Iñárritu estaba haciendo programas de radio y comenzaba en la publicidad, Cuarón y Lubezki ya habían salido del CUEC y buscaban hacer sus primeras obras, y el menor de los cuatro grandes, Guillermo del Toro, andaba por ahí, rondando en su natal Guadalajara, abrevando cine y comiendo lonches y ya con bastantes monstruos en la cabeza.

En fin sobre todo, hay que celebrar hoy la muy elogiable terquedad, la afortunada insistencia y la notable lucidez de Ernesto Diezmartínez, Erick Estrada, Leonardo García Tsao, Hugo Lara, Cecilia Pérez Grovas, Fernanda Solórzano, Eduardo de la Vega y Rosario Vidal Bonifaz quienes se han impuesto, para nuestra fortuna, salvar nuestra memoria.

Foto: Rossana Barro.