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Reporte de la semana

2009-02-18 00:00:00

Brilló el sol, rabioso sol

Por Ulises Pérez Mancilla

En retrospectiva, Julián luce angustiado. No puede evitarlo. Es su vocación sufrir un rodaje. Lo sufre porque lo siente. Porque es su manera de vivirlo. Filma porque lo necesita. Es su pasión pero también una responsabilidad. Un compromiso consigo mismo. Para él, “el cine es un acto de fe” y cada plano es una “elección ética”. Es un cineasta cinéfilo, persistente, visceral, dedicado, complejo.

Esta semana, se hizo acreedor a un Teddy Award en el Festival Internacional de Berlín. Ya tiene la “parejita”. En 2003, ganó este mismo premio por Mil nubes de paz cercan el cielo, amor jamás acabarás de ser amor. Sus tres largometrajes han tenido su estreno mundial en la selección oficial de la sección Panorama de la Berlinale.

Rabioso sol, rabioso cielo no fue una película simple de filmar, ni de postproducir, ni lo será para distribuir, al menos no en México, pues como ocurrió con su segunda película El cielo dividido, el filme está vendido a gran parte del mundo.

La necedad de Julián, que de buenas a primeras pudiera pasar como mero capricho de director, generalmente cobra su justa dimensión con la copia final de su obra.

Quienes colaboramos con él, nos volvimos a reunir por lo menos cuatro ocasiones extemporáneas tras terminar el rodaje. Ya sin los privilegios del FOPROCINE, por solidaridad, por amistad, por mera convicción. Uno de los momentos más loables: cuando volvimos a Querétaro por escenas faltantes y caminamos rodeados de niños lugareños hasta las “piedras encimadas”. El primer día, la lluvia partió nuestro llamado y tras guarecernos, emprendimos el viaje de regreso en plena camaradería, sin jerarquías. La cámara pasaba de una mano a otra mientras nuestras piernas quedaban atascadas en el lodo. Los actores avanzaban semidesnudos atravesando la maleza, resbalando en medio de las rocas. La travesía era difícil, pero había una razón para seguir: volver al día siguiente.

Regresamos bajo un sol rabioso. Sabíamos de él por interpretación. La metáfora de Julián se había vuelto realidad. Un crew reducido filmaba a expensas de la insolación uno de los momento cruciales de Ryo, el protagonista. Cual pasaje bíblico, luego de la encomienda, veíamos venir al gerente de producción con una remesa de víveres. Se veía tan cerca con su burrito de carga, pero tardó horas en llegar. Para entonces, el agua había expirado y lo que un día anterior eran cuerpos mojados, ahora eran deshidratados. El gerente llegó y los mártires de las piedras nos atragantamos de grasa de carnitas y Coca Cola.

Error. El tercer día tocaba concluir la batalla entre Ryo y Tari. Una secuencia que atormentó por mucho tiempo a Julián y que sólo pudo conciliarse con ella en la edición. Acción total: gallardía, entereza, pelea. Por más gatorades que llegaban al set de “La Marmolera”, la infección era irreversible. Incluido el director, habíamos caído enfermos. El estómago nos obligó a volver a la mañana siguiente. Siempre volvíamos. Lo hicimos seis meses después.

Cuando el primer corte ya estaba listo, cuando el actor más musculoso dejó de serlo y el originalmente enclenque reafirmó su cuerpo, cuando los rumores en internet habían generado detractores tempranos que criticarían la excesiva duración del filme, cuando el segundo asistente de cámara aprendió a bucear para asistir bajo el agua, cuando el staff preguntaba en producciones hermanas, recordando los retos técnicos que les imponían los emplazamientos de Julián: “¿y para cuando concluimos Rabioso?”…

El último shoot de la película fue una tarde citadina de tráfico hace más o menos un año. Julián, Alex Cantú, Janek Schwirten, Hugo Espinosa, Ernesto Martínez y yo (trepado en la camioneta de Mil Nubes Cine por casualidad) tomamos rumbo a Toluca, luego al Ajusco en busca de una toma directa del sol. Estuvimos a punto de perderlo, derrapamos por la puesta. Lo teníamos.

Durante muchos meses Julián asumió el tortuoso proceso de postproducción solo. Relativamente solo. A veces de a de verás, a veces no como él quisiera, pero siempre empeñado en concluir la película que él quería, la que estaba dispuesto a presentar al mundo. La que presentó en Alemania el 11 de febrero. Como pocos directores, supervisó a detalle cada elemento ajeno al rodaje: el diseño sonoro (que echó atrás a punto de la regrabación en la sala THX porque no le satisfacía), la edición (a cargo del meticuloso Emiliano Arenales Osorio), la música (una afortunada continuidad de la mancuerna que hizo en El cielo dividido con Arturo Villela), la reinterpretación de su personaje de Tatei a través de la voz de Diana Lein…

Una serie de elementos que por la cantidad y la fuerza generarían un agobio que Julián supo resolver con integridad, porque cuando se ama lo que se hace, reinterpretando su propio discurso: “todo es querido, no impuesto por el destino”.