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2019-08-09 00:00:00

Los gorilas en el cine: Antropología, fantasía y explotación. Parte 2

Por Pedro Paunero

Involución: el salvaje interior

Si de morbo se trata, que para tal efecto sirve perfectamente el cine de gorilas, no podemos olvidarnos de “The Bride and the Beast” (1958), basada en un guion de Ed Wood y dirigida por Adrian Weiss, en la que un matrimonio casi se va al traste cuando, bajo hipnosis, Laura Carson Fuller (Charlotte Austin), la flamante esposa, demuestre que, en una vida anterior, había sido la “reina de los gorilas” y revele el porqué de su interés anormal en el gorila que tiene su esposo, Dan (Lance Fuller), como mascota, ni de “The Monster and the Girl” (Stuart Heisler, 1941), que se adelanta a la trama de “Donovan´s Brain”, novela de Curt Siodmak (del que nos ocuparemos en breve), con el cerebro de Scot Webster (Phillip Terry), trasplantado al cuerpo de un gorila vengativo, tras ser falsamente acusado de asesinato y sentenciado a muerte, y que sólo desea rescatar a su hermana Susan (Ellen Drew), de unos mafiosos que la obligan a prostituirse.   

Al otro extremo localizamos una gran cantidad de argumentos estúpidos, como es el caso de las aventuras de “Jungle Jim”, originalmente una serie de historietas creadas y dibujadas por Alex Raymond (el padre de “Flash Gordon”) con argumentos de Don Moore, que aparecieron, como respuesta al Tarzán de Burroughs, a partir de 1934, y que fueron adaptadas al cine con el mismísimo ex Tarzán Johnny Weissmüller (a quien no le importó traicionar al “Señor de los monos” con esta decisión), en el papel de Jungle Jim. En “Mark of the Gorilla” (William Berke, 1950), se conjuga el argumento infantiloide, al más puro ritmo de “Scooby-Doo”, con un tesoro oculto por los nazis y un sujeto desquiciado, el profesor Brandt (Onslow Stevens) a quien, para evitar que cualquier curioso se interponga en sus planes, no se le ocurre algo mejor que vestir a sus secuaces de gorilas. Y allá va nuestro héroe a desenmascarar a los culpables. Al año siguiente Curt Siodmak, autor de varios guiones que se convertirían en relevantes cintas de terror como “The Wolf Man” (cinta del año 1941, y protagonizada por el arquetípico Lon Chaney Jr., y dirigida por George Waggner), la extraordinaria cinta de zombis caribeños “I Walked with a Zombie” (Jacques Tourneur, 1943) y “Earth vs. the Flying Saucers” (Fred F. Sears, 1956), una de las más relevantes películas de invasiones extraterrestres de los años ´50, y autor de una novela de culto, llevada varias veces a la pantalla, “Donovan´s Brain” (publicada en 1942), regresa con un hilo argumental escabroso en “Bride of the Gorilla”, película que escribió y dirigió.

En este título nos encontramos con un trío amoroso en el que, el capataz Barney Chávez (Raymond Burr) asesina al anciano Klaas van Gelder (Paul Cavanagh), el dueño de una venerable plantación en Sudamérica, golpe en el estómago mediante, para que caiga al suelo donde una serpiente venenosa de cuenta de este, y quedarse así con su joven y casquivana esposa Dina (Barbara Payton, de quien, detrás de cámaras, su propio marido sospechaba que lo engañaba con el actor Woody Strode). Este melodrama barato presenta, a lo largo del metraje, numerosas escenas que lo emparentan con cualquier telenovela latinoamericana, sin eludir las pinceladas de un libro como “La vorágine”, obra del escritor colombiano José Eustasio Rivera y “The Island of Dr. Moreau” de H. G. Wells, revueltas en un lienzo vergonzoso, y sin faltarle los elementos psicotrónicos necesarios para inscribirla con todo derecho en el sub género. Una hechicera indígena llamada Al-Long (Gisela Werbisek), atestigua el crimen, escondida entre los matorrales, y maldice al culpable que se convertirá en gorila por las noches (gorila que no aparecerá sino hasta los últimos minutos de la película). A investigar el asesinato llega el Comisionado Taro, un Lon Chaney Jr. que le viene bien a la trama, ya que el argumento lo extraería Siodmak de su propio guion de “The Wolf Man”.

Como en varias cintas de este subgénero, esta no carece de un cierto psicologismo, acaso intuido o acaso deliberado, en el hecho de que Chávez prefiere la floresta que los rodea, más salvaje, que el amor adúltero de la mujer, demostrando ese “regreso” a lo más profundo de la psique primitiva, como sería el caso de la película de culto “Altered States” (1980) de Ken Russell, en la que el protagonista, el profesor Eddie Jessup (William Hurt), investiga los estados alterados de la conciencia, y gracias a haberlos potenciado mediante la ingesta de alucinógenos en una cámara de privación sensorial, involuciona hacia la forma de un hombre mono. Una vez más la suspensión de la realidad, o la más crasa ignorancia de la evidencia científica, se hace patente en esta cinta, por buena que esta sea, toda vez que el biólogo George John Romanes (1848-1894) argumentara que “la inteligencia menguante no existe”.

Los nexos entre la licantropía (cambiar la forma humana por la de un lobo antropomorfo) y la teriantropía (cambiar la forma humana por la de un animal, como sería el caso hipotético de los chamanes mexicanos) no son casuales, el viaje al interior de la mente, y todo aquello que podamos extraer de este, nos enfrentaría con los monstruosos, y primitivos, “guardianes del umbral”. Mientras el profesor Jessup descubre su salvajismo interior, “Trog” (Freddie Francis, 1970), accede a nuestro presente desde la prehistoria más oscura. La Dra. Brockton (Joan Crawford en su última película) se entera de la existencia de un troglodita, contemporáneo de los dinosaurios (¿es que de nada sirve aclarar que proto humanos y dinosaurios no fueron contemporáneos?), que habita una cueva cercana, y por quien pondrá todo su empeño en cuidar y, tal vez, en domesticar. La cinta resultó ser una vergüenza para el director y la actriz, que tuvo que usar su propio vestuario ante el limitado presupuesto, y lamentó despedirse del cine con este filme, aun cuando fuera un éxito de taquilla en su primera semana de estreno. El traje, un sobrante de los utilizados por el departamento de vestuario de “2001: a Space Odyssey” de Stanley Kubrick, fue usado por Joe Cornelius, y no resulta raro que los aterrados personajes que huyen de Trog lo hagan delante de publicidad de Pepsi Cola, si sabemos de antemano que Joan Crawford era la dueña de la empresa. La mayor parte del rodaje Joan lo pasó ebria (le agregaba una buena dosis de vodka a sus vasos de Pepsi), y se dice que su rival a muerte, Bette Davis, comentó que si ella hubiera protagonizado “Trog”, se hubiera suicidado.    


Poster de "Altered State", still de “Bride of the Gorilla” y poster de "Trog".

 

Siodmak había escrito ya un tonto guion que involucraba monos y crímenes, en 1940, para la película que dirigiera William Nigh, “The Ape”, con Boris Karloff en el papel de, primero, un bondadoso científico, el Dr. Bernard Adrian, que busca la cura de la polio, valiéndose de experimentos con fluidos espinales. Otro simio escapado de un circo da al traste con sus investigaciones. Al desesperado Dr. Adrian, que mata al simio, no se le ocurre mejor idea que ponerse encima la piel del mono para asesinar seres humanos a los que extraer el valioso fluido, dando un vuelco completo en villano, y que los crímenes sean atribuidos al animal y no a él. ¿Cuántas películas muestran este extraño viraje en sus protagonistas científicos? Y ¿por qué? Un temor ancestral, una suspicacia reverencial hacia aquel que sabe más, como escribiera en una ocasión el escritor Isaac Asimov, subyace en esta idea. Para esta película se recurrió al actor Ray “Crash” Corrigan para vestir el traje de “Nabu”, el mono. Corrigan, aunque no tan habitual como el mencionado Gemora, volvería a ponerse la máscara de gorila en películas como “Nabonga” (aka. Jungle Woman, Sam Newfield, 1944), una de las innumerables películas con “diosas blancas” de la selva (herederas de la saga de “Ayesha, la que debe ser obedecida”, creada por H. Rider Haggard, padre del sub género de los “Mundos perdidos”, e iniciada en 1887 con la novela “She”, ganadas para el Sexploitation más puro), con una “bruja” caída del cielo, según los nativos, es decir, que había llegado por el choque de un avión, en la que, una niña tarzánida (término que le debemos al autor Francis Lacassin), sobrevive en la jungla y, ya adulta, es cuidada por un gorila; en “White Pongo” (una más de Sam Newfield, esta del año 1945), con un gorila albino, “Pongo”, como supuesto “eslabón perdido” o “Captive Wild Woman” (Edward Dmytryk, 1943), con la belleza exótica de Acquanetta, en el papel del perfecto resultado, de aspecto humano, de un experimento, en una inversión de las tramas de regresiones evolutivas, de las maquinaciones del Dr. Sigmund Walters (John Carradine como remedo paupérrimo del Dr. Moreau) con Cheela, su gorila, a quien trasplanta glándulas y un cerebro humano. Esta sería la primera película de la trilogía de Paula Dupree, la “Mujer simio”, interpretada por Acquanetta, que sería seguida por “Jungle Woman” (Reginald Le Borg, 1944) y “Jungle Captive” (Harold Young, 1945), en la que Vicky Lane sustituiría a la bellísima actriz, y que contarían la historia posterior a que Cheela, el gorila, haya estabilizado, más o menos, su aspecto humano bajo la apariencia de Paula.

Still de "Captive Wild Woman” y "Hitle Pongo"

 

Como “Pongo”, hubo otro gorila blanco el mismo año, “The White Gorilla” (Harry L. Fraser), que reciclaba escenas del serial silente “Perils of the Jungle” (Jack Nelson, 1927), para narrar la “conmovedora” historia de un gorila albino que es discriminado y echado por sus congéneres, motivo para que vuelva a reclamar lo suyo, al luchar y destronar al rey gorila políticamente incorrecto. Este gorila blanco (Ray Corrigan en triple papel, el de narrador, protagonista y como “Konga”, el gorila) nos pone sobre aviso de la ductilidad “exploit” de nuestro sub género.  


Risas amargas y disfraces de gorila

Ocupémonos un tanto de Charles Gemora (1903-1961), apodado acertadamente como “el Rey de los hombres gorila”. Con un traje confeccionado a mano y relleno de fibra de ceiba, Gemora se lo puso desde el año 1927, en el que debutó en el corto “Goose Flesh”, película de Norman Taurog, hasta aparecer como gorila –y sin acreditar- en, al menos, 56 películas, al lado de actores como Lon Chaney, Lupe Velez, Bela Lugosi, Charles Laughton (en la primera versión de “Island of Dr. Moreau”), Marlene Dietrich (en “Blonde Venus”), Cary Grant, los Hermanos Marx (en ”Marx Bros. at the Circus”), Bing Crosby, Bob Hope, Dorothy Lamour, Abbott y Costello (en “Africa Scream”, una de las tantas parodias que la pareja hiciera de las películas de moda, en este caso, de las cintas de gorilas) y Robert Mitchum y fue dirigido por grandes directores como Tod Browning, Henry Hathaway o Josef von Sternberg. Gemora no sólo pasó su carrera debajo de su traje peludo, sino que creó maquillajes artísticos para 60 títulos y, antes de morir de un ataque al corazón en 1961, había interpretado, incluso, a un marciano en la primera adaptación de la novela de H. G. Wells, “The War of the Worlds” (Byron Haskin, 1953), producida por George Pal.

Es muy conocida la anécdota que cuenta que, el premio Oscar honorífico por su trabajo con el maquillaje de los simios, en “Planet of the Apes”, se lo llevó, el año 1968, John Chambers (creador de las orejas puntiagudas del Mr. Spock de “Star Trek”), a quien soltaron cincuenta mil dólares para ello (el viejo y achacoso Edward G. Robinson declinó el papel del Dr. Zaius, en favor de Maurice Evans, para evitarse la fatiga de pasar horas sentado en la silla del artista Chambers) y que, al año siguiente, “2001: a Space Odyssey”, con el trabajo de Stuart Freeborn con los “Hombres mono del Veldt”, lo perdiera, porque la academia había supuesto que se habían usado monos verdaderos. Freeborn, poco después, sería el encargado de crear al wookiee Chewbacca y al Maestro Yoda (con sus ojos afligidos, que tenían como inspiración los de Albert Einstein) de “Star Wars”. Supondríamos, con estos avances en trucos prostéticos (antes de la aparición de la tecnología CGI y de Captura de movimiento –Mocap- con el primer actor Andy Serkis como el Kong de Peter Jackson y César en “Rise of the Planet of the Apes” y sus continuaciones), que los ridículos trajes de gorila, en toda clase de producciones, habrían quedado atrás, más su dudoso encanto continúa intacto hasta hoy, como demuestra su uso en las fiestas de Halloween, fuera de Hollywood.

“Greystoke: The Legend of Tarzan, Lord of the Apes” (Hugh Hudson, 1984), pretendía trasplantar la creación de Burroughs de los terrenos del pulp, y la Clase B, a la Súper producción. Christopher Lambert interpreta a John Clayton y a Tarzán, “Señor de los monos”, cuando el barco en el que navegaran sus padres, siendo este un bebé, naufragara y una hembra gorila, que perdiera recientemente a su cría, se hiciera cargo del niño. La película reubica la historia en Inglaterra, a la fastuosa heredad de Lord Greystoke (Ralph Richardson como “The Sixth Earl of Greystoke”) abuelo de John-Tarzán. Pero John jamás se adapta a su nueva vida y echa de menos la jungla, aun cuando Miss Jane Porter (Andie MacDowell) se enamore de él. Las escenas que transcurren en el museo, con uno de los “parientes” simiescos de Tarzán y, posteriormente, en las calles, son conmovedoras, y no puede uno sustraerse a la majestuosa puesta en escena, y el trabajo de Rick Baker, como artista del maquillaje de tantos actores caracterizados como simios es magnífico, al grado que ostenta el récord, en su categoría, de acumulación de premios Oscar, con siete ganados y once nominaciones, aunque su creación preferida sea la realizada para “Harry and the Hendersons” (William Dear, 1987), película que, como en el caso de las cintas de gorilas, es una de las mejores producciones que se ocupan del también ubicuo “Bigfoot” y todos sus avatares. A pesar de esto, algo debió de parecerle mal al guionista Robert Towne, quien decidiera que su nombre fuera quitado de los créditos y fuera sustituido por el seudónimo de P. H. Vazak, el nombre de su perro de raza pastor húngaro. Fue así como, en la historia de los premios Oscar, por primera vez, un perro fue nominado por Mejor guion adaptado, aunque, lamentablemente terminó perdiéndolo. 

“Greystoke: The Legend of Tarzan, Lord of the Apes” “The Gorilla Mistery”.

 

Volviendo al buen Charles Gemora, a este sólo le faltó aparecer en las cintas animadas con su traje de gorila. Y es que, como no podía ser menos, Disney ya había tratado el tema en “The Gorilla Mistery” (dirigida por Burt Gillett, sin acreditar, en 1930, y con una carrera, en la animación, dilatada desde 1920 al año 2001). En este corto Mickey Mouse se entera, leyendo el periódico, que un gorila ha escapado del zoológico. Le habla por teléfono a su amada Minnie a quien, tenía que ser, pronto la “visitará” el gorila del título. Pero, como se trata de Disney, sabemos que todo finalizará bien, con el par de ratoncitos atando al animalón con una cuerda. Como dato curioso, la voz de Mickey la prestó el mismo Walt Disney. Bugs Bunny había sido otro personaje de la animación que tuvo un encontronazo con un gorila en “Gorilla My Dreams” (Robert McKimson, 1948). Bugs alcanza, flotando en un barril, la isla Bingzi-Bangzi, “Tierra de feroces simios”, en la que viven varias familias de gorilas que se ocupan de leer libros como “Apes of Wrath”, habitar chozas con todas las comodidades que se puedan obtener en la jungla, y leer el periódico en medio de la paz doméstica. Claro, en una parodia de lo humano, estos gorilas nos presentan su propia versión de los desacuerdos matrimoniales. Y ahí llega Bugs, que debe dejarse querer, como si fuera un bebé, por la llorosa hembra gorila. En tanto, la Pantera rosa, en el capítulo “Sink Pink” (Friz Freleng & Hawley Pratt, 1965), se enfrenta a un curioso personaje que desea añadir a su colección de fieras una pantera de color rosa. Para llevar a cabo sus deseos, el hombrecito construye una moderna arca de Noé, y hace correr la voz, entre los animales, que un diluvio nuevo acontecerá, para atrapar a la mayor cantidad (entre estos a la elusiva pantera rosa) de fieras silvestres. En una de las escenas, tanto la pantera como el cazador, han usado un “ascensor de la selva”, con un gran gorila, que tira de una canasta valiéndose de una cuerda, como ascensorista.

En “Spooks! (Jules White, 1953), uno de los cortos de “The Three Stooges”, los tres idiotas protagonistas se meten a detectives e intentan dar con el paradero de una chica secuestrada (Norma Randall), en la resobada “casa embrujada”, con el trillado científico loco (Philip Van Zandt), que responde al “genial” nombre de Jeckyll, y que no desea otra cosa que trasplantar su cerebro a un gorila. Policías, investigadores privados, bandas criminales, científicos locos y gorilas. Este batiburrillo de temas, más o menos emparentados, es antiguo y ubicuo. En la película alemana occidental “Der Gorilla von Soho” (Alfred Vohrer, 1968), se adapta una novela de Edgar Wallace, el otro padre de King Kong (y que fuera el autor del primer guion de la película), en la que se ven involucrados investigadores, comisionados de policía, huérfanas en un internado gobernado por monjas malévolas, una chica muda que envía mensajes cifrados escritos en muñecas de plástico, varias mujeres desnudas y un criminal con el rostro deforme por quemaduras y que se oculta bajo el gastado traje de gorila. A Wallace se le atribuyó, por muchos años, la autoría de la novela “King Kong” (publicada en 1932), emanada de la película, cuando su autor no fuera sino Delos W. Lovelace, reportero del New York Daily News, lo que aporta una pista vaga sobre la multi parentalidad de la idea de los gorilas en el cine y en las letras.

Más mujeres semi desnudas (en bikini), piscinas, rock and roll, herencias, fantasmas, una casa para asustar y, obviamente, gorilas, aparecen en “The Ghost in the Invisible Bikini” (1966), de Don Weis, responsable de dirigir varios capítulos de diversas series de televisión como “Batman”, “Starsky and Hutch”, “M.A.S.H”, “Charlie's Angels” o “Hawai 5-0” en uno de los últimos títulos de esa corriente denominada “Beach Party Movie”, en la que aparece Boris Karloff, aprovechado en un solo día de rodaje, como gancho publicitario. Otro cóctel de elementos se revuelve, y no se agita, en “The Bowery Boys Meet the Monsters" (Edward Bernds, 1954), con tres de los chicos Bowery originales del larguísimo serial cinematográfico, Leo y Bernard Gorcey y Huntz Hall, quienes se topan con una familia de locos a quienes hacen falta varios elementos, que no dudarán en tratar de obtener, como un cerebro humano para un gorila, carne para un árbol caníbal, sangre para una vampira y otro cerebro para un robot, para satisfacer sus siniestras y granguiñolescas aspiraciones.     

Entre las series televisivas mencionaremos un solo capítulo de “The Addams Family”, el que lleva el título de “Morticia Joins the Ladies League” (Jean Yarbrough, 1964). Cuando el pequeño Pericles (Ken Weatherwax) y su padre, Homero Adams (John Astin), visitan un circo, Gorgo el gorila (George Barrows dentro del disfraz) sigue a Pericles hasta su siniestra y decadente mansión, donde asume las tareas domésticas, algo que no le cae muy bien al verdadero mayordomo de la familia, el fiel zombi Largo (Ted Cassidy), a la vez que Morticia (Carolyn Jones), la hermosa madre de familia, ingresa a una liga femenina. A la hora de invitar a casa a sus nuevas amigas se las verá con que tiene un nuevo, y peludo, sirviente. Años antes George Barrows se había enfundado el traje en “Gorilla at Large” (Harmon Jones, 1954), con Anne Bancroft y Lee Marvin en uno de sus –pésimos- primeros papeles, envueltos en un acto circense que involucra a “Goliath, el gorila cuya captura costó la vida de mil hombres”, asesinatos misteriosos y la salida facilona de inculpar a la bestia, que puede ser culpable o alguien más, disfrazado de gorila, en una truculenta vuelta de tuerca dentro del mismo sub género. La película fue un fiasco cuando se la intentó exhibir por televisión en 3D, tratando de imitar su pase original en cines, debido a la diversidad de modelos de receptores.

En otra serie, “The Ghost Busters” (The Ghost Busters, Norman Abbott y Larry Peerce, 1975), antecedente televisivo de la película “Ghostbusters” de Ivan Reitman (1984), Jake Kong (Forrest Tucker) y Eddie Spenser (Larry Storch), iban acompañados por un gorila de nombre Tracy (Bob Burns dentro del traje, aunque acreditado como su “entrenador”), y se anunciaban, en la línea de los detectives de los años dorados de Hollywood, como “Spenser (con “s”), Tracy & Kong” (un guiño hacia el actor Spencer Tracy) en su tarea de enfrentarse a hombres lobo, fantasmas, vampiros e incluso al fantasma de Canterville, auxiliándose con una especie de cámara enorme que funcionaba como supuesto “desmaterializador” de fantasmas (que los enviaban a otra dimensión momentáneamente), en otras tramas dignas de la mencionada serie animada Scooby-Doo. Tracy, que usaba un ridículo gorrito coronado por una hélice de plástico, era el conductor de un viejo modelo fabricado en 1925, un taxi argentino en su vida útil, anterior a su uso en la serie. Nuestros héroes obedecían a un jefe llamado Cero, a quien sólo se escuchaba (la voz era la del actor y productor Lou Sheimer), cuando les ordenaba una nueva misión, a través de una grabación que se destruía después de unos segundos, al modo de “Misión imposible”. Tenemos pues, que se dedicaban, de manera bastante torpe, a cazar a sus criaturas y fantasmas mientras soltaban toda clase de diálogos bobos, bajo situaciones absurdas y escenarios que no ocultaban su hechura barata, y que estaban destinados a ser vistos por un público infantil. Para elegir al actor que portaría el traje de Tracy, durante el casting, fue elegido el ya citado Bob Burns, que iba con su traje de gorila confeccionado por él mismo con ayuda de su esposa, y a quien se le había formulado la pregunta “¿quién es tu agente?”. La respuesta, “Tarzán”, le había dado el trabajo. Burns, excéntrico coleccionista de objetos de cine, posee su “Museo del sótano”, donde conserva uno de los esqueletos del muñeco Stop-Motion original de King Kong y ofrece espectáculos elaborados cada Halloween en el jardín de su propiedad. La serie fue repuesta para la pantalla chica como un serial animado, cuando la cinta de Ivan Reitman causara furor en los años ochenta, y tuvo que competir con otra serie animada, la surgida directamente de la película de Reitman, que se hacía publicitar como “los verdaderos cazafantasmas”, cuando, a decir verdad, la original había sido esta serie ingenua y un tanto aburrida.

Fue gracias a los seguidores del dibujante Don Martin, que se ocupó de escribir una gran cantidad de historietas en la revista “Mad”, entre estas una titulada “National Gorila Suit Day”, que en los Estados Unidos, cada 31 de enero, se celebra el “Día nacional del traje de gorila”.

Los cómicos no pudieron soslayar la moda. Hemos citado a los Hermanos Marx y Abbott y Costello en relación al ubicuo traje de Charles Gemora, pero rescataremos del olvido a los menos afortunados. Los Hermanos Ritz son claro ejemplo de ello. Poseedores de menos gracia que Groucho y sus hermanos, los Ritz se sometieron a una huelga, en los estudios de la Fox en 1939, debido a la mala calidad del guion de su película “The Gorilla” (Allan Dwan), en la que interpretaban a los “Defective Detectives”. La Fox les rescindió el contrato y “The Gorilla” fue, como en el caso de “Trog” para Joan Crawford, un trago amargo que pasar para sus protagonistas. En la película, en la que participó Bela Lugosi, se aúnan la trama gansteril (con un cabecilla al que apodan “el gorila”), el consabido tema del escape de un gorila del circo (llamado “Poe”, en franco homenaje al autor de los “The Murders in the Rue Morgue” e interpretado por Art Miles), un chantaje y el caserón oscuro con sus misteriosos pasadizos secretos, en una bobísima comedia de terror. Los antipáticos y cobardes “defectives” (Jimmy, Harry y Al, casi clones a los que no se puede distinguir uno del otro), que suponen que se las tendrán que ver con un matón con apodo, se encuentran, a la sazón, con un antropoide de verdad.

La amargura, resultado de inscribirla como una de las peores producciones de la historia, muta en la más bizarra diversión en “Robot Monster” (aka. Monster from Mars, 1953) de Phil Tucker, con su invasor extraterrestre con cuerpo de gorila y cabeza de calavera, enfundada en una esfera –o pecera- transparente, que funcionaba como casco de viajero espacial, con su ridícula arma de destrucción masiva: una máquina de burbujas.

Supervivencia y locura

La infame “Ingagi” tuvo un hijo bastardo varios años después (derivado de aquellas escenas que presentaban a los supuestos descendientes de madres humanas y padres gorilas), ya en la plena fiebre desatada a raíz de Kong, que se constituyera en todo un fenómeno cultural, la película “Son of Ingagi” (Richard C. Kahn, 1940), cuyo mérito consiste en ser la primera película de Ciencia ficción y terror con un reparto totalmente conformado por actores negros, aunque no tenga nada que ver con su predecesora. Los títulos iniciales ya presentaban la influencia (o el plagio descarado) de Kong: un gorila gigantesco, con los brazos abiertos y amenazantes, detrás de unos rascacielos. Se trataba de otro gancho fraudulento. La película narraba la historia de la Dra. Helen Jackson (Laura Bowman) quien, a su regreso de África, había traído con ella un “eslabón perdido”, a quien nombra N´gina, interpretado por el actor Zack Williams, ridículamente caracterizado, quien, ocho años después interpretaría al jefe de una tribu africana en “Jungle Goddess”, película dirigida por Lewis D. Collins, con Wanda McKay como una de las tantas mujeres tarzánidas, rubias y deificadas, del cine de explotación que ya hemos mencionado. La historia había sido escrita por Spencer Williams, uno de los pioneros del cine afroamericano y se centraba en un par de herederos que, al morir la doctora, obtenían su casa y a la criatura, sin proponérselo. Estamos, pues, ante otro típico “legado tenebroso” (herencia, cientos de veces repetida y a manos llenas, de la película muda “The Cat and the Canary”, dirigida por Paul Leni, el año 1927), aderezado con truculentos enigmas biológicos para un guion cuyos detalles esenciales se colarán en “Teenage Monster” (Jacques R. Marquette, 1958), el primer “Weird Western” de la pantalla grande, con su monstruo viviendo escondido en el sótano de una propiedad, en un rancho, como un estorbo del cual avergonzarse.

Es sintomático que en la, en apariencia, absurda “Behind Locked Doors” (1948), esta lleve el título alternativo (el que aparece en los títulos iniciales, realmente) de “Human Gorilla”, se nota igualmente una cierta vergüenza en el hecho de que el gran Budd Boetticher (director de baratos pero trascendentes westerns con Randolph Scott) la firme como Oscar Boetticher y que no aparezca ningún gorila en la cinta, y sí lo haga un paciente psiquiátrico, Thor Jonhson, apodado “The Champ” (sin acreditar) y que su truculencia argumental se adelante a la película de culto “Shock Corridor” (1963), del reverenciado Samuel Fuller y a “One Flew Over the Cuckoo's Nest” (1975), de Miloš Forman, en la idea central de hacerse pasar por demente en un sanatorio, para dar con el paradero de un personaje que se oculta entre los locos. La fuerza bruta, la locura y lo retorcido de los comportamientos humanos se muerden la cola.   

No importa el absurdo en la historia de Kong, gorila gigantesco, verdadero Rey de los Monstruos (título que le arrebataría la “Godzilla” de Ishiro Honda de 1954), y su enamoramiento de una mujer, que no oculta su origen en la historia de “La bella y la bestia”, que ya había sido contada por el autor latino Apuleyo en “El asno de oro” en el Siglo II d. C. con su versión más popular, la escrita por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont (publicada en 1756). En la historia de Kong también se entrecruzan el viaje al “corazón de las tinieblas” (una alusión a la novela de Joseph Conrad) como cuenta Hayes (Evan Parke), el primer oficial del barco “S. S. Venture”, en la versión de Peter Jackson del año 2005, a Jimmy (Jamie Bell) el integrante más joven de la tripulación y el contraste de aquello que llamamos “civilizado” contra lo “salvaje”. Es el mismo viaje, al interior de la selva oscura del alma (a lo “ínfero”, el infierno mismo que sólo puede estar adentro de uno mismo, potenciado por el exterior hostil), que hiciera el ateniense Jenofonte en su “Anábasis” (“subida” o “marcha tierra adentro”), obra del año 385 a. C. mientras se enfrenta a los ejércitos persas enemigos, con sus diez mil mercenarios griegos, en el viaje de regreso a casa (hacia la costa), y el del capitán Benjamin L. Willard (Martin Sheen) en misión asesina del enloquecido coronel Kurtz (Marlon Brando), que ha creado un reino demente, en el que se ha erigido dios en plena selva, en “Apocalypse Now”, la imperfecta obra de arte de Francis Coppola que traslada a Vietnam la trama del libro de Conrad, y el último viaje de Lope de Aguirre, el crepuscular conquistador español del Amazonas, interpretado por Klaus Kinski, que termina solo, flotando por el río, en una balsa cubierta por monos, después que los nativos hayan dado cuenta de los expedicionarios, en la película de Werner Herzog, “Aguirre, der Zorn Gottes”, de 1972.

En tal tesitura localizamos a “Sands of the Kalahari” (Cy Endfield, 1965), que era una visión subversiva del optimismo que presentara Stanley Kubrick en su “2001: a Space Odissey”, con sus “Hombres mono del Veldt” a punto de dar el próximo paso evolutivo. Cuando un conjunto de viajeros aéreos pierde el vuelo, deciden tomar el reemplazo en una avioneta que, debido a una nube de langostas, se desplome súbitamente en el desierto. Cinco hombres se ven enfrentados a los peligros naturales (el calor, el hambre, la sed), a sus propias naturalezas que, necesariamente, aflorarán conforme pase el tiempo, y a la perturbadora presencia de la única mujer, la señora Grace Monckton (Susannah York). Lo primero que hará Brian O´Brien (Stuart Whitman), el cazador y fortachón del grupo, será rescatar su rifle y balas, dejando claro quién es en verdad. Lo acompañarán, el Dr. Bondarahkai (Theodore Bikel), el científico que no dudará en poner en práctica sus conocimientos para hacer una trampa y matar a un lagarto para comer, aunque a nadie le importe; el viejo y sensato Grimmelman (Harry Andrews), superviviente del holocausto; Sturdevant (Nigel Davenport), el lascivo piloto que no dudará en echarle el guante a la señora Monckton, antes de internarse peligrosamente en las ardientes arenas en busca de ayuda y Mike Bain (Stanley Baker), herido en una pierna, y el único que podría oponérsele al psicópata O´Brien que, al poco de ocupar una gruta (en la cual encontrarán pinturas rupestres y restos humanos prehistóricos), dará con un peñón habitado por una colonia de papiones, contra los cuales la tomará a tiros, aunque los animales no hagan nada para provocarlo.

Grimmelman será quien les describa la conducta biológica de los papiones que, en bandas de dos o tres machos, son capaces de defenderse y hasta de matar a un leopardo. O´Brien realizará ese viaje hacia el interior primitivo, esa regresión involutiva, o acaso simplemente su locura asesina se fomente con el desierto, alegando que los papiones, y el resto de los hombres de paso, no son otra cosa que rivales y competidores por espacio y comida. Y aunque no cabe la menor duda que es el único, de entre todos los hombres, que se encuentra en su elemento, como bien dice uno de los personajes, y el más adecuado para sobrevivir, no deja de evidenciar al loco que supone poderlo hacer bien todo, y solo. Se deshará del médico echándolo, literalmente, a las dunas calientes, aunque el guion sea piadoso con el personaje cuando lo rescate una partida de bosquimanos. La suerte de Grimmelman, en cambio, estará sellada de un golpe, en una absurda incursión suicida a los restos del avión, por parte suya y de O´Brien. Así, tan sólo con Bain como competidor, O´Brien tendrá para sí comida, territorio y hasta hembra, con una complaciente señora Monckton que se rinda, de inmediato, ante el poderío del macho alfa. Sturdevant, a punto de morir, escuchará tras las dunas el rumor de las olas del mar. Cuando pise la playa inmediatamente será detenido por una patrulla que vigila una zona diamantífera, con unos hombres violentos que se convencerán, al fin y al cabo, de enviar un helicóptero para rescatar a los sobrevivientes. Bain y la señora Monckton se salvarán, y O´Brien preferirá la muerte, cuando, solo y sin municiones, se enfrente a puño limpio a los dientes y uñas de los papiones.

En la malísima “Schlock” (1973) su director, John Landis, se pone el traje de antropoide, diseñado por Rick Baker, y debuta en el cine con la parodia del subgénero. Nada falta aquí, ni el “eslabón perdido” descongelado, ni la cueva, como tampoco el enamoramiento de la chica humana o los homenajes a “2001: a Space Odyssey” y al cine mismo (la criatura entra a un cine en el que pasan “The Blob”, la película de Irvin Yeaworth del año 1958, justo en la escena en la que los personajes ven la película “Dementia: Daughter of Horror”, una “Art-Movie” silente –a la que se añadió posteriormente una narración en Off-, de John Parker, del año 1955, en el Colonial Theatre), ni infinidad de chistes tontos y cascaras de plátano. La película finalizaba con el asesinato del primate y la frase que se hiciera célebre en King Kong, “fue la bella la que mató a la bestia”.

La franquicia que originara Kong, hace más de ochenta años, continúa hoy con la inclusión del enorme simio en el “MonsterVerse”, con la hipótesis cienciaficcionista que explicaría la existencia de los “Titanes”, monstruos gigantescos que duermen debajo de nuestro mundo y al que pertenece “Godzilla”, con quien Kong ya se había enfrentado –y seguirá haciéndolo- en la cinta japonesa “King Kong vs. Godzilla” de Ishiro Honda, del año 1962, que demuestra la salud de que goza el subgénero.

"The Monsters Club".
 

En la comedia de horror “The Monster Club” (Roy Ward Baker, 1981), que reunía a dos de las viejas glorias del cine clásico de terror, Vincent Price y John Carradine, se explicaba el árbol genealógico de los monstruos y sus cruzas:

“Primero están los monstruos primarios, vampiros, hombres lobo y gules. Un vampiro y un hombre lobo producirán un lobovamp. Un hombre lobo y un gul producirán un lobul, el vampiro y el gul darían un vamgul, de un lobovamp y un lobul surgiría un lobul, de un lobul y un vamgul saldría un gulgul, de un lobovamp con un vamgul un vampvamp, pero si un lobul se cruzara con un vampvamp o con un gulgul el resultado sería un bastid, que en realidad es una forma suave de decir bastardo”.

Entre tantos avatares monstruosos, debieron haber incluido gorilas, hombres y mujeres simio, y todas sus variantes, por derecho propio, en alguna rama del dichoso árbol.  
 

LEER: Los gorilas en el cine: Antropología, fantasía y explotación. PARTE 1