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Reporte de la semana

2019-10-22 00:00:00

«Historias tenebrosas»: Cien años del cine de terror

Por Pedro Paunero

Se ha vuelto una convención el considerar a la película “Historias tenebrosas” (Unheimliche Geschichten) de Richard Oswald, como al primer largometraje de terror de la historia, si bien existen películas anteriores (también largometrajes) que contienen elementos terroríficos y fantásticos, o pueden considerarse cintas de suspenso, como “El estudiante de Praga” (Der Student von Prag) de Stellan Rye y Paul Wegener, estrenada en 1913, basada en el cuento “William Wilson” (pub. 1839) de Edgar Allan Poe, cuyo personaje, el doble o “Doppelgänger”, serviría al psiquiatra Otto Rank para publicar un detallado ensayo en la revista “Imago” de Sigmund Freud; la primera versión de “El Golem” (Der Golem), de Henrik Galeen y Paul Wegener, del año 1914 y “Homunculus” de Otto Rippert, del año 1916, cuya trama se parecía sospechosamente a la del Golem y la primera versión de “Alraune” (1918), hoy perdida, dirigida por Mihály Kertész quien, a su traslado a los Estados Unidos, cobraría fama con su nombre americanizado como Michael Curtiz, y basada en la novela de Hanns Heinz Ewers (publicada en 1911), sobre la femme fatale que nace al inseminar artificialmente a una prostituta con el esperma de un ahorcado, lo que daría como resultado a una mujer mandrágora (Mandrake, en inglés), seductora y sin sentimientos, según la leyenda medieval.   

Fue el día 5 de noviembre de 1919 que “Historias tenebrosas” se estrenó. Adelantándose a la productora británica “Amicus” (competidora de la mítica “Hammer”, que resucitara los temas y monstruos clásicos de la Universal), la cinta está compuesta por cinco episodios, a cada uno de los cuales se les da el crédito autoral, unidos mediante el recurso narrativo de la lectura que, de unos libros en la biblioteca de un anticuario, llevan a cabo tres personajes fantasmales, el diablo (Reinhold Schünzel), la muerte (Conrad Veit) y una prostituta (Anita Berber) que brotan de unos cuadros que cuelgan de las paredes. Dos de estas pinturas vivientes, el diablo y la muerte, competirán por la atención de la prostituta, y será este trío, el protagonista de todas las historias.

“La aparición” (publicado como cuento en 1912), de Anselma Heine, tiene como particularidad narrar por primera vez los acontecimientos de la “leyenda de la habitación fantasma”, que Alfred Hitchcock contaría mejor en “La dama desaparece” (aka. Alarma en el expreso, “The Lady Vanishes”, 1938). La leyenda también sería tratada por Ethel Lina White en su novela “The Wheel Spins”, en la cual se basarían Sydney Gilliat y Frank Launder para el guión de la cinta de Hitchcock, mismo que sería retomado en el film de la serie televisiva “Alfred Hitchcock, presenta” en 1955, correspondiente al capítulo 5 de su primera temporada, bajo el título de “La dama desaparecida” (Into Thin Air) y que fuera dirigido por Don Medford, así mismo sostiene el argumento de “Extraño suceso” (So Long at the Fair, aka. The Black Curse), película de Terence Fisher y Anthony Darnborough, de 1950. La leyenda ha sido tema recurrente en otras producciones y obras literarias, y narra la llegada a un hotel de dos personas, una de las cuales desparecerá en el transcurso del hospedaje, y la búsqueda que la otra, casi enloquecida, realizará infructuosamente, ante la posibilidad de que nadie más, en el hotel, la haya visto realmente, bajo una atmósfera de sospecha y angustia.

En el filme que nos ocupa una mujer apenas escapa de su sádico ex esposo, que ha intentado asesinarla. En un tren conoce a un hombre a quien cuenta su desgracia. Llegan a un hotel y ocupan habitaciones distintas. La mujer pronto sucumbirá a los escarceos amorosos de su nuevo amigo, al mismo tiempo que su ex marido alcance al hotel, persiguiéndola. Cuando el amante, tras una noche de juerga, se ilusione con visitar a la mujer en su habitación, encontrará vacío y destrozado el cuarto, a la par que se cruzará con el loco en el pasillo. Al día siguiente, convencido de que se ha equivocado de habitación, la encuentra aparentemente intacta. Y vacía. Sospechosamente todo el personal del hotel jurará que la mujer, con la que él ha llegado una noche antes, no existe, que él había llegado solo y que el nombre de ella no figura en el registro, e incluso la policía afirmará lo mismo, a la vez que el sádico jure que ha sido el amante quien se ha deshecho de la mujer. La conclusión sigue a la leyenda a pie juntillas: la desaparición del cadáver, la quema del mobiliario y la restauración de la habitación, debida a la muerte, por peste, de la mujer, convirtiendo al personaje del marido desquiciado en una mera trampa literaria.

“La mano”, de Robert Liebmann, recalca las oscuras vicisitudes del triángulo amoroso, establecido desde el principio. Uno de los dos pretendientes de la mujer estrangula a su rival quien, desde su muerte, se aparecerá al otro, para atormentarlo. Oswald, que como director se considera un cineasta regular y, a más correcto, presenta aquí un elemento, en cuanto a efectos especiales, destacado: unas huellas espectrales que van apareciendo en la tierra.

Esta es, acaso, la película que introdujera en el cine la “mano fantasma”, cuyo antecedente literario se remonta al libro “The House by the Churchyard” (publicado en 1863), de Joseph Sheridan Le Fanu, con una mano amputada que aparece sobre el alféizar de una ventana. La mano cortada que repta, provocando escenas de terror, será, desde entonces, un elemento con personalidad propia en innumerables cintas de terror.

“El gato negro” escenifica uno de los cuentos más célebres de Edgar Allan Poe, mientras que, en “El club de los suicidas”, se adapta uno de los tres cuentos del libro de Robert Louis Stevenson del mismo título (publicado en 1878), en específico el tercero, titulado “La aventura de los coches de punto”. Esta narración, con los miembros de esa sociedad secreta entregados a jugar a la ruleta rusa, ya había sido tempranamente adaptada para el cine por D. W. Griffith, en 1909.

En “El fantasma”, la última de las historias que componen el filme, y que se encuentra situada en el Siglo XVIII y fuera escrita por el mismo director, una mujer se queja, a solas, de la falta de atención por parte de su esposo. De repente un lacayo le avisa que el coche de un caballero ha sufrido un percance, ella no duda en hacerlo entrar a su sala. El accidentado, que se identifica como un frívolo Barón, de inmediato corteja a la mujer y alardea de sus valientes hazañas. El esposo conoce al recién llegado, pero al poco tiempo tiene que emprender un viaje, y le encomienda al Barón el cuidado de su esposa. En pleno romance, comienzan a sucederse una serie de eventos sobrenaturales, como el deslizamiento, hacia arriba, de varios cuadros suspendidos en la pared, o el descenso del candelabro, entorpeciendo, todas las veces, los torpes avances amorosos de parte de ambos. Cuando una misteriosa procesión de encapuchados, vestidos de negro, se presenta, no podemos dejar de notar el tono de farsa moral, de esta última narración, al hacer su entrada el marido casi cornudo y espetarle a su mujer la “valentía” del Barón, que se ha atrevido a ligársela. “Si una mujer besa a su marido, hay que decir que esta sí que es una historia misteriosa”, sentencia.

Curiosa, y sumamente imperfecta, esta película, cuyo metraje sufrió cortes a lo largo de su historia, cumple el siglo este mes de noviembre.

Léase más en:
“La dama desaparece, la leyenda de la habitación fantasma” por Pedro Paunero, en el siguiente enlace:
  https://lalibretadeirmagallo.com/2017/01/26/la-dama-desaparece-la-leyenda-de-la-habitacion-fantasma/