El portal del cine mexicano y mas

Desde 2002 hablando de cine



Noticias

2020-02-26 00:00:00

Cien años de «El Gabinete del Dr. Caligari»

Por Pedro Paunero

La rebeldía, y las trampas de la psique, sostienen, en una suerte de maquinaria enajenada, la historia de “El gabinete del Dr. Caligari” (Robert Wiene), que este 26 de febrero de 2020 cumplió un siglo de haberse estrenado en el Marmohaus de Berlín.

Escrita por el futuro guionista de dos de las películas perdidas de F. W. Murnau, Hans Janowitz y Carl Meyer, también guionista de Murnau en las notables “Der letzte Mann” (1924) y “Sunrise: A Song of Two Humans” (1927) y en “Berlin: Die Sinfonie der Großstadt” de Walter Ruttmann (1927), esa película que da nombre a todo un subgénero cinematográfico: el de la “Sinfonía de la ciudad” (una variante del “Cinepoema”, para el cual se componía una auténtica sinfonía musical que acompañaba a su exhibición), “El gabinete del Dr. Caligari” traslada al celuloide sus inquietudes pacifistas (Janowitz era veterano de guerra), los espectáculos de salón, a medio camino del charlatán y el hipnotizador de circo (ambos habrían visitado un circo ambulante en el que aparecía un hombre hipnotizado en la Kantstrasse, que realizaba hazañas de fuerza física y hacía profecías), un asesinato real, recordado por el mismo Janowitz como una especie de sueño (una mujer –cuya belleza ha obligado a Janowitz a seguirla- es atraída detrás de unos arbustos y, en su lugar, sale un hombre, un burgués, con la noticia, al día siguiente, de que la chica había sido asesinada y violada), así como el recuerdo de las calles de su pueblo natal como una geografía distorsionada –representada en los sets (e, incluso, en los rótulos explicativos) que Hermann Warm (con ayuda de Walter Reimann y Walter Röhrig, que sólo filmaron en interiores) creara para el filme, de manera conscientemente artística- típica del onirismo, la película funciona a nivel subconsciente –el de ambos autores del guion y, en especial, lo que no es sino sintomático, de Meyer, que padecía aversión a los psiquiatras, tras haberlos sufrido en la milicia- en una época en la cual las teorías de Sigmund Freud se popularizaban.

Cinta maestra del fantástico alemán, emparentada con el expresionismo pero más bien heredera del Teatro del Gran Guiñol (al fin y al cabo es una historia de “terror con truco”), tan de moda en su tiempo, innova en cuanto a la narrativa cinematográfica (un prólogo y un epílogo que encierran un flashback extraordinario) y en el diseño de producción (sus célebres y celebrados escenarios, calles, interiores y edificios angulosos y distorsionados), no así en la técnica (la cámara todavía permanece fija, esclava de un estatismo teatral), forma parte de un puñado de películas que tienen en esa indagación psicológica el motivo de su propia histeria: “Misterios de un alma” (Geheimnisse einer Seele; G. W. Pabst, 1926), “La Coquille et le clergyman” (Germaine Dulac, 1928) y “Un perro andaluz” (Luis Buñuel, 1929), hasta culminar con uno de los “fallos” más trascendentales de Alfred Hitchcock, “Spellbound” (1945), con una memorable escena onírica diseñada por Salvador Dalí.

“El gabinete del Dr. Caligari” ridiculiza la realidad y, según parte de la crítica (así Siegfrid Kracauer en “De Caligari a Hitler, Historia psicológica del cine alemán”, 1947 con cuyas teorías no concuerdan otros), su antiautoritarismo (por ejemplo, en la escena del burócrata sentado en una silla anormalmente alta) anunciaba y, por esto mismo rechazaba, el advenimiento del nacional socialismo, aunque los guionistas protestaran por la inclusión del prólogo y del epílogo por parte de Fritz Lang (a quien se había propuesto como director pero luego se apartó del rodaje), al alegar que estos añadidos harían de toda la película –en una narración enmarcada cuyo inicio, la historia que cuenta Francis (Friedrich Feher) a un anciano, mientras están sentados en una banca, al ver pasar a una extraña mujer llamada Jane (Lil Dagover), a quien Francis se refiera como a su “prometida” y el final, en el que se revela toda esta historia como los desvaríos de un loco, y al hipnotizador Caligari (Werner Krauss), “realmente” como al director del manicomio- un filme más bien conformista y no revolucionario. Con los escritores concuerdan aquellos –que van de Blaise Cendrars a Kim Newman- que han criticado su conclusión (a la manera de “El mago de Oz”) en la que, todos los personajes de la narración central, son sustituidos por personas del manicomio, ya que supondría que el arte moderno, desplegado espectacularmente en sus sets y atrezo, es cosa de locos, argumento que reforzaría su conservadurismo y el de los enemigos del arte contemporáneo.  

La historia que cuenta Francis es conocida. A la ficticia o, en la imaginaria (nunca mejor dicho) ciudad de Holstenwall (una transposición del Holstenwall de Hamburgo, por donde solía deambular Janowitz), llega un feriante, el Dr. Caligari (Krauss), que pide permiso a los burócratas para presentar su espectáculo ante una multitud maravillada (el simbolismo, según se ha leído, es el de una masa ciega, pronta a caer bajo un poder oscuro que obnubila sus mentes), el de un sonámbulo llamado Cesare (Conrad Veidt), ante cuyo escenario acuden los estudiantes Francis y Alan (Hans Heinrich von Twardowski), ambos enamorados de Jane (Dagover), hija del doctor Olsen (Rudolf Lettinger). Cesare profetiza a Alan que morirá al amanecer lo que, por supuesto, ocurre. Para esto, el burócrata de la silla elevada ha sido asesinado de la misma forma que Alan, lo que da que pensar a Francis. Lo que sigue recalca los varios niveles en los que se desarrolla esta demencial y retorcida película, con un Caligari, por ejemplo, señalado como culpable, refugiándose en un manicomio del cual es su demente director, y en el que Francis encuentra un libro en el que lee la historia de un místico de apellido Caligari, que sometía la voluntad de un hombre, llamado Cesare, para cometer actos criminales en la Italia del Siglo XVIII, lo que ha llevado al Caligari actual a imitarlo (origen de su legendario grito “¡Debo volverme Caligari!”), antes de que descubramos que el mismo Francis es un lunático del manicomio en el que, en efecto, Caligari es su director.      

La película gozó de gran popularidad, a pesar de ciertas –pero poderosas- voces disidentes (como Jean Cocteau y Sergei Eisenstein, que la detestaron), y directores de la talla de Abel Gance y René Clair alabaron sus innovaciones.

A un siglo de su estreno “El gabinete del Dr. Caligari” ha mutado, como ha sucedido con gran parte del cine mudo, de ser una pieza clave del cine de arte, y de la vanguardia de su tiempo, en un objeto de arte por sí mismo, es decir, en la fuente plástica de la que se extraen escenas, motivos e ideas, para ser remontados y recontextualizados en los principios del Siglo XXI, estos mismos que ven alborear el segundo siglo de esta fascinante como asombrosa película.