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2020-11-07 00:00:00

Hombres blancos en peligro (I): «Sumuru» y «Madame Sin»

Por Pedro Paunero

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Sax Rohmer, creador del súper villano Fu manchú –una de las personificaciones más importantes de “el peligro amarillo”, esa ola paranoide que ve en todo lo que provenga de China una amenaza y que se trasladaría a la “Space Opera” como “el Malvado Ming”, enemigo de Flash Gordon-, fue requerido por la BBC para crear una serie para la radio. Rohmer no se calentó demasiado la cabeza, simplemente tomó mucho de Fu Manchú, le cambió el sexo, le añadió un poco –o demasiado, según se vea-, de miedo paranoide a la Súper Mujer Empoderada y Castradora, y creó así a “Sumuru”, súper villana cuyos lazos criminales se extienden por el mundo, a través de la “Orden de Nuestra Señora”, para fundar un Nuevo Orden planetario, evidentemente femenino. La serie, que fue emitida durante los años de 1945 a 1946, cuidando de no ofender a los chinos –ahora aliados de Inglaterra-, dio origen a varios libros en los que se relataban sus andanzas y, de estos, a la vez, se rodaron las películas, producidas por Harry Alan Towers, el mismo responsable de las películas de Fu Manchú que tendrían a Christopher Lee en el papel protagónico.    

“El millón de ojos de Sumuru” (1967), de Lindsay Shonteff, fue protagonizado por Shirley Eaton, que interpreta a la seductora y mortal súper villana Sumuru, que intenta remplazar a todos los líderes varones del mundo por agentes femeninos, que pertenecen a su organización criminal. Sumuru, como “Ayesha”, la protagonista de la tetralogía de novelas sobre “Ella” (She), escritas por Henry Rider Haggard, sería inmortal, conservaría la juventud y la belleza, y sería la responsable, con su organización, durante los años de la República de Weimar, de una “extraña oleada de delitos, raptos, extorsiones y asesinatos”. La organización, aparentemente desarticulada en 1922, en plena Selva Negra por la policía, vería la desaparición de su líder, no sin que algunas de las supervivientes anunciaran el retorno de su Señora, para acabar con el dominio masculino en el mundo, como puede leerse en el prólogo de “The Girl from Rio”, la segunda película con Sumuru como protagonista. 

El millonario y Playboy Tommy Carter (interpretado por el ídolo de las películas de playa, Frankie Avalon, actor y cantante, acompañado por varias actrices de sus propias películas en los roles de esclavas de Sumuru) y el agente Nick West (George Nader, el protagonista de la infausta “Robot Monster” y célebre por haber escrito la primera novela de Ciencia ficción de temática gay), se trasladan a Hong Kong -donde Sumuru ha asesinado a todos los hijos del hombre más rico del mundo, de origen chino, mediante la voladura de un puente, por el que se trasladaba el funeral-, prácticamente forzados por el simpático, pero enigmático, Sir Anthony Baisbroock (Wilfrid Hyde-White), que ostenta el grado de coronel, para sacarlos de un entuerto en el que los han metido, al ponerles a una chica asesinada en su cama (una de las secuaces de Sumuru, que se ha entregado a “el contacto físico de un hombre”, es decir, el de West, el delito mayor en este mundo femenino) donde, al poco de llegar, lo secuestran y llevan a una mansión, en una de las más de doscientas islas que rodean Hong Kong, propiedad privada de Sumuru, en la cual Nick suelta una de esas frases: “esto parece una lavandería china, ¿quién es el dueño, Fu Manchú?”. Sumuru le encarga a West que sustituya al Coronel Medika (Jon Fong), a quien ella ha secuestrado, torturado y convertido en estatua (mediante el disparo de una sustancia expresa para ello por una pistola), y así poder acceder al rubio Presidente Boong de Sinonesia (Klaus Kinski, sobreactuado, en uno de sus papeles más divertidos), para matarlo.   

Lo importante en “El millón de ojos”, es que nadie se la tomó en serio; los agentes Nick West y Tommy Carter, van por toda la cinta sonriendo a cada paso, o ante cada acción o mala decisión que toman, soltando chascarrillos, tremendamente divertidos, y la diversión se siente aun en aquellas escenas en las que Nick es colgado por las manos en una celda, y es azotado con látigo, en la mejor sátira de una “Roughie Movie”, y que incluye el vestuario de las secuaces de Sumuru, que recuerda a los atuendos de las dominatrices en el movimiento BDSM. De esta manera, cualquier “amenaza” femenina –entiéndase feminista-, metafórica o real, estaba anulada desde el principio. La misma Shirley Eaton –que había interpretado a Jill Masterson, la asistente, asesinada desnuda y cubierta de oro, por traicionar al súper villano “Goldfinger” en “007 contra Goldfinger” (1962), con el recientemente fallecido Sean Connery como el legendario James Bond, y que también actuara al lado de Mickey Spillane- expresó en una entrevista para el blog “The Classic Film and TV Cafe”, que había disfrutado del papel, en dos películas bastante malas, que se habían convertido en películas de culto. Se refería a “El millón de ojos” y a la película que dirigiera Jess Franco en 1969, “The Girl from Rio” (aka. Rio 70), que retoma al personaje, pero extrañamente bajo el nombre de Sumitra, y que dirige “Femina”, una ciudad secreta, enclavada en la selva amazónica, a la cual se había trasladado para retomar sus aspiraciones totalizadoras.

Hay una escena clave en “El millón de ojos”, cuando Helga (Maria Rohm, que poco después aparecería en películas de Fu Manchú y otras de temática sadomasoquista), la agente enviada con West, es decir, que le acompaña para vigilarlo, mientras cumple su forzada misión, se niega a matar a Boong, sólo por ser un hombre. Comprendemos que toda subversión que Rohmer impregnara en el personaje, ya había sido atenuada desde la escritura misma del guion, en pos de no cambiar –demasiado- el rol tradicional de los géneros, aun cuando a dicha agente se la trate como a una traidora, que se ha negado a perpetuar la pureza de una “especie” femenina, que amenaza aquello que se ha denominado “patriarcado”, así, “El millón de ojos”, debe comprenderse como una de las tantas parodias que el fenómeno James Bond originó. De esta forma, si existe una metáfora clara de la amenaza que el “peligro amarillo” y el feminismo, aunados, representan para un mundo cuya hegemonía ha sido masculina y blanca es, por endeble y aun ingenua que parezca, el personaje de Sumuru. Pero no es el único ejemplo.    

“El mundo extraño de Madame Sin” (Madame Sin, David Greene, 1972), comenzó como el piloto de una serie televisiva de la ABC que no pasó de ese intento, y que probaba, como ahora con la “novedad” de una agente 007 femenina y negra, que James Bond era, es y será la referencia en cuanto a estética, motivos y, por supuesto, artefactos de ciencia ficción, detrás de cualquier villano de ficción que se empeñe en destruir al mundo.

Madame Sin está interpretada por una de las dos grandes “Damas del Gran Guiñol”, Bette Davis (la otra es, obviamente, su rival dentro y fuera de la pantalla, Joan Crawford) ya de edad, y en uno de los personajes que tuvo que asumir en sus largos años de decadencia. Nuestra Madame Sin es de ascendencia china (tenía que ser) y tiene un refugio palaciego en las tierras altas de Escocia, desde el que maquina el control del planeta.

El director de esta película, hombre de televisión, tiene en su haber varios capítulos de series policiacas y de espionaje, así como algún capítulo de la “Dimensión desconocida”, y vio cómo su película era destinada a ser una más de las “Películas de la semana de la ABC”, una serie de televisión de la productora (considerada como de tercera clase), con la cual pretendía solventar gastos y hacerle la competencia a productoras de verdad importantes, como la CBS o la NBC, algo que, increíblemente, lograrían. 

Madame Sin no es sino una refundición poco original de Fu Manchú y, como apunté más arriba, del ubicuo 007 de Ian Fleming. Pero, igualmente, lo es de la mismísima Sumuru. Las tramas se parecen demasiado como para no sospechar que, alguien, ha copiado bastante a la película de Shonteff. “Madame Sin” comienza con un ex agente de la CIA, de nombre Anthony Lawrence (Robert Wagner, productor de la película y, años después trasladado, otra vez, al mundo fantástico del espionaje en el cine en “Austin Powers”, como “Número 2”), que va aburrido, despreocupado y, aparentemente ignorante, de que es perseguido de cerca por un tipo misterioso por las calles del Dilly Dally Park, de Londres. Sorpresivamente, dos sujetos detienen al perseguidor, y se le llevan, ante la mirada discreta de otro hombre que fuma un puro, en el interior de un auto, que será quien persiga, a la vez, a Lawrence hasta el St. James Park, donde este lo sorprenda a él, con lo que comprendemos que las dotes del ex agente son extraordinarias; o ese parecería porque, cuando un par de monjas (una de las cuales es interpretada por Gabriella Licudi, la Eliza de “Casino Royale”) le piden “una aportación –monetaria, se entiende-, para las niñas huérfanas”, descargan sobre él un arma extraña, que le afecta la cabeza y es secuestrado en helicóptero a la mansión de Madame Sin.

Cuando despierta, Madame Sin le explica que las vibraciones del sonido no han sido lo suficientemente exploradas, cuestión que ella ha estado haciendo, a pesar de que su existencia como persona, para varias agencias internacionales, no es sino un mito. Capaz de manipular el sonido, a través de un artefacto, Madame Sin es capaz de implantar recuerdos mentales, crear barreras invisibles o destruir cerebros. Auxiliada por Malcolm De Vere (Denholm Elliott), mantienen una pléyade científicos trabajando para ellos en las armas más extrañas, en los subterráneos y, cuando Lawrence hace un fallido intento por escapar, se le descubre la razón por la cual ha sido llevado a los dominios de Sim: el mundo –del espionaje-, supondrá que ha desertado, por lo que se le encomienda la misión de robar el “Starfish”, un submarino Polaris, ya que a Lawrence no le quedará más remedio que aceptar pues, encima de todo, le han pasado una película en la cual aparece su novia Barbara (Catherine Schell), secuestrada, torturada y asesinada.

Película relegada a la curiosidad histórica, aquella de tiempos en que súper villanos como Fu Manchú, el Dr. Phibes (inolvidablemente interpretado por Vincent Price) o la larga lista de opositores de James Bond, se feminizaron en mismo grado (“Usted no es una mujer, es una enfermedad”), conserva aún sorprendentes momentos surrealistas como aquel en el que Lawrence, ensordecido por el arma sónica, le pide a un hombre –que lleva de la mano a sus hijos, en plenas vacaciones-, hacerle una llamada telefónica a la CIA, en una de esas cabinas rojas de madera y de vidrio, reconocidas como emblema británico. El hombre, que le hace el favor –sin que Lawrence sepa bien a bien si le han contestado o da el mensaje correctamente-, permanece todo el tiempo aterrorizado, mientras el ex agente le dicta el mensaje, en el que les hace saber a sus compañeros que al Comandante Cavendish de la Marina Real le han lavado el cerebro y lo han programado, que no se puede confiar en él, y que se le debe reemplazar, o que pretenden robar el submarino, tras llevarlo a una trampa, para venderlo a terroristas, léase comunistas, por aquello de la barba estilo Fidel Castro y el uniforme militar. Es en escenas como estas donde la estética camp, de cualquier cómic, se da la mano con lo mejor de esa obra maestra de la paranoia, que provocara el espionaje durante la Guerra Fría, que es “El embajador del miedo” (The Manchurian Candidate, 1962), de John Frakenheimer.

“Lo malo de los hombres –comenta Madame Sin, cuando, valiéndose del amor, derrota al ex agente, que parecía haberla derrotado poco antes-, es que desprecian los juegos, no se los toman en serio, especialmente cuando su oponente es una mujer, por eso es tan decepcionante ganarles. Nunca reconocen sus fallos. Como me pasa a mí, pero yo nunca me he enfrentado al problema de perder, porque siempre gano”.

“El millón de ojos” y “Madame Sin” mostraban, pues, un doble poder, oriental y femenino, que amenazaba con socavar los cimientos de una sociedad occidental tradicional, ordenada y masculinamente conservadora, pero ¿qué hay de la “amenaza amarilla” que, a principios del Siglo XXI, muchos quieren revivir en la China comunista que se levanta como la nueva Súper Potencia Económica? Acaso la paranoica, e infame, “Batalla bajo la tierra” (Battle Beneath the Earth, 1967), de Montgomery Tully, nos ofrezca algunas respuestas.

Continuará.