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2020-12-23 00:00:00

El cine y la guerra total. En el principio (III): «Invasores de otros mundos»

Por Pedro Paunero

Uno de los dos padres de la ciencia ficción, el británico H. G. Wells, sentó las bases sobre las que se erigirían cientos de títulos, tanto literarios como cinematográficos, cuyas historias giran alrededor de la invasión extraterrestre. A Wells se le debe la primera de estas historias, “La guerra de los mundos” (The War of the Worlds, pub. 1898), en la cual los invasores son nuestros vecinos cercanos, los marcianos, que utilizan máquinas con forma de trípodes que imitan su propia anatomía, y disparan un arma calorífica —predecesora del rayo láser—, contra la cual no existe resistencia humana. La solución que propone Wells sigue siendo una de las más originales: los invasores mueren lentamente, uno a uno, debido a la contaminación e infección por bacterias terrestres, para las cuales no tienen defensas inmunitarias.

Los conocimientos en biología que desplegaba Wells en su novela se debían a los estudios que había realizado con T. H. Huxley, el gran amigo —y defensor—, de Charles Darwin. Las imágenes que, de la primera adaptación en el cine hiciera Byron Haskins, “La guerra de los mundos” (The War of the Worlds), en 1953, con sus máquinas lenticulares flotantes, con un apéndice en forma de ojo rojo para disparar el rayo mortal, y su sonido característico, sigue siendo mejor que la producción de Steven Spielberg del año 2005, que retoma los trípodes gigantes del libro original, que avanzan sobre las poblaciones, arrasándolo todo.   

“Pérdida de la sensación” (Gibel sensatsii, 1932), de Alexander Andriyevsky, presentaba una invasión de robots gigantes, fabricados en serie a partir de los diseños de un inventor cuyas intenciones eran las de destruir el capitalismo, y liberar a los obreros de su esclavitud asalariada, pero que los industriales tomaban para sí, como armas de disuasión y ofensivas, en contra de los mismos trabajadores. Las primeras imágenes de robots gigantes atacando multitudes no pertenecen, sin embargo, a “Pérdida de la sensación” sino a la película italiana “El hombre mecánico” (L´Uommo Meccanico, 1921), de André Deed, de la que sólo quedan unos cuantos minutos del metraje original, irremediablemente perdido. La guerra total, desatada por flotas completas de robots gigantes que atacan ciudades, tendría una reciente representación en la retrofuturista —en su vertiente Dieselpunk—, “Capitán Sky y el mundo del mañana” (Sky Captain and the World of Tomorrow, 2004), de Kerry Conran pero, entre aquella primitiva cinta muda y esta última, fruto de la tecnología CGI, se sitúan dos títulos interesantes, donde la trama pionera de la invasión extraterrestre, inventada por Wells, se materializa, una vez más, bajo la amenaza de robots extraterrestres. Si en “Pérdida de la sensación” la idea de la guerra total —iniciada con una invasión de robots—, se daba como una metáfora de la lucha de clases, o entre naciones humanas, pronto el cine se volcaría a la imagen inicial de Wells, donde inteligencias ajenas al ser humano amenazan con destruir todo el planeta.

“Invasores de otros mundos” (aka. Objetivo, la Tierra; Target Earth, 1954), de Sherman A. Rose, ofrecía la visión sombría de calles vacías, por las que deambulan personajes solitarios, antes de encontrar a otros, y preguntarse qué ha sucedido en el transcurso de una noche. La película era una adaptación del cuento “Deadly City” (pub. 1953), de Paul W. Fairman, quien llegara a ser editor de la legendaria revista “Amazing Stories”. Comienza en la habitación de una dormida Nora King (la sensual Kathleen Crowley), de quien, sabemos, gracias a un primer plano, ha tomado pastillas para dormir —en un intento fallido de suicidio—, detalle que será importante para el desarrollo de la trama. Nora se percata que sus vecinos no acuden a abrir la puerta tras sus llamados, y que falta la electricidad, por lo que sale a las calles de Chicago, presa del pánico, buscando una explicación. Primero casi tropieza con el cadáver de una mujer y después, sí que tropieza con Frank Brooks (Richard Denning), de aspecto desaliñado, que va con el saco sostenido sobre el hombro y fumando un cigarrillo, de quien huye, suponiendo que ha sido él quien ha matado a la mujer. Cuando Nora se convence que Frank no le hará daño, se entera que este ha sido asaltado, ha quedado inconsciente, y ha despertado en una ciudad muerta —o tal vez evacuada—, en la que también hacen falta otros servicios, como el agua y la telefonía. Las escenas de la ciudad sin habitantes fueron filmadas en el centro de Los Ángeles, un domingo por la mañana, con los comercios todavía cerrados y ni un solo transeúnte.

De pronto, suena un piano misterioso. Ambos se unirán a los achispados Vicki Haris (Virginia Grey) y Jim Wilson (Richard Reeves), que no han encontrado otra solución para matar el tiempo —y los deseos, antes no satisfechos de darse la gran vida— que emborracharse en el bar, donde han ido a refugiarse. Mientras especulan por qué al único auto con el que dan, con las llaves puestas y el dueño muerto en su interior, le faltan el árbol de levas y el distribuidor —acaso saboteados, como hicieran los ingleses, para evitar que cayeran en manos de los nazis, en caso de una invasión—, los sorprende la aparición de Charles Otis (Mort Marshall). Otis narra lo que ha visto, en la zona norte, la ciudad yace destrozada, con los negocios saqueados, y grandes cantidades de personas muertas. Los comentarios de Vicki no se hacen esperar, y será está la que aporte el lado divertido:

Otis: Espero no haberles asustado.

Vicki: ¡Oh, no! Yo acostumbro temblar así.

Es el momento en que, sobre la pared de un edificio, se proyecta la amenazadora sombra de algo enorme. La producción sólo tuvo presupuesto para construir un robot, mismo que parece una caja de zapatos gigante, más o menos rectangular, con hombreras de futbolista de fútbol americano, y sin mucha personalidad. Aquella sombra se diseñó con la intención de crear en el espectador la idea de que, los robots, eran de mayor tamaño del que tienen en verdad. Los sobrevivientes se refugian en un hotel, donde hallan un periódico en donde se lee, en primera plana, sobre una invasión por parte de un ejército desconocido.

Frank opina —y con él, el ejército—, que los invasores deben provenir del planeta Venus —en realidad se trataría de una avanzada—, porque “es el único que puede albergar vida, debido a sus nubes de agua, oxígeno e hidrógeno”, cuestiones que ha aprendido de un amigo, gran lector de ciencia ficción, con lo que tenemos una de las primeras referencias al fandom del género —auto referencial, por provenir desde dentro de uno de estos universos ficticios—, en una película de Serie B, en un tiempo en que abundaban estas producciones.

La trama se complica con la introducción de Davis “el asesino” (Robert Roark), uno de esos personajes infaltables —que debe un asesinato, del cual se habían hecho eco los diarios—, que traicionan o buscan su propio beneficio en medio de la adversidad, cuando el resto se solidariza. Este personaje fue añadido al guion por petición de uno de los productores, el padre del actor, que había advertido que invertiría sólo si a su hijo se le daba un papel en la cinta.  

“The Earth Dies Screaming (1964), de Terence Fisher, comienza con dl descarrilamiento de un tren, el choque de un auto contra un muro, un avión desplomándose a tierra, y varias personas cayendo muertas como moscas por la calle. Tanto “Invasores”, como “The Earth Dies Screamig”, logran mantener el suspenso del espectador, hasta culminar este mismo en logradas escenas de terror, a pesar de lo desfasado de los diseños de los invasores robots, cuando estos entran en escena, descubriéndose por fin. En los primeros minutos del metraje de las dos cintas hay un logrado manejo en la creación de atmósferas extrañas, todavía más marcada en la película del experimentado Fisher que en la de Rose.

Jeff Nolan y Peggy Hatton, interpretados por el matrimonio, en la vida real, de Willard Parker y Virginia Field, se encuentran después que Nolan entrara a una tienda a tomar un receptor de radio, como hicieran infructuosamente en “Invasores de otros mundos”, Frank y Nora. Aunque no se trata de un remake, o de una segunda adaptación del cuento de Fairman, sino una historia original del guionista Harry Spalding (acreditado como Harry Cross), “The Earth Dies” comparte demasiados puntos en común con “Invasores de otros mundos” como para considerarlos mera coincidencia. En este caso, Vi, casada con Otis, será quien muera, mientras en “Invasores” será Otis; en “The Earth”, Otis se entrega a la bebida, tal como hiciera Vicki en “Invasores”. Y Taggart toma el lugar de Davis, en esta que nos ocupa.

La película está musicalizada por la compositora dodecafónica Elisabet Lutyens, que introdujo la música serial a Gran Bretaña, con lo que logra añadir aún más rareza al ambiente apocalíptico en que se desarrolla. Nolan entra en un hotel, enciende la radio, que sólo emite un extraño zumbido, cuando es sorprendido por Peggy y Quinn Taggart (Dennis Price), que le apunta con un arma, obligándole a apagar el receptor. Con las debidas presentaciones —Nolan es un americano recién llegado en un vuelo, para un proyecto que involucra a Inglaterra, Canadá y Estados Unidos—, y Peggy una paciente que estuviera en una cámara de oxígeno, se dan cuenta que están en el mismo bando. Se les unen Violet “Vi” Courtland (Vanda Gosell) y Edgar “Ed” Otis (Thorley Walters), que han sufrido un accidente de tráfico, y aparentemente se encontraban muertos dentro de su vehículo. Los recién llegados cuentan que habían pasado la noche en un laboratorio, con clima tratado para evitar contaminaciones. Se les unen más supervivientes, como la joven pareja conformada por Mel (David Spenser) y —la embarazada— Lorna Brenard (Anna Palk), que pasaran la noche en un refugio antiaéreo. Las conclusiones apuntan a que el país ha sufrido un ataque con algún tipo de gas, y todos ellos han sobrevivido debido al aislamiento en que cada uno se encontrara. Cuando Vi, angustiada, localiza a un par de extraños que van por las calles en trajes de astronauta, es asesinada por contacto por uno de ellos, que no es sino un robot. Esta película añade un elemento extra al de la película anterior, los muertos se levantan como zombis, y la voluntad de algunos de los vivos es manejada a distancia, de la misma manera.

A decir verdad, en ninguna de estas producciones de bajo presupuesto se muestran ejércitos de robots atacando pero, dentro de sus limitaciones, la trama saca partida de lo que tienen.

La larga andadura de la Guerra Total, en el cine, seguiría dando infinidad de filmes de desigual calidad, con los cuales se podía soñar la destrucción total de la civilización, sin sufrir verdaderamente por ello, desde el asiento del espectador.