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2021-02-17 00:00:00

«Carne de fieras», 30 años después del redescubrimiento de una película anarquista

Por Pedro Paunero

Pablo (Pablo Álvarez Rubio), un boxeador de buen corazón –cualidad que se hace patente cuando salva de morir ahogado a “Perragorda”, un niño “colillero”, es decir, que levanta colillas de cigarrillos y puros de la calle, y que terminará siendo de relevancia al final de la película– está casado con Aurora (Tina de Jarque), una ex vedette que lo engaña con un cantante de cabaret; al enterarse, con el ánimo completamente abatido, Pablo es vencido por un rival en el boxeo, entregándose fatalmente a sus golpes, pero el cariño que ha despertado en Perragorda, así como la amistad que mantiene con el cómico Picatoste (Alfredo Corcuera), su entrenador, le llevan a olvidar su estado, que culmina cuando conoce a Marlène (Marlène Grey), una artista circense francesa que baila desnuda en una jaula –cubriéndose sólo por una inaudita y minúscula tanga–, acompañada de cuatro leones, y casada con el domador Marck (Georges Marck, apodado “el hombre autómata”), su compañero en el acto. Dispuesto a rehacer su vida, Pablo cortejará a Marlène pero su fiel e idiota sirviente, Lucas (interpretado por el mismo director, Armand Guerra), también enamorado de ella, tratará de impedírselo, atentando contra su vida.

Filmada con una técnica burda, de planos teatrales y cámara estática, abundante en zooms invertidos que, no obstante, descubre vistosos planos encadenados –la espalda desnuda de la adúltera Aurora, que empalma con la espalda desnuda de la “Venus rubia”, o los pies de Pablo, machacando el ramo de flores destinado a su mujer, con sus propios pies danzando en el ring de boxeo–, “Carne de fieras” se decanta por el melodrama puro –rayano en el cine sexploitation, comercial– y elude, conscientemente, todo mensaje político, volviéndola más importante por la historia detrás de su rodaje, que por la misma que cuenta. La actuación del niño actor Perragorda, es capaz de apoderarse de cada escena en la que aparece, incluso sobre los diálogos cómicos del personaje de Picatoste, aunque el resto de las actuaciones no pasen de ser mediocres y mantenga un final feliz, tan ridículo como increíble.

Arturo Carballo, dueño del cine Doré de Madrid (actual sede de la Filmoteca Española), había visto una camioneta pasar por la calle anunciando el espectáculo de Marlène Grey, una auténtica bailarina circense y desnudista –al precio de una peseta, y con duración de 40 minutos–, a presentarse en el Circo Price y el Teatro Maravillas de la ciudad, y tuvo la feliz idea de hacerla parte de una anecdótica historia de amor, tan sólo redimida por el erótico –y morboso– espectáculo que ofrecía, como un cebo publicitario; sería el productor de una cinta que comenzaría su rodaje el 16 de julio de 1936, en locaciones reconociblemente madrileñas como el parque del Retiro, en manos del anarquista Armand Guerra (seudónimo de José Estívalis Cabo, n. en Liria, Valencia, en 1886, con nueve películas ya en su haber, desde el año 1913), autor, así mismo, del guion.

Sabemos la fecha exacta del inicio de la filmación porque, al día siguiente, acaeció el golpe de estado con el que iniciaría la Guerra Civil, que por poco diera al traste con el rodaje, salvándose gracias a la intervención y apoyo de la Central Anarcosindicalista de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo), que veló por los intereses de los técnicos, actores, y todos los involucrados en la película, que pronto se quedarían sin trabajo y, en buen lenguaje coloquial español, “sin un duro”, para pasar la guerra.

Extraordinariamente, parte del elenco, así como su director, terminarían con finales bastante trágicos, oscuros e inciertos, al poco tiempo de terminar la película. Armand Guerra lograría escapar a París, donde moriría, tan sólo tres años después, sorprendido por un aneurisma que lo derribó en plena calle. Tina de Jarque, la casquivana Aurora esposa de Pablo, célebre en su tiempo como artista de variedades, y por ser la primera en hacer un Striptease en España, parece ser que encontraría la muerte en el paredón de fusilamiento en 1937, cuando el bando republicano la detuviera –a través de Abel Domínguez, el despechado pagador de las milicias de la CNT en Andalucía y Extremadura, que la acusó de espía al verse rechazado sentimentalmente por ella–, tratando de huir con su esposo hacia Francia, con una maleta llena de joyas robadas que habían sido incautadas al bando fascista. El destino de Marlène Grey (que tenía un pasado como “Miss Maillot” en las playas de Trouville-sur-Mer, Francia, en 1935), que realmente bailaba entre fieras hambrientas –el Sindicato Único de Gastronomía, avisado ante el peligro al que la francesa se exponía durante la filmación, solventó los gastos de alimentación de los animales–, acaso fuera peor, al morir devorada por los felinos, mientras presentaba su espectáculo en Marsella en 1939, aunque algunas fuentes mencionan que se la pudo encontrar actuando, varios años después, en Marruecos, ya avanzada la Segunda Guerra Mundial. Por último, durante todo este proceso, el nombre real del actor infantil que interpretara a “Perragorda”, se perdería para siempre, al carecer la cinta tanto de títulos iniciales como finales. Lo único cierto sobre la suerte de las dos actrices, resultado de un tiempo excepcional –completamente bélico–, es que desaparecieron sin dejar huella tras su participación en el filme.

A pesar de su accidentado rodaje la película fue terminada pero no editada, obviamente jamás estrenada, y se la olvidó en un armario durante décadas –la censura franquista se hubiera cebado sobre tamaño material, en el caso de haber llegado a ser exhibida ya que, incluso, “actuaban” en la misma dos desnudistas delante de varios niños entre el público pues, como señala “Perragorda” en una escena en la que aparece Marlène con vestido de noche, haciendo hincapié en aquello: “¡Padrino! ¿Por qué irá ahora vestida? ¿Tendrá frío?”–, recubriéndola de un recuerdo de malditismo y rareza, a través de los años siguientes, por la temática tan “descocada” para su tiempo. Los descendientes de Arturo Carballo –que llegó, incluso, a concebir la peregrina idea de pintar a mano el celuloide, en el que aparecía la señorita Grey, para ocultar su desnudez y lograr estrenarla– rescataron los 42 rollos de película en 1991, los vendieron a quién sabe quién, pasando de mano en mano hasta ser comprados por un vendedor anónimo del Rastro de Madrid y, después, ser adquiridos por el coleccionista Raúl Tartaj, cuya colección –consistente en unos dos mil títulos– sería, por fin, recuperada (sin saber qué clase de material la componía, a ciencia cierta) por la Filmoteca de Zaragoza que se encargó, en 1992, de restaurarlos por parte de Ana Marquesán y Ferrán Alberich, quienes, ante la falta de guion, tomaron “las instrucciones de las claquetas y el fragmento de copión conservado” (como puede leerse al inicio de la película), como base para sus trabajos de restauración.

En 2021, “Carne de fieras” –que, por naturaleza e importancia, corre en paralelo a la censurada película mexicana, “La mancha de sangre” (1937), dirigida por Adolfo Best Maugard– cumple 30 años de haber sido rescatada. Se trata de una película que, salvando sus errores técnicos, no sólo es importante por su peculiaridad inherente, sino por el asombro que todavía es capaz de transmitir.  

Fuentes:

Hemeroteca en línea del periódico ABC:
https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-19360825-15.html
Juan Antonio Ríos Carratalá. El tiempo de la desmesura. Historias insólitas del cine y la guerra civil española. Barril & Barral Editores. Universidad de Alicante, Servicio de Publicaciones. 2010.
Armad Guerra. A través de la metralla. Escenas vividas en los frentes y en la retaguardia, 1937. Segunda edición, Madrid. La Malatesta Editorial, 2005.