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2021-03-14 00:00:00

Las películas mexicanas de «CasaNegra»: «Mexican Weird West» de Fernando Méndez

Por Pedro Paunero

El subgénero del “Weird West” implica una geografía, el viejo o lejano oeste (West), y una condición de rareza (Weird); así, en sus territorios campean no sólo los vaqueros, sino monstruos, extraterrestres, o artilugios y entidades típicas de la Ciencia ficción, como los robots que llevan sombreros ridículos del serial de los años 30s, “El imperio fantasma”, provenientes de la civilización perdida de Murania, oculta durante milenios bajo los suelos de “Radio Ranch”, un rancho desde el cual Gene Autry transmite un programa de radio, mientras los habitantes de Murania maquinan con apoderarse de nuestra civilización. Se han identificado ejemplos aún más antiguos en el cine, pero el nacimiento “oficial” del subgénero se daría con “El monstruo adolescente” (Teenage Monster, Jacques R. Marquette, 1958), con su monstruo de aspecto licantrópico, oculto bajo el sótano de una casa del Oeste, por seguridad de sus habitantes.

Subgénero paralelo al del “Weird West”, y bastante anterior, la novela de capa y espada, con sus personajes vengadores del pueblo que se defienden, precisamente, a punta de espada en contra de los villanos, se encuentra situada históricamente en los siglos XVII a XIX, y daría ejemplos tan célebres como el mosquetero D´Artagnan –inspirado en el auténtico capitán de la guardia de mosqueteros, Charles de Batz-Castelmore, conde de Artagnan, del rey Luis XIV–, de la novela “Los tres mosqueteros” (1844), de Alejandro Dumas; el esgrimista Scaramouche, en las novelas de Rafael Sabatini, el espadachín Pardaillan, en la obra de Michel Zévaco, que se traslada de Europa a una América todavía bajo los dominios del Imperio Español, para ponerse un antifaz en la California novohispana en la serie “El Zorro” (publicada en 1919, en los números de agosto y septiembre de la revista All-Story Weekly), producto de la imaginación de Johnston McCulley, cabalgaría primero en “La maldición de Capistrano” (1919), para pasar inmediatamente al cine con “La marca del Zorro” (The Mark of Zorro, 1920), de Fred Niblo y Theodore Reed, con Douglas Fairbanks en el papel principal.

Su influencia sería notable en futuras publicaciones y películas para actualizarse bajo la apariencia de “El llanero solitario” (Lone Ranger), creado por Fran Striker en 1933. Estos personajes enmascarados tomarían carta de naturalización en México con el filme inicial “El puño de hierro” (1927), de Gabriel García Moreno, que entremezclaba una trama de narcotráfico, con sus bandidos enmascarados en una zona rural mexicana, y la todavía más compleja “Cruz diablo” (1934), de Fernando de Fuentes, situada en la Nueva España, con el Robin Hood mexicano del título, enmascarado y diestro con la espada, inspirado en aquellos creados por Michel Zévaco.

Pero sería Fernando Méndez quien, a imitación de los seriales cinematográficos estadounidenses, o aquellos franceses, pródigos en imaginación como los dirigidos por Louis Feuillade, “Fantomas” (1913) o la banda criminal “Los vampiros” (Les Vampires, 1915), que cambian de disfraz a capricho, incluyendo el más antiguo precedente del traje de “Batman” –el de la “batiseñal” haría su aparición en “The Bat” (1926), de Roland West–, o de “Judex” (1916), con “Las calaveras del terror” (1944), trasplantaría en México una forma inicial de aventura al estilo del Zorro, que dos décadas después mutaría en pleno “Weird West”, en el campo mexicano, bajo una forma que podríamos denominar el “Mexican Weird West”, “Weird Rancho” o “Uncanny Hacienda”. Se trata de “El charro de las calaveras” (1965), de Alfredo Salazar García, cuyo héroe, el charro del título, vestido de negro, enmascarado y con una calavera como emblema, se enfrenta a vampiros, jinetes sin cabeza y hombres lobo. Ambas producciones iniciaron con la intención de formar seriales que, finalmente, quedarían inconclusos.

Fernando Méndez sería el responsable de dirigir un título clave del cine de luchadores, “Ladrón de cadáveres” (1957), género auténticamente mexicano que Chano Urueta con “La bestia magnífica (lucha libre”), había fundado en 1953, y seguiría explotando la vena “Weird” con un título como “Los diablos del terror” (1959), en el que incidía en el argumento de los jinetes –demoníacos-, enmascarados, que asolan una población de Nuevo México, e inscribiría su nombre en el “Fantastique” del cine nacional con un solo título, “El vampiro” (1957), del que, se presume, la casa británica Hammer acusaría una notable influencia, al presentar el primer vampiro con colmillos (olvidándose del “Nosferatu” de Murnau, con sus largos incisivos) con el Conde Karol de Lavud (Germán Robles) y su continuación, “El ataúd del vampiro” (1958).

“CasaNegra”, una división de la estadounidense “Panik House Entertainment”, especializada en comercializar DVD´s de terror mexicano, lanzó once títulos para el mercado americano, todos subtitulados al inglés y con jugoso material extra, hasta su desaparición, en agosto de 2007. Entre los títulos imprescindibles de Fernando Méndez en “CasaNegra”, se encuentran tres que, o se enmarcan en esta variante del “Horror Folk” que es el “Uncanny Hacienda”, con “El grito de la muerte” (1959), bajo el título de “The Living Coffin” con el que se distribuyó en Estados Unidos, y sus dos obras maestras de corte artesanal, las citadas “El vampiro”, con el título de “The Vampire”, y “El ataúd del vampiro”, como “The Vampire´s Coffin”, que contienen una serie de constantes pertenecientes al más puro “Weird West”, en las cuales el vampiro –y sus acólitos-, asolan y se enseñorean de una hacienda mexicana.

En estos dos títulos imprescindibles del “Fantastique” –subgénero en el cual lo sobrenatural irrumpe en el devenir cotidiano y realista- varios de los elementos europeos, tan caros al ser de la leyenda rumana, son transpuestos al campo de nuestro país, en el cual –para serlo–, no faltan los pobladores con el vestuario y las costumbres, y los modos de hablar, típicos, como en la escena –de las más logradas en “El vampiro”– en la cual un niño, en plena noche, trata de escapar del vampiro convertido en murciélago, sólo para caer bajo el monstruo ávido de su sangre. La escena, por derecho propio, ha entrado ya a la iconografía del cine de terror nacional.

De esta forma, por las vías legales –en contraste a aquellos nombres cuasi legendarios del “exploitation” americano, como un Gordon K. Murray que, si bien compraron legalmente películas mexicanas en paquete, terminaron reditándolas y destruyéndolas, al convertirlas en otra película de inferior calidad y que la compañía “Something Weird Video” rescató en los años ´90s–, CasaNegra se ocupó de [re] distribuir –adquiriendo los derechos de Alameda Films– este material valioso que conforma ya un “legendarium” del cine de terror a ambos lados de la frontera, pero sólo entre los auténticos fans de este material, que no goza –ni gozará– de un gusto masivo, como lo prueba el hecho de la desaparición de la distribuidora, cuya pérdida fue llorada por los buscadores de esta clase de tesoros cinematográficos en foros y redes sociales, en idioma inglés. 

Otros títulos de este sello fueron “El hombre y el monstruo” (1959), conocida en inglés como “The Man and the Monster” y  “La maldición de la llorona” (1961), distribuida en inglés como “The Curse of the Crying Woman”, ambas de Rafael Baledón; “Misterios de ultratumba” (1959), también de Fernando Méndez, distribuida en los Estados Unidos como “Black Pit of Dr. M”; “Pepito y la lámpara maravillosa” (1972), dirigida por Alejandro Galindo y otras dos cintas de este personaje, ya en pareja con Chabelo, “Chabelo y Pepito contra los monstruos” (Chabelo and Pepito vs. the Monsters, 1973) y “Chabelo y Pepito detectives” (1974), ambas dirigidas por José Estrada; así como dos películas clave de Chano Urueta: “El espejo de la bruja” (1962), conocida como “The Witch's Mirror” y “El barón del terror” (1962), quizá la más célebre de todas las películas mexicanas del género en el país vecino, bajo el título icónico de “The Brainiac”, que merecen un artículo propio, y de las que me ocuparé en una segunda parte.