Por Javier González Rubio I.
Las obras artísticas tienen un contenido que afecta el espíritu, el alma de quien las aprecia. No importa lo sencillas o complejas que sean. Sin embargo, las obras de arte tienen una dimensión mayor: se superan a sí mismas. Quien las aprecia siente que ha sido golpeado, sacudido, estremecido. Por lo general para el espectador lo mejor viene después: al empezar a pensar y reflexionar sobre la obra, al interiorizarla con mayor intensidad que en el primer impacto del primer encuentro. Eso sucede muy pocas veces, y pocas son las obras que lo provocan, por eso se les considera obras de arte.
En la banalización que hoy parece envolver todo lo que se crea en cine, música, literatura, danza, etc. (a veces se salva un poco más la arquitectura), las obras de arte parecieran haberse vuelto innecesarias, no ser objetivo de nadie, de ningún creador; sólo se pretende el reconocimiento inmediato y sus dividendos. Y a lo que sigue. Por eso también el espectador sabe ahora, quizá con mayor claridad, cuando se encuentra ante una obra especial, importante, diferente, y se estremece, aunque no la comprenda en su totalidad.
Todo eso para hablar de Gravity, esa película obra maestra realizada por Alfonso Cuarón. Con guión de él mismo y de su hijo Jonás, con fotografía de Emmanuel Lubezki, y protagonizada por George Clooney y una desconocida Sandra Bullock.
No estamos ante una película de ciencia ficción; los efectos especiales están plenamente al servicio de la historia profundamente humana que se cuenta. Son coprotagonistas imprescindibles de una historia que sucede a 400 kilómetros de la Tierra, en un espacio que también por la acción humana, parece no ser seguro para el hombre: un misil es enviado para destruir un satélite; la pedacería desperdigada en el espacio irrumpe en una misión de reparación de otro satélite para destrozarla y acabar con la vida de dos de los tres astronautas. Gracias a uno de ellos, Kowalsky- Clooney (otro Kowalsky en el cine), la Dra. Ryan Stone- Bullock salvará la vida.
Las obras de arte suelen tener siempre varias lecturas y múltiples contenidos. Sin duda alguna valen por lo que muestran a primera vista, sin embargo su valor aumentan cuando la reflexión, el recuerdo, el pensar en ellas (detesto eso de “analizar”) va arrojando nuevos contenidos (tampoco me gusta mucho eso de los “subtextos”). Tarkovsky lo supo siempre.
Y entonces uno descubre que no sólo ha visto una excelente película dramática que acontece en el espacio sino también una película que habla de la maravilla que es la Tierra y de la que no nos damos cuente por estar en ella, del Espacio exterior tan inmenso y tan vacío, tan indiferente a la vida, y que se nos presenta como un lugar desde el que se puede apreciar la magnificencia de nuestro Planeta; una película sobre la fuerza de la amistad y la solidaridad humanas, valores míticos y legendarios; que habla del valor propio de la vida (que nunca se acaba cuando uno quiere, aunque sea un pretendido suicida, sino cuando debe ser, por sabrá Dios que Ley).
Hora y media de narrativa visual sustentada en un guión sencillo, con pocos diálogos, suficientes para desarrollar trama y diferenciar cabalmente personajes.
Hora y media de angustia, de no permitir tampoco, en ningún momento, la pérdida de la esperanza.
Hora y media, tiempo en el que la fotografía insólita de Lubezki nos mantiene prácticamente encerrados en el espacio exterior, donde vivimos el silencio, la incertidumbre y la esperanza.
Hora y media sin música hollywoodense; música sobria ya la vez esperanzadora, una música que no nos permite caer, ni llegar a la sobreexaltación.
Una película en la que la cautivadora personalidad de Clooney es la personificación de la amistad, de la esperanza y del amor y el respeto a la Tierra que no deja de admirar ni en los instantes previos a la muerte, lejos de ella, pero con la mirada en sus maravillas.
Una película a la que llegó Sandra Bullock, por esos locos azares del destino, para desempeñar el mejor papel de su carrera y demostrar sus enorme cualidades interpretativas (ahora lo sabemos), más allá de su simpatía tan explotada. Una mujer que flota en el espacio con temor y con tranquilidad en el mar; capaz de plantarse en la Tierra con la gigantesca fuerza del ser humano.
Un cineasta mexicano que en 1995 se hizo presente en Hollywood con la bella “La princesita”, y que ahora con Gravedad, le dice a ese mismo Hollywood, sin temor ni soberbia, así se hace.
LEE TAMBIÉN:
Lidia Milani presenta en 9 DOC Buenos Aires: “Pescado Rabioso, una utopía incurable”
Sayles y James Olmos presentaron “Go-for-Sisters” en el FICM
Reseñas de Morelia: “Somos Mari Pepa” y “González” hacen la competencia más dura
Falleció Manolo Escobar, astro del cine folklórico español
“BAP Cine” tendrá lugar por primera vez en Buenos Aires
Reseñas de Morelia: “Los insólitos peces gato” conmueve y agrada
Entrevista con el director de “La vida de Adèle”, filme triunfador en Cannes