Por Pedro Paunero

Es muy notorio el hecho de que Valeska Grisebach (1968), realizadora alemana, haya crecido viendo películas de vaqueros, el género más típicamente americano, que más héroes fundacionales ha dado al cine, y que no oculta su pura herencia homérica; el mismo género que hizo atravesar a sus maniqueos personajes la barrera del tiempo, convirtiéndolos en anti héroes, cuando mutara en el Spaghetti Western de mano de los directores italianos, al mismo tiempo que se revisaba –y se deconstruía- a sí mismo, a través de la obra de Sam Peckinpah y la sensación de extrañeza y psicodelia de las cintas de Monte Hellman y Alejandro Jodorowsky.

En Western (2017), Valeska Grisebach toma algunos de los tópicos más caros al Western clásico para elaborar una película socialmente comprometida y devolvérnosla en clave de hiper modernidad. En el fondo, en la historia de estos irrespetuosos obreros alemanes que trabajan en la construcción de una central hidroeléctrica en la reserva natural búlgara de Ali Botush (a unos kilómetros de la frontera con Grecia), en cuya base de operaciones se atreven a izar su bandera, se agita el conflicto primario que sacude a los personajes arquetípicos de “Shane, el desconocido” (aka. Raíces profundas; Shane, George Stevens, 1953), a saber, la invasión, el despojo, el conflicto entre dos grupos por el mismo pedazo de tierra, el auto descubrimiento del héroe y su revelación, que tiene, en su más lejano antecedente, el enfrentamiento bíblico entre agricultores y ganaderos, aquellos que tienen en su personificación a los Caín y Abel del Génesis.

Los actores, no profesionales, se descubren anti heroicos en un western post moderno, Meinhard (Meinhard Neumann) es un parco obrero que prefiere permanecer al margen de los otros compañeros y se relaciona con los habitantes del lugar (primero amansa un caballo, lo monta y llega al pueblo -en unas escenas deliberadamente carentes de la grandeza de un John Ford-, y de quien, al principio desconfían los lugareños), mientras el áspero capataz, Vincent (Reinhardt Wetrek), sólo encuentra motivos de desconfianza y baja empatía para los búlgaros, tratando con descortesía, incluso, a las mujeres (cámbiense los personajes europeos por miembros femeninos abusados de alguna tribu india, en el algún título clásico). Meinhard, que nos enteramos es un legionario veterano de varios conflictos bélicos (ha estado en África y Afganistán), bien podría ser el “Hombre sin nombre” de la “Trilogía del dólar” de Sergio Leone, o el mismo “Shane, el desconocido” de la cinta de Stevens, un ser apesadumbrado por un pasado en presente continuo, desarraigado y, por lo tanto, adaptable, que prefiere el acercamiento con los hostiles lugareños (unos cuantos muy simpáticos y amigables por considerar a los alemanes un pueblo culto y refinado) a oponerse a ellos. Meinhard, a la vez, ancla sus conductas en el modelo clásico del vaquero, es un jugador, un bebedor, un amante de los caballos, que se gana a la misma muchacha a quien pretende su rudo jefe, pero que prefiere la paz a la violencia.

Será precisamente el agua, el elemento (que en un western habría podido ser la codicia por mejores pastos, la lucha por una mina o el transporte y robo de un tesoro) que desencadene el conflicto latente en medio de estos paisajes bellísimos y cargados de tensión.

Valeska Grisebach comprende este drama masculino o, mejor dicho, este enfrentamiento tan humano, como hiciera en su momento Claire Denis con “Beau Travail” (1999), su homoerótica, gloriosa, épica, estética y poética adaptación de la novela “Billy Budd, marinero” (1885) de Herman Melville, con sus personajes de la Legión extranjera relacionándose entre sí y con las mujeres de las colonias. Así, las miradas femeninas de estas dos directoras –muy politizadas, aunque en el caso de Valeska Grisebach se evada la épica y el preciosismo fotográfico para subrayar lo inmediato y no lo inasible con una técnica rayana en lo documental- se transforman, lúcida y comprometidamente, en la pintura de los problemas de cualquier grupo social, de sus interrelaciones, de sus prejuicios y de sus siempre deseables, pero lejanas, resoluciones, en una visión más allá del género o la identidad sexual (si pensamos en el género del “Western” como el más masculino) para alcanzar la comprensión, la identificación con la otredad y abarcar, así, la universalidad de lo que nos hace humanos.     

“Western”, que fuera seleccionado para el Festival de Cannes del 2017, en la sección “Un Certain Regard”, llega a las pantallas mexicanas en los días próximos.

Director: Valeska Grisebach Guionista: Valeska Grisebach. Director de fotografía: Bernhard Keller. Montaje: Bettina Böhler. Sonido: Uve Haußig, Fabian Schmidt, Martin Steyer. Productores: Maren Ade, Jonas Dornbach, Janine Jackowski, Valeska Grisebach, Michel Merkt. Reparto: Meinhard Neumann, Reinhardt Wetrek, Syuleyman Alilov Letifov, Veneta Frangova. 2017 | ALEMANIA-BULGARIA-AUSTRIA | ALEMÁN-RUMANO | 119 MIN.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.