Este 20 de agosto falleció Leonard, prolífico escritor y guionista

Por Pedro Paunero

Martin Amis lo llamó el “Dickens de Detroit” y reconoció la deuda de estilo que tenía con él. Elmore Leonard, nacido en 1925, murió este 20 de agosto de 2013. Fue uno de los maestros de la novela negra y autor de libros del género western que tuvo unos comienzos humildes haciendo trabajos para una agencia local de publicidad y hasta entradas para la Enciclopedia Británica. Llegó a dominar el arte del diálogo naturalista (el llamado “realismo sucio”, utilizando, según él “palabrotas dónde debían ir” como dijera cierta vez en una entrevista para CNN) tan apreciado hoy en los filmes de Quentin Tarantino quien llevó a la pantalla su “Rum Punch” (como “Jackie Brown”) en 1997 y que en cuanto a estilo tanto le debe a Leonard. El gran Martin Amis reconoció el valor de su economía de medios narrativos cuando expresó que era “incapaz de escribir una frase que carezca de interés.” La zona de encuentro y a la vez de conflicto entre la literatura de Elmore Leonard y sus trabajos para el cine se sintetizan en esta frase: “Si suena a algo escrito reescríbelo” lo que deja traslucir la influencia que la imagen fílmica tenía en su forma de narrar. En su obra la narración es acción y en el cine que de esta deriva su imagen no es, por lo tanto, contemplativa.  

El caso de “Hombre” (1967) de Martin Ritt.

En la hoy arquetípica cinta de John Ford, “La diligencia” (Stagecoach, 1939), presentada por Ford al tiránico productor David O. Selznick como “western clásico” pero desdeñada por este, el realizador vio cumplida una de sus obsesiones: plasmar el triunfo de la superioridad moral de los personajes marginales y es en este territorio dónde “Hombre”, la cinta que Martin Ritt rodara del guión y novela de Elmer Leonard y “La diligencia” tienen una cita con lo establecido y dónde la apariencia de western marginal de “Hombre” se desmorona bajo el barniz existencialista que la recubre y que es reflejo de las corrientes filosóficas y cinematográficas de su tiempo. “La diligencia” renovó el género que cada tanto tiempo entra en un periodo de decadencia, “Hombre,” en cambio, es equívoca y ese equívoco forma parte del conjunto de sus virtudes. La cinta repite muchas de las convenciones del género western pero presentada de una manera distinta. La idea de la diligencia como lugar cerrado y encuentro entre varios tipos o modelos de humanidad no era nueva tampoco para Ford; en la literatura recordamos el celebrado cuento de Guy de Maupassant, “Bola de sebo”, dónde también la superioridad moral de la prostituta obesa enseña una lección a sus compañeros de viaje que, finalmente, rechazarán dolorosamente en pos de las apariencias (1).  

En otro western surgido de la pluma de Leonard, “El tren de las 3:10” (“3:10 to Yuma”, Delmer Daves, 1957) el asesino o Ben (Glenn Ford) es conducido por el sustituto del comisario a Yuma, Arizona, dónde pasará el tren que lo llevará al lugar de su juicio mientras su banda intentará rescatarlo a la vez que la esposa del comisario sustituto se enamora del forajido. Sus personajes fuera de lo establecido –nos dice-, tanto atraen como destruyen mientras el peso de la existencia permea la atmósfera.

“Hombre” es el nombre indio de John Russell, heredero de cierta propiedad e interpretado por Paul Newman, que de niño había sido raptado por los apaches y criado como un miembro más de la tribu. El nombre apache de Russell -quien se hace de la mansión a la que vende de inmediato para comprar caballos para los miembros de la tribu-, es esencial en el argumento. En el viaje de diligencia que hace a través del árido paisaje de Arizona (fotografiado por el gran James Wong Howe que tanto tiene de expresionista), se topa como compañeros de camino a Jessie (Diane Cilento), administradora de su propiedad y a quien no le pesa su estado de viudez (y la única de raza blanca que demuestra tener ciertas virtudes éticas); al Dr. Favor (Fredric March), responsable de una reservación india a la que expolia de vez en cuando y a Henry Mendez (Martin Balsam) como el conductor mexicano de la diligencia, hombre bueno y honorable que se opone al otro mexicano (Frank Silvera) que ataca la diligencia y está coludido con otro de los viajeros, el cuatrero Grimes, (Richard Boone) quien hace burla de los prejuicios de sus “respetables” colegas de raza. Lo hemos dicho. Aquí no hay mexicanos malos y gringos buenos o indios que atacan y desaparecen como fuerzas de la naturaleza, en el fondo lo que mantiene a la cinta es el revisionismo y la ambivalencia moral de los implicados.

Favor es el responsable del ataque a la diligencia: lleva una gran fortuna escondida, producto de la especulación que ha hecho con la venta de carne a los indios. Durante el asalto sufrirá el secuestro de su altanera esposa Audra (Barbara Rush). John Russell mata un par de los atacantes de la diligencia pero ante el racismo que algunos de los demás viajeros han demostrado tener hacia los indios decide no hacer más pero tomará posteriormente a su cargo le defensa del grupo en una mina abandonada desde dónde defenderán sus posiciones.          

Hay una frase que resume la mentalidad filosófica y “sesentera” de sus personajes en “Hombre”, aquella que el sheriff Frank Braden (Cameron Mitchell) le suelta a Jessie cuando ella le pide que se case con ella:

Llevo trabajando desde que tenía 10 años, limpiando escupideras a 10 centavos diarios. Han pasado 30 años y sólo veo por la ventana un camino que no lleva a ninguna parte. Lo único que anima el paisaje es un perro que levanta la pata en aquella pared. Los sábados por la noche encierro a los borrachos, esos malditos borrachos que me vomitan en la camisa la cena y el alcohol que llevan en sus estómagos. Tengo en la pierna 2 kilos de hierro y eso me convierte en víctima fácil de cualquier vaquero con una copa de más. No Jessie, no necesito una esposa, sino desaparecer.

También en la actitud ante el hecho de morir Russell demuestra una indiferencia notable, lo único que le interesa es encontrar el momento adecuado para ello y coincidiendo en su entrega a la nada con Favor quien niega la existencia de Dios y se resigna a lo inevitable.

Se trata pues de una película modélica en el universo de Elmore Leonard. Su personaje, un hombre que tanto tiene de solitario como de humano es, al mismo tiempo, un desengañado y un tipo duro que actúa bajo presión. El modelo se repite a lo largo de su obra hasta en aquellas pertenecientes al género negro y hoy forma parte del imaginario literario y cinematográfico –derivado hacia el cinismo-, de principios de este siglo desde que comenzó a ser desarrollado por este autor hace unos 50 años. Y como expresara cierta vez el también novelista James Lee Burke: “Era capaz de escribir sátira social disfrazada de novela negra y novela criminal disfrazada de sátira social.” Su influencia impregna los diálogos y actitudes de los personajes de nuevos novelistas y realizadores y su nombre se inscribe al lado de Arthur Miller, Philip Roth o Norman Mailer.

Y ese hombre fue Elmore Leonard.        

 

Notas:

(1). En un notable ensayo “El género negro” (Serie Mayor, Col. Molinos de Viento, No. 109, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1996, 2ª. edición) Mempo Giardinelli deja establecidos los lazos que unen la novela gótica, el cuento del “Far West” de Bret Harte en sus relatos del oeste californiano, la novela de detectives y los grandes clásicos del “noir” como Hammett, Chandler, Himes o Jim Thompson, autores de un estilo literario seco, duro y ácido mismo que se contaba en la forma de narrar de Ernest Haycox autor de la novela que se convertiría en “La diligencia” de John Ford.