Por Hugo Lara

De las divas de Hollywood de entreguerras, entre las de origen europeo, tres ocupan el pedestal más alto: la alemana Marlene Dietrich, la sueca Greta Garbo y la austriaca Hedy Lamarr. Aunque ésta última hoy es la menos conocida, la verdad es que tiene una enorme cantidad de méritos como para no olvidarla y una vida tan fascinante como increíble.

Para comenzar, suyo es uno de los primeros desnudos y el primer orgasmo simulado en el cine, en Éxtasis (1932), filmada en su país de origen. El primero de los seis maridos que tuvo, un fabricante de armas que simpatizaba con Hitler, intentó recuperar todas las copias de esa película que había causado escándalo en el mundo, pero desde luego no lo consiguió, pues se dice que hasta Benito Mussolini tenía una y se rehusó a devolverla.

En el tiempo que vivió a su lado, Hedy habitó un castillo en Salzburgo que luego sirvió de locación a la famosa The Sound of Music, hasta que logró escaparse drogando al mayordomo que la cuidaba. Así llegó a Londres y luego a Hollywood, donde filmó algunas películas memorables, como White Cargo (1942) o Sanson y Dalila (1949), aunque quizás sean más memorables los papeles que rechazó, especialmente el de Casablanca, que tomó Ingrid Bergman.

Aunque era una actriz mediocre y una madre descuidada, su sensualidad era cautivante y su inteligencia indiscutible. Por eso es que su faceta como inventora le permitió patentar un sistema secreto de comunicación diseñado para guiar a los torpedos, basado en el principio conocido como “espectro expandido”,  cuya aplicación incide hoy directamente en la telefonía celular.