Por Raúl Miranda López  

“Si aún existiera algo sagrado en nuestro siglo..., si hubiera una especie de santuario del cine, para mí sería la obra del director japonés Yasujiro Ozu”:Wim Wenders. 

“Más tarde o más temprano, cualquiera que ame el cine llega a Ozu”: Roger Ebert. 

“En cada una de las películas de Ozu, el mundo entero existe a través de una familia. El fin de la Tierra no está más lejos que allí donde acaba el hogar”: Paul Schrader. 

“Decidí nunca usar una disolvencia y terminar cada escena con corte directo”: Yasujiro Ozu.  

La vía para la “trascendencia”, el tao: calma, serenidad y aceptación, son algunos de los ideales de origen budista que brillan en cualquier escena clásica de los filmes de Ozu (Tokio, 1903-Tokio, 1963). 

Realizador de una productiva y abundante carrera fílmica; desde la era silente hasta principios de 1960, pero considerado “muy japonés” para el entendimiento y agrado del mundo occidental. Pocos son los filmes conocidos de este realizador comparados con las dinámicas cintas de su compatriota Akira Kurosawa. 

El connacional de Mizoguchi, Ichikawa, Oshima e Imamura, conforme fue madurando su talento, se enfocó en una serie de películas que hacían eco, como forma y esencia, a las diversas estaciones del año: Tarde de primavera, 1949 (Banshun), Verano naciente, 1951 (Bakushu), Crepúsculo de otoño, 1962 (Sanma no aji); curiosamente nunca realizó un filme que se refiriera al invierno. 

En el momento previo a su muerte, sólo tuvo una petición: que se grabara en su lápida en idioma zen la palabra que denomina “la nada” o “el vacío”.  Maestro del emplazamiento de cámara en planos fijos (“ojo de perro” a la altura de un hombre sentado en un “tatami”), de travellings, dollies, o panorámicas inexistentes y en provecho del campo y contracampo de 180°. Yasujiro Ozu realizó en sus últimos filmes los más bellos ejercicios de lucha contra la amargura. 

El “estilo” Ozu, como el Zen, rechaza la verborrea, la “semántica incontenible del alma / la letanía interior” (Roland Barthes), para centrarse en la inmutabilidad, la parsimonia, la paciencia y el refinamiento: sin interés en el “lenguaje fílmico” (encontrar un fundido encadenado en alguna de sus películas resulta insólito).  

Con todo, en Ozu aparecen constantes: el tejido de la raffia que sirve de fondo para los títulos de crédito de muchas de sus películas, su exquisita disposición de los objetos, las fusuma (puertas deslizantes) como parte de los planos de detalles arquitectónico de las viviendas, la utilización de la profundidad de campo, todo bajo el diseño de un juego de líneas verticales y horizontales (encuadres sobre encuadres) que crean un sugerente ambiente de radical pureza, de “iluminación garantizada”; el empleo de música popular alegre y nostálgica.  

Defensor de tradiciones milenarias, al punto de ser llamado traidor por diversas generaciones de jóvenes nipones, pero considerado como uno de los directores más populares y apreciados de (el) Japón. Fumador empedernido, que nunca se casó (hizo bien), planificador de tomas meticulosas en las que prevalece la quietud. Ozu, el esteta asceta.