Publicado: 11 de diciembre de 2006

Por Hugo Lara Chávez

Son cerca de las seis de la tarde y yo y mi acompañante apuradamente llamamos a la puerta de la casa marcada con el numero 60 de las calles de Madrid, en Coyoacán. La casa tiene una fachada derruida, con muros que a duras penas conservan los esputos de una pintura amarillo mostaza. Nos extraña un poco saber que esa sea la morada de la persona a la que estamos por conocer, don Alejandro Galindo. Ese mismo día, pero en la mañana, hemos visitado a don Gabriel Figueroa en su agradable casona de Coyoacán, y también a don Ismael Rodríguez en su residencia del Pedregal de San Ángel. Tanto Figueroa como Rodríguez, a pesar de su avanzada edad, son personas que conservan lucidez y entereza.

Figueroa es un gentil hombre, amabilísimo y con una memoria verdaderamente fotográfica. Pero eso sí, desde el momento en que acordamos la entrevista, nos ha pedido que no llevemos cámaras ni de video ni foto fijas, quizá por resquemores que a su edad ha cultivado el viejo fotógrafo. Llegamos puntuales a las once de la mañana. Una joven muchacha nos acompaña hasta la entrada de un amplia estancia, desde donde alcanzamos a ver a don Gabriel, asomado por una ventana. Finalmente cruzamos la estancia y pasamos a un confortable estudio. Por fin nos encontramos con él. Está de pie junto una mesa. Efectivamente el tiempo ha erosionado sus rasgos. No obstante, don Gabriel se mueve y habla con aplomo, y siempre con cortesía. A través de sus ya característicos anteojos, de gruesa armadura negra, nos mira atentamente. Una jarra de café ya está lista para comenzar la entrevista. La charla con don Gabriel se lleva en una ambiente muy cordial. Nos relata sus inicios en la compañía Film Mundiales, su excelente relación con el productor Agustín Fink, nos platica de sus películas Flor Silvestre y María Candelaria, y evoca recuerdos gratos de la gente con la que compartió créditos: Emilio Fernández, Luis Buñuel, Dolores del Río.

"Dolores hizo cuatro películas ahí en la compañía, que fueron Flor Silvestre, María Candelaria, Las abandonadas,  y Bugambilia. Tuvieron mucho éxito, sobre todo, María Candelaria, porque ganó el primer premio en el Festival de Cannes, en Francia, el premio de fotografía y el premio de dirección".

Don Gabriel recuerda la primera cinta que rodó con Dolores del Río y Emilio el indio Fernández:

"En esos momentos nos habló Fink y nos dijo: 'acabo de contratar a Dolores del Río. ¿Qué director piensas ustedes que debe dirigirla?'. Coincidimos en que debía ser Fernando de Fuentes, pues era el mejor director que había entonces. Yo había trabajado mucho con él antes. Hice Rancho grande con él. Pero Fernando no pudo, pues en esa semana iniciaba el rodaje de Doña Bárbara, del libro de Rómulo Gallegos. 'Yo les recomiendo -nos dijo De Fuentes- que vean a Emilio Fernández. El acaba de hacer dos películas menores, baratas, pero se ve que el señor tiene buenas ideas. Yo creo que organizado, como ustedes tienen organizado su equipo, lo puede hacer bien'.

"Entonces llamamos a Emilio. Hizo la primera película Flor Silvestre. En ese transcurso yo tuve una conversación con Dolores del Río, a quien había conocido ya en Hollywood, cuando estaba estudiando becado por la Casa: 'Gabi -me dijo -que fantástico esto, me gusta mucho la idea, ¿y por qué no trata usted de hacer una fotografía mexicana?' 'Estoy tratando -le dije- Ya la tengo. La película de usted, Flor Silvestre, va a ser el último ensayo del estilo mío'.

"Yo me había adentrado en Posada, en Leopoldo Méndez, en José María Velasco, en los muralistas, en José Clemente Orozco. No copié, sino nada más estuve estudiándolos. Vi cómo pintaba Posada los fusilamientos. Para Flor Silvestre copié un cuadro de José Clemente Orozco que se llama Requiem, una acuarela, en la que hay una puerta  y están dos mujeres de espalda y se ven dos indios al fondo. Bueno, hicimos la película con mucho entusiasmo y salió bastante bien. En una ocasión Dolores organizó una exhibición para todos sus amigos, los pintores, los literatos, los poetas, todos. Les pasó la película en privado. Y precisamente me tocó estar sentado junto a José Clemente Orozco. Estaba yo esperando que nada más saliera el Requiem. Finalmente cuando pasa, Orozco nada más se incorporó un poquito. Entonces yo le cogí una pierna y le dije 'maestro, soy un ladrón honrado, eso es de usted', 'No, pero usted tiene una perspectiva que yo no logré. Usted tiene que invitarme a verlo trabajar para ver cómo logra la perspectiva'. Me dio un aliento tremebundo."

La conversación con don Gabriel se extiende a lo largo de un par de horas. Nos muestra algunas de sus fotos, algunas de ellas de él mismo acompañado de varias luminarias, entre ellas Marilyn Monroe.

Cuatro horas más tarde, estamos en casa de don Ismael Rodríguez. Su lujosa residencia del Pedregal se confunde con cualquier otra de la zona: grandes espacios y ventanales, rectos y simples, la arquitectura en boga de los años 60. Nos recibe en una estancia luminosa y decorada con el gusto sofisticado que corresponde al estilo arquitectónico de su casa. Sobre las paredes cuelgan los numerosos reconocimientos que ha recibido a lo largo de su trayectoria como director. En una orilla del salón, sobre un aparador, varios de sus trofeos. Mientras instalamos la video cámara, don Ismael se pasea inquieto de un lado a otro. "Le doy este documento que contiene toda la información sobre mi vida  -me dice. "Como parece que tienen prisa -en efecto, en hora y media tenemos la última entrevista en Coyoacán- léase eso -ordena. "Parece que se ponen de acuerdo, pero todos los que me vienen a entrevistar preguntan lo mismo. Todo eso aparece en este documento".

Se arrellana en una silla plegable, alta, de las que usan en locaciones los directores para dominar mejor la escena. Don Ismael se entusiasma con sus remembranzas. Narra con orgullo su debut como director "el más joven del mundo en su época" -asegura. Desde Que lindo es Michoacán, cinta con la que don Ismael se inició como realizador en 1942, hasta la trilogía Reclusorio I, II y III, que rodó en 1995, este fecundo cineasta ha logrado muchas de las películas más memorables del cine mexicano, basta citar ATM, Los tres García, Nosotros los pobres, Tizoc, Los hermanos del hierro, Animas Trujano y La Cucaracha.

Las palabras se agolpan en su lengua cuando habla de lo que él llama 'sus locuras', es decir sus más ambiciosos proyectos como el de juntar a Infante con Jorge Negrete en Dos tipos de cuidado, de haber traído al célebre actor japonés Toshiro Mifune para interpretar a un indio mexicano en Animas Trujano, o de haber conseguido que Infante encarnara tres personajes en una sola película, Los tres huastecos. Recuerda con vehemencia su entrañable relación con Pedro Infante, y lamenta que su muerte haya truncado uno de su más precioso proyectos, la película Museo de cera, donde Infante interpretaría a siete personajes. Lo mismo que le pasó con Cantinflas, nos revela, para quien había ideado una película titulada AAA. El Triple A, es decir, Alcohólicos Anónimos Arrepentidos, que no llegó a realizarse a causa de la muerte del mimo mexicano.

Cine popular, el suyo, don Ismael se enorgullece de su amistad con Frank Capra, el realizador italo-americano de Qué bello es vivir y Sucedió una noche, con el que encuentra infinidad de coincidencias -El me decía Smily, yo le decía Pancho- recuerda. Asegura que el éxito de sus películas, como las de Capra, se debe a que contienen valores humanos. 'Eso es lo que a la gente le gusta ver. Las demás, sí, son un éxito, pero con el tiempo se olvidan'. Mas adelante insiste: 'Yo nunca traté de hacer que mis películas fueran aplaudidas por los intelectuales. Los intelectuales, en primer lugar, cuando van al cine, van con pase, ni siquiera pagan. ¿Para ver qué? ¿películas mexicanas? ¡a despedazarlas!. No, mi cine se debe a quien lo disfruta: el público'.

'Me siento muy orgulloso de películas de hace 50 años, que siguen pasando y las siguen viendo la gente y las siguen aplaudiendo'. 'Yo tuve que luchar, contra mi edad, yo era un chamaco, un principiante, aunque ya había estado en diferentes aspectos del cine. La crítica no me perdonaba eso. A mí me decían el Genio de Chisguete, Orsonsito, yo no se qué, el Truculento Ismael- recuerda con dejo amargo.

Estamos retrasadísimos para llegar a casa de Alejandro Galindo. Apresuro la entrevista. Don Ismael nos muestra, por último, los dibujos de su proyecto Museo de cera. Pedro Infante de Cristo, de Morelos, de Hidalgo, de Villa, de un jorobadito...

Salimos volados hacia Coyoacán. Estamos con retraso de media hora. La casa de don Alejandro Galindo es sombría y humilde. Son cerca de las seis de la tarde y yo y mi acompañante apuradamente llamamos a la puerta. La casa tiene una fachada derruida, con muros que a duras penas conservan los esputos de una pintura amarillo mostaza empeñados en no derrumbarse.

Una mujer nos abre la puerta y nos introduce, sin mayor preámbulo, a una habitación estrecha. Ahí mismo está sentado don Alejandro, en una pequeño y viejo sillón, con un cobertor cubriéndole las piernas. Al parecer, la mujer que nos abrió es su enfermera. Nos dice que tendremos que gritarle a Don Alejandro, pues casi no escucha. Don Alejandro ya es una persona de edad avanzada, muy delgado y de rostro enjuto. La entrevista comienza, entre gritos míos y miradas suspicaces de don Alejandro, quien aprovecha una pausa para pedirle un cigarro a la mujer.

Mientras don Alejandro disfruta en verdad su cigarro, yo trato de atrapar su interés, su simpatía. Le comento, o más bien le grito, que su película Una familia de tantas es el retrato de un México en época de cambios. El me mira sonriente, pero no contesta nada. Para dar pie a sus comentarios, le hago más preguntas de otras de sus películas como ¡Esquina bajan!, Hay lugar para dos, Dicen que soy comunista. Se nota que don Alejandro se esfuerza en contestarme, aunque de su garganta apenas logran salir unas palabras desarticuladas. Le pregunto acerca de su trabajo como realizador y su sensibilidad para percibir y plasmar en sus filmes una identidad de lo mexicano. Transcurren varios minutos entre sus murmullos inteligibles y mis rugidos interrogativos. Lo que era una entrevistas se convierte, al cabo de diez minutos, en un monólogo en voz alta que yo protagonizo. Me siento incómodo por la situación y decido dar fin a la visita. Don Alejandro accede a estampar su firma en un libro que traigo conmigo. Con mucha dificultad lo hace y de los garabatos que alcanza a trazar, se puede distinguir la frase que me dedica: "Con mucho afecto para Hugo Lara, el día de una entrevista que pudo ser".

D.R. HUGO LARA 1996