Por Roberto Ortiz Escobar

A las hijas de Metinides.

El 22 de mayo de este año, diez días después de su muerte ocurrida el 10 de mayo, un canal de televisión cultural abierta exhibió “El hombre que vio demasiado”, documental sobre el fotógrafo de nota roja Enrique Metinides (1934-2022), del que Cineteca Nacional tiene en sus bóvedas 1 DCP (siglas en inglés de Digital Cinema Package).

Posiblemente la exhibición del documental en televisión abierta se debió a la muerte en esos días de Metinides, quien se convirtió en un fotógrafo avezado de La Prensa, donde fue punta de lanza por varias décadas del periodismo sensacionalista, ya que en la portada y contraportada de ese periódico se publicaban fotografías suyas. A una cuadra del restaurante de su papá se encontraba la delegación policíaca 7, donde el ministerio público y el juez, que conocían a su padre, le permitieron, siendo niño, tomar fotos ahí de asesinos, por ejemplo. Empezó en la profesión acompañando al fotógrafo Antonio Velázquez, quien lo jaló cuando se dio cuenta que era un infante inquieto que registraba situaciones lúgubres. Por su interés en la presencia súbita de la muerte, publicó su primera fotografía de un decapitado como a los 10 años (por iniciarse en este oficio desde pequeño, era conocido como “el Niño”). Como le gustaba el cine de acción, cuando niño veía películas en el cine Roxy, propiedad de una hermana y su esposo, como si la imagen animada fuera una extensión de sus fotografías, ahora en movimiento continuo; también de chico recibió de su padre una cámara fotográfica alemana, con la que empezó a captar cosas.

Angela Legarreta. Enrique Metinides, 1979.

 

En un ensayo sobre los placeres del odio, William Hazlitt decía que las desgracias públicas eran bienes públicos y que la intensidad de la tragedia nos enciende [1]. Tal vez por ello, la sección periodística más atractiva para los lectores era la de los crímenes y accidentes, quienes disfrutaban verlos publicados en la prensa escrita. Como las imágenes del documental ilustran la violencia, la directora solicitó la realización de la banda sonora a Jacobo Lieberman, quien utilizó ciertos instrumentos musicales para crear una atmósfera de cine negro.

La cámara del creador registraba los instantes posteriores en que la vida terminaba abruptamente por un accidente (preferentemente automovilístico), un ahogamiento, un incendio o un asesinato con arma punzo cortante o pistola, y la gente que veía el acontecimiento percibía la tragedia con curiosidad en el lugar de los hechos. Los espectadores que estaban en el espacio del evento drástico veían a la cámara de Metinides, quien registraba el suceso con todo y corifeo. Sus fotografías fueron testigo del morbo público por la mirada fascinada de la muerte individual o colectiva. El fotógrafo procuraba captar el instante de la desgracia con la gente expectante (“Todos quieren salir, todos quieren figurar, todos quieren verse en el periódico”, dice el fotógrafo en el documental). Son muchas las imágenes de este tipo que realizó, lo que no hace sino confirmar su interés por la desgracia ajena. ¿Quiere decir esto que la gente registrada por el fotógrafo participaba de la desgracia al confrontar su propia fragilidad, o que más bien, era empática con la compasión, de acuerdo a lo escrito en una nota periodística? No necesariamente, si nos atenemos a lo dicho por Nietzsche y Freud sobre la pulsión de muerte en los seres humanos.

“Choque en la capital”. Enrique Metinides, 1972.

 

Enrique Metinides fue un fotógrafo representativo de la violencia gráfica en la Ciudad de México del siglo pasado. En el documental confiesa que ésta ha cambiado en la actualidad (si bien ahora tiene la modalidad de la tortura, dice, basta ver cotidianamente en el presente el amarillismo de las notas de los noticieros televisivos comerciales). Por una buena temporada fue el amo de la nota roja, sabiendo que podía manejarse con holgura desde entonces. Si bien la película no hace una descripción psicológica-emocional del personaje, hay momentos en que atisbamos a un hombre que se repliega al mostrar su obra. Cuando da a conocer algunos videos en color, por ejemplo, dice que pueden ser excesivos, como si no dimensionara el alcance de su obra y se disculpara por el tipo de registro, empequeñeciéndose ante la grandeza de sus imágenes, no obstante, saber del valor de sus registros. Lo que resulta claro es que Metinides fue un voyeurista que captó con ingenio fotográfico la danza macabra de la muerte [2]. Se podría especular que a través de la fotografía sublimó el acto mortal, evitando que se convirtiera en un acto real. 

Cuando la directora Trisha Ziff (curadora, guionista, editora) muestra los álbumes del fotógrafo sobre la violencia en México y otros países (terrorismo en España, terrorismo mundial, bombas en Londres, Guerra Israel-Palestina, tres álbumes de Irak, el atentado del 11 de septiembre en Nueva York), y colecciones de ambulancias de la Cruz Roja, de bomberos y sus vehículos, así como de ranas como un animal preferente, pareciera que los objetos reunidos en su casa, son también una extensión de sus preferencias mórbidas: “Yo me subía desde niño a los carros de bomberos, a las ambulancias, a las patrullas […] y […] cuando volteé, […] ya era colección”. Queda claro que el hombre fue congruente y mantuvo la constancia desde pequeño. Al empezar a publicar fotografías de este tipo, quedó marcado y apeló a ser fiel a un trabajo, que, con el tiempo, se tornó en una actividad profesional de la cual vivió, se casó y tuvo más de una hija.

Enrique Metinides y sus colecciones.

 

Como sucede a veces, la creación artística mexicana primero cobra vida en las galerías y museos del extranjero, y después en México. Se podría decir que a partir del nuevo milenio el fotógrafo tuvo presencia en recintos culturales de Nueva York, Berlín e Inglaterra. En México, en 1996 la Bienal de Fotoperiodismo le otorgó un premio por su trayectoria profesional y ese mismo año la revista “Luna Cornea” publicó el artículo “El gran Metinides” [3]. En los últimos años, el fotógrafo tuvo exposiciones en nuestro país, publicándose su primer libro en el año 2000, titulado “El teatro de los hechos” [1].

De “El hombre que vio demasiado” la cineasta dijo que tuvo claras las vertientes temáticas de Metinides como personaje y de su fotografía como arte, mientras que la vertiente de la violencia en México la trabajó con fotoperiodistas dedicados a registrar con la lente accidentes y asesinatos (algunos de ellos conocieron al fotógrafo). Al remitirse a la gente que mira con entusiasmo el final drástico del “otro”, Trisha Ziff consideró: “No podemos negar que tenemos un lado morboso que nos lleva a echar una mirada, a ser mirones de la tragedia del otro. Quizá al final eso sea bueno porque nos permite valorar más nuestro momento, nuestro día y nuestra vida” [4].

No sabemos el tipo de relación que la cineasta estableció con el fotógrafo, pero, entre risas, declaró en otra entrevista que este, “es muy egoísta”, dejando entrever su complejidad. Aunque su expareja sentimental vivía en el mismo edificio donde se alojaba al momento de realizarse el documental, el fotógrafo no quiso que se hablara de esta parte privada de su vida, lo cual respetó la directora [5]

En el documental, las tres hijas de Metinides se refieren a la meticulosidad del padre, quien tenía una muda de ropa preparada por si en la madrugada le hablaban para trabajar (cuando esto sucedía, lo recogía una ambulancia). También se ve al fotógrafo en su casa enseñando a un nieto el uso de la cámara.

En su andar cotidiano, el creador tomó miles de fotografías porque así lo exigía su trabajo profesional cotidiano en La prensa: “Alguien lo tenía que hacer, si no era yo, era otro fotógrafo. Hay que tener mucho carácter y mucha paciencia […] para tomar esas fotografías”, y aunque Trisha Ziff dijo que no pretendió hacer una biografía (el documental está dedicado a los más de 165 fotógrafos asesinados cubriendo la violencia desde 2000), es obvio que el personaje central fue Metinides, figura arrolladora por las impresionantes imágenes de su trabajo. Tal vez por ello, la directora lo instala en la terraza de un edificio del Centro Histórico de la CDMX (a un costado del Palacio de Bellas Artes), rememorando uno de sus registros famosos, aquel donde la cámara captó a un muerto y a un policía de espaldas. Llama la atención en el documental una práctica mostrada en los últimos años por el fotógrafo: la de anteponer alguna de las figuras de sus colecciones a una de sus fotografías famosas amplificada, lo que podría sugerir una especie de instalación, una puesta en escena peculiar. No resulta muy afortunada, en cambio, la recreación hecha por la cineasta de otra fotografía del artista: el asesinato del novio de una chica acongojada por el acontecimiento vivido en Chapultepec.

Son varios los creadores que en “El hombre que vio demasiado” dan su opinión sobre Metinides, cobrando relevancia el fotógrafo Pedro Meyer (habla del planteamiento del creador de cobrar sus imágenes por derecho de autor); el compositor Michael Neyman (se pregunta del fotógrafo como artista, teniendo en su casa fotografías de él);  la escritora Carole Naggar (con un libro sobre el fotógrafo en los brazos, dice que los neoyorkinos, que piensan que lo han visto todo, verán una exposición diferente, a propósito de sus imágenes expuestas en Nueva York); Nick Ratner (ingeniero de sonido, declara que las fotografías remiten a lo azaroso de la existencia humana). Destacan en las entrevistas dos personajes; por un lado, un director estadounidense de cine, quien, al referirse a la violencia, dice que en Estados Unidos la gente no está acostumbrada a la imagen desgarradora y que los muertos en la Segunda Guerra Mundial no se han dado a conocer históricamente. También, que la sociedad estadounidense ha vivido en un ideal erróneo y que el rechazo de la violencia en imágenes es parte de la idiosincrasia en Estados Unidos; remata declarando que, “probablemente hay Metinides en todos los países y que no sólo son un reflejo de sí mismos, sino del país en el que trabajan”). Por el otro, Steve Pyke, fotógrafo, habla de la composición cuasi religiosa en la foto de una niña cuya mano es succionada por un molino de carne en un mercado; dice, además, que “la vida es sumamente frágil, vivimos en una burbuja que va rotando por la calle rodeada de cristales rotos y su brillo nos hace creer que no se va a romper, pero en el fondo sabemos que puede pasar en cualquier momento […]. La sociedad civilizada está pensada para hacernos olvidar que somos mortales, pero todos sabemos la verdad y cuando se nos planta adelante es cuando pensamos: eso sí que es real, más que lo que vivo todos los días”. 

Enrique Metinides en el cine Roxy y con una cámara fotográfica.

 

La producción del documental costó alrededor de 2.5 millones de pesos, se emplearon 100 horas en la grabación y el primer corte duraba 4 horas [6]. Finalmente, el documental exhibido en las salas de cine y la televisión dura alrededor de 88-89 minutos. 

En algún momento, al fotógrafo se le nota nervioso y hasta desesperado ante la cámara, sugiriendo una personalidad nada sencilla. Al ser entrevistado, aparece en traje oscuro y sentado, ya con mayoría de edad. Su rigor en el orden de las cosas propone una personalidad compleja (su eterno atuendo de traje con corbata, así lo plantea) que no podía estar quieta, requiriendo del movimiento continuo. 

Por supuesto que el título del documental nos recuerda las dos versiones hitchcockianas de “El hombre que sabía demasiado”, una realizada en blanco y negro en 1934, y otra hecha en color en 1956. Si bien el contenido de las cintas del “mago del suspenso” es otro, no dejó de articular una violencia latente en el espionaje internacional, expresada a través del peligro vivido por los personajes de ficción. Otra influencia en el nombre del documental, si cabe, podría ser que en estas cintas de Hitchcock los personajes centrales deben estar más atentos al sentido del oído que al de la vista, con tal de descubrir un atentado internacional. 

En 2015 El hombre que vio demasiado recibió en México dos premios Ariel a mejor documental y a mejor banda sonora.

Independientemente de los resultados del documental, lo importante para el medio de las imágenes animadas es que Metinides tuvo su testimonio fílmico en vida. En un principio, el documental se presentó en el Festival de Cine de Morelia y en el Festival Ambulante, además de exhibirse en la Cineteca Nacional.

“El hombre que vio demasiado” (México, 2015, de Trisha Ziff). Guión: Trisha Ziff. Compañías productoras: Arte Mecánica Producciones, Wabi Productions, 212 Berlin Films. Producción: Alan Suárez y Trisha Ziff. Duración: 89 minutos.

NOTAS.

[1]. Jesús Silva-Herzog Márquez, “Metinides: coleccionista de horrores”, “Letras Libres”, IV-2016, pag.81.
[2] Blanca González Rosas, “Arte”, “Proceso”, N° 2376, 15-V-2022.
[3]. Ídem, página 68.
[4]. Héctor González, “Milenio”, 24-VII-2017.
[5]. Hidalgo Neira, “Reporte Índigo”, 16-VI-2017.
[6]. Idem.

*Las imágenes que acompañan el presente artículo, se incluyen únicamente como apoyo al contenido del texto, cuyo cometido es de difusión cultural.