Por Matías Mora Montero
Desde Morelia

Recorreremos tres cintas muy opuestas entre sí, pero que comparten, en su ADN, un sentido de sentimentalismo aportado gracias a discursos que cuestionan los fenómenos que nos mueven radicalmente, en esencia, el amor: “Robot Dreams”, “Cinema Has Been My True Love” y “The Bostonians”. Sin más rodeos, empecemos con la primera cinta vista en la jornada del sábado durante esta edición del FICM.
 

“Robot Dreams”

Animación española del cineasta Pablo Berger, que toma lugar en un Nueva York antropomórfico, donde los pingüinos juegan boliche y pequeños cocodrilos aspiran a ser luchadores, pero, sobre todo, nos lleva a la historia de Perro, que, por si no lo habían adivinado, es un perro, que se encuentra excepcionalmente solitario. Cena macarrones con queso de caja y refresco, mientras deja que la tontería de la televisión le sirva como fútil acompañamiento, con la que evade su soledad. Esto, hasta que se percata de un anuncio que vende “robots hechos para ser tu amigo”. Entonces, Perro no duda ni por un instante, llama de inmediato al número indicado en su pantalla y pide uno. Cabe aquí mencionar que la película es libre de diálogos, lo cual aporta mucho a sus sentidos de creatividad y carisma, permitiendo que las conexiones entre sus personajes recaigan por completo en lo que vemos.

Esto permite una cierta honestidad que hace de sus golpes emocionales unos dolorosamente efectivos. Porque su robot le llega. Lo arma, mientras continúa su tradición de tomar refresco y cuando el robot por fin está completo y Perro encuentra el cómo encenderlo, la primera acción de Robot es sonreírle. De ahí en adelante son inseparables, cada día es una nueva aventura. Lo cotidiano se vuelve lo extraordinario.

Los sonidos, paisajes, habitantes, la cultura de la ciudad se vuelven elementos refrescantes, mientras Robot aprende a habitarla. Todo le es nuevo, le maravilla y, a través de la imitación, aprende. Este carácter tan vivaz le es contagioso, Perro no sólo se vuelve alguien feliz, sino que también está igual de maravillado con el mundo.

La esencia de conocer a alguien que te haga descubrir el mundo por primera vez de nuevo es una que nos ha confundido desde siempre, ¿cómo es posible que pueda existir gente tan emocionante y cuya pasión por el mundo que habitan nos hace tener más consciencia del gozo que podemos sacar de la vida? Es el jugo por exprimir. Es entonces que todo cambia, amanecemos con dolores en la cara por sostener una inevitable sonrisa provocada por haber conocido a la persona que nos haya hecho nacer de nuevo. No tenemos que tener un lazo romántico con esta persona, su magia nos es ineludible, la encontramos en su presencia. Nada nos hará más felices que verla.

Y es entonces donde el conflicto de la cinta tiene lugar. Entre todas sus aventuras, Perro y Robot deciden tomar un viaje hacia la playa. Su rato es agradable, se sumergen en las profundidades y exploran las posibilidades del clavado, pero al regresar a la bahía, Robot encuentra una lamentable dificultad para moverse. Se ha oxidado. La única parte de su sistema robótico, ¿cuerpo?, que sigue funcional es la cabeza.

Perro se desespera, intenta todo para empujar a Robot afuera de la arena. Lo difícil resulta imposible. Y Perro tiene que partir, decidido a rescatar a su amigo al día siguiente. Efectivamente, al día siguiente madruga y parte hacia la playa con todo y una caja de herramientas. Es una vista genuinamente adorable, que se torna devastadora cuando resulta que la playa ha sido cerrada y abre hasta el próximo verano. Marcado en calendario el primero de junio sobre el refrigerador de Perro, es el día en que podrá ir por su amigo.

Esto permite un año de distancia, ambos sueñan e imaginan con su reunión, su cotidianidad se convierte una odisea alrededor de poder verse nuevamente. Es un proceso lleno de desilusiones, de giros que hacen de la meta una poco a poco más inalcanzable. Todo esto, mientras que el paisaje de su animalesco Nueva York se vuelve acechante con la presencia de las Torres Gemelas, en tanto ambos personajes están en constante estado de encontrar y perder. Todo parece ser una premonición alrededor de lo repentino y doloroso que es la desaparición de la presencia del otro en nuestras vidas, en cada presentación que este trágico fenómeno se llega a dar.

Entonces nos queda un relato de lo que esa presencia nos otorga, el regalo tan maravilloso e insuperable de la compañía; regalo igualmente frágil a como lo es de valioso. Es entonces que tenemos que aprender a habitar en cierta paz con el adonde la vida nos lleva, donde estamos y quienes somos, en otras palabras, el saber superar, el saber sanar.

Aunque “Robot Dreams” aparenta ser una inocente cinta animada de un perro y un robot, su aprendizaje es duro de tragar, pero importante. Es una película sobre el qué significa ser amigo, qué significa saber amar, vivir, ser humano. Por más que sus personajes sean animales y máquinas.


“Cinema Has Been My True Love: The Work and Times of Lynda Myles”

Mi conocimiento sobre esta cinta era cercano a nulo, pero aquel primer enunciado en su título me capturó por completo y ahora puedo decir que lo que entré a ver sigue zumbando en mi mente como abeja. Es un documental abstracto, en forma, que gira alrededor de la vida de Lynda Myles, la primera directora de un festival de cine que fue mujer, en Edimburgo. Dirigido por Mark Cousins.

La cinta, más allá de darnos una línea temporal de su labor y vivencias –¡que vaya que es impresionante!, recorriendo encuentros con leyendas desde Sam Fuller hasta Godard o Cronenberg, o bien, la producción de ciertos cineastas y la labor de curaduría filmográfica–, de lo que habla, ante todo, es de la cinefilia.

Y la cinefilia desde una perspectiva que comparto, donde no se trata de un fanatismo hacia el medio audiovisual, sino de una forma de ver. De saber ver. Donde lo que se demanda no es haber visto diez mil películas, si no haber visto una e interactuar con sus elementos. Intuir intención en cada plano, encontrar significado a lo largo de un metraje. Crear, entonces, una conciencia de la Historia del Cine, porque es entonces que el cinéfilo existe.

Ver en la imagen en movimiento un latente discurso, tratar de comprenderlo, de empatizar, ese es el trabajo del cinéfilo. De Lynda Myles. El documental fuera una rareza, una observación hacia la observación. Conozcamos los detalles de las pupilas, las cejas, las pestañas, conozcamos el mapa de la mirada de esta extraordinaria mujer.

El ritmo de la cinta puede ser difícil, recicla material de archivo, toneladas del mismo, con una selección corta de tomas que nos acercan a los detalles físicos de Myles, mayormente sus arrugas, que endurecen en su rostro el porte de la cinéfila por excelencia. Dentro de esta selección de tomas se encuentra una muy especial y simbólica, en ella. Lynda Myles está tras la pantalla, en la sección desconocida de cada sala de cine, y las películas se proyectan sobre su cuerpo. Ella se mantiene sentada, dejando que las imágenes se apoderen de sí misma. Tiene una cara triste, se encuentra sola y se ve sola, en muchos sentidos el título es cierto, el cine ha sido su verdadero amor.
 

“The Bostonians”

Cinta dirigida por el legendario James Ivory, cineasta al que se le dedica una retrospectiva en esta edición del festival. Es gracias a ello que se pudo ver esta película en cines y con la honorable presencia del propio Ivory, quien ya cuenta con noventa y cinco años de edad. Protagonizada por Christopher Reeve, Vanessa Redgrave y Madeleine Potter, esta película de 1984 nos narra un complejo triángulo amoroso entre una joven feminista con gran habilidad en la oratoria pública, su tutora con ideas más radicales y el primo de la tutora, que es un abogado apegado a los valores tradicionales del macho. Todo esto en el siglo XIX, durante el sufragio por el voto y la emancipación de las mujeres.

La historia juega con opuestos, la manipulación es inevitable, todo se vuelve un gran juego dramático. Constantes decepciones en las decisiones de los personajes en pantalla, que no sólo nos arrojan a la esquina de nuestro asiento en frustración y suspenso, pero en sí mantienen un discurso sobre la fragilidad de la ideología muy denso, cada día más relevante e interesante. Donde los movimientos tienen que escapar la iconoclastia del mártir o el orador, tiene que ser una voz contundente conformada por miles de voces. Y las dinámicas de género son, como siempre, la mayor confusión de nuestra vida social.

La dirección de Ivory es sublime, detallada, llena de texturas y mantiene el elemento de sorpresa como constante dentro de sus planos, permite la alegría sin olvidar que se encamina hacia un enojo. Una cinta clásica, compleja y fabuloso poder cacharla durante el marco del festival.