Perfil

Director. Su personalidad corresponde plenamente con lo que ha distinguido a su cine, enérgico, provocador e inconformista. Estas cualidades han puesto a Felipe Cazals como uno de los cineastas más destacados y prolíficos de su generación. Comenzó a filmar en los años sesenta, cuando ya el cine mexicano entraba en declive y las clases medias se alejaban de él. Pero este cineasta, nacido en Francia en 1937 y criado desde niño en México, ha hecho siempre las cosas a contracorriente, tal vez como fruto de la formación que recibió de sus padres, ambos franceses que emigraron a México para dejar atrás el horror de la Segunda Guerra Mundial. Cazals fue educado en colegios religiosos y militarizados, y eso le dejó, como ha hecho saber, una huella indeleble que incluso ha traspasado a sus películas y a sus personajes.  Fue la cinefilia lo que lo animó a estudiar cine en el Institut d’Hautes Etudes Cinematographiques de París, que abandonó antes de terminar, pero ya con toda su vocación echada a andar. A ésta también contribuyó su vínculo con el auge cineclubero de los años sesentas en México, que aportaría una influencia determinante a su carrera mediante el descubrimiento de las corrientes fílmicas de vanguardia, como la nueva ola francesa. Su nombre suele asociarse al grupo de Cine Independiente de México, junto a sus colegas Arturo Ripstein, Rafael Castanedo y Pedro F. Miret, cuyo objetivo era realizar un cine alternativo frente a la estancada cinematografía mexicana de la época. Bajo este esquema, dirigió sus dos primeros largometrajes, La manzana de la discordia (1968) y Familiaridades (1969), si bien anteriormente ya había filmado unos cortometrajes para el programa televisivo La hora de bellas artes. Su paso al cine industrial ocurrió en condiciones favorables, gracias al filme Emiliano Zapata (1970), producida y protagonizada por Antonio Aguilar con grandes recursos, que lo puso en contacto por primera vez con el cine histórico -biográfico. Fue también en ese periodo que los cineastas de su camada recibieron un apoyo decidido por parte de las autoridades fílmicas oficiales, en buena medida gracias a la política impulsada por Rodolfo Echeverría, director del Banco de Cinematografía y hermano del presidente en turno. Así se abrió una momento propicio para que Cazals desarrollara y experimentara un cine de búsqueda personal, como se evidencia en El jardín de la tía Isabel (1971), y Aquellos años (1972), dos filmes de época situados, respectivamente, en el siglo XVI y en la época de la intervención francesa. Además, hizo lo propio en el género documental, en Los que viven donde sopla el viento suave (1973), acerca de las condiciones de vida de la etnia seri, en Sonora. Esta etapa le permitió asentar sus definiciones temáticas y su estilo sobrio y descarnado, que ya se vislumbraban desde sus primeros filmes. Armado con más experiencia, realizó su célebre trilogía de la violencia: Canoa (1975); El Apando (1975) y Las Poquianchis (1976), donde se asoma con toda su crudeza al universo de los personajes que transitan entre la crueldad y el dolor, en ambientes sórdidos y opresivos que revelan una de las realidades escondidas tradicionalmente en México. No obstante la carga de violencia que marca esta trilogía y una buena parte de su obra, Cazals es un hábil narrador que le gusta apelar a la inteligencia del espectador, “A mí me acusan de cruel y de violento muchas veces –ha comentado el cineasta—, pero el acto de violencia no está en la pantalla; está en lo que precede o en la conclusión, pero no se ve. Es el espectador, su imaginación y su sentimiento lo que complementa esa secuencia ". Algunos de sus filmes posteriores, tienen claros vínculos con esta propuesta. Así por ejemplo, en Bajo la metralla (1982), revisa el tema de las guerrillas urbanas y muestra una vez más el cariz politico de su cine, preocupado por la descomposición social del México contemporáneo. En Los motivos de Luz (1985) trata el caso de una mujer acusada de asesinar a sus hijos, pero con el transfondo de la miseria y la marginalidad. En Digna... hasta el ultimo aliento (2004), recrea la vida, la lucha y la misteriosa muerte de la defensora de derechos humanos Digna Ochoa. Pero además, su interés por experimentar con distintos géneros y ambientes, le han hecho regresar al cine histórico, como en La güera Rodríguez (1977), sobre una famosa cortesana del siglo XIX; Kino: la leyenda del padre negro (1993), acerca de la vida de este misionero jesuita en el norte de México, y Su alteza serenísima (2000), sobre Antonio López de Santa Ana. Ha recibido decenas de reconocimientos importantes en los Festivales de Mar del Plata, Berlín, Moscú y Guadalajara, y ha sido galardonado con varios Arieles e incluso la medalla Salvador Toscano. Por eso es llamativo que en su filmografía existen algunas filmes de poco interés, de las llamadas películas alimentarias, hechas al servicio de fines netamente comerciales, como Rigo es amor (1980), con el cantante Rigo Tovar, o Desvestidas y alborotadas (1991), con Lorena Herrera y Lina Santos.   No obstante las crestas y valles de sus 26 largometrajes hasta la fecha —imposibles de reseñar en su totalidad en un espacio como éste—, Cazals se distingue como un cineasta que prefiere alejarse del comfort y la mediocridad. En aquellas películas donde vierte sus definiciones personales —la mayoría de ellas— se distingue su punto de vista crítico, incondescendiente, que incomoda y confronta y que se clava  punzante en la conciencia de aquel que se expone a sus disertaciones que viajan encapsuladas en las imágenes. (Hugo Lara Chávez)


Filmografía