Por Pedro Paunero
Tony Gazzo, el usurero que ha contratado a Rocky Balboa para cobrar las deudas en la película “Rocky” (John G. Avildsen, 1977), le reclama a su empleado por qué no acató sus órdenes de romperle los dedos a uno de sus deudores. Rocky le responde que ha preferido cobrar media deuda porque, en el caso de haberle roto los dedos, el hombre no hubiera podido trabajar para pagar la deuda completa. La actitud no de tipo duro, que este más bien le queda a Rocky, sino de individuo cruel, de Tony Gazzo, no era sino la consecuencia lógica en la carrera actoral de Joe Spinell, quien había interpretado ya a Willi Cicci, el matón involucrado en la masacre de las familias enemigas de los Corleone en la saga de “El padrino” (The Godfather, Francis Ford Coppola, 1972) y, posteriormente, un testigo esencial -es decir, un soplón-, en el juicio a Michael Corleone por parte del Senado de los Estados Unidos.
Joe Spinell fue el último de seis hijos, nacidos de un matrimonio italiano migrante, que llegó a actuar en Broadway y, una vez en el cine, actuó en papeles menores, casi invisibles -como en “Taxi Driver” (Martin Scorsese, 1976) o la malograda “El salario del miedo” (Socerer, 1977), dirigida por William Friedkin-, de asesino a sueldo -como en los títulos ya citados-, de villano -como el que interpreta en la bazofia espacial “Starcrash” (Starcrash, Luigi Cozzi, 1978), una película de explotación del mega éxito “La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977)-, o de psicópata, pero no sería sino hasta su papel principal en la cinta de culto “Maniac” (1980), dirigida por William Lustig -conocido por ser un director de películas pornográficas, interesado en “otra clase” de trabajos-, que se le recordaría por esta clase de papeles.
El rostro carcomido por el acné, su altura y corpulencia, el cabello largo y grasoso, los continuos sollozos, los recuerdos atormentados y la mirada de loco de Spinell -características físicas que convertiría en su sello actoral, un modelo a seguir en la caracterización de personajes en otras de sus películas-, le vinieron a la perfección a un papel para el cual contribuyó como guionista. Véase cuan adecuado es el rostro y la presencia de Spinell en la película, si se la contrasta con los grandes ojos azules, y la expresión asustada, de Elijah Wood, como Frank Zito, el maniaco del título -Spinell en el original-, en el remake que hiciera Franck Khalfoun en 2012. Habiendo visto la primera película, esta versión luminosa y glamurosa palidece, irónicamente, cuando no podemos quitarnos de encima la idea de que Frodo Bolsón no es si no un impostor de asesino.
“Maniac”, una película de culto por derecho propio, es sórdida, fría, barata e hipnótica. Rodada sin permisos en locaciones de la ciudad de Nueva York, contiene unas cuantas escenas que verdaderamente alcanzan la metaficción. Por ejemplo, en la escena en la que Zito persigue a la enfermera por los sucios y vacíos sanitarios del Metro, sobre la pared grafiteada del fondo podemos leer la frase “Apocalypse Now”, entre las consabidas declaraciones de amor, con lo cual se retrata un fragmento de su tiempo, pues la legendaria película de Coppola no hacía mucho que se había estrenado para el momento en que “Maniac” llegaba a los cines, reafirmando, empero -prácticamente aullando desde la pared-, la trama sangrienta con sus asesinatos impunes.
En la misma escena, mientras Zito revisa las puertas de los sanitarios buscándola, este voltea hacia la cámara, confrontándonos sin tapujos. Es el rostro de la otredad el que vemos, con quien podemos cruzarnos en la inmediatez urbana, sin adivinar sus intenciones, mirándonos a los ojos, precisamente al dejar el Metro, o pasando a nuestro lado en las calles, o saliendo de un ascensor, ignorando qué mal habría hecho ese otro, o qué hará a continuación, para llenar las horas oscuras de su enferma soledad.
Zito lava la sangre de la larga daga que ha hundido en el cuerpo de la mujer, en uno de los lavabos, y la fuerza de Coriolis, girando y regirando el agua enrojecida antes de perderse en el desagüe, nos remite a la escena de la ducha de Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960). Esta misma escena, en “Maniac”, cobra un nuevo como escalofriante significado, en una película de por sí infame y censurable, cuando nos enteramos que Spinell, en la vida real, estaba aquejado no sólo por el alcoholismo, sino por el asma y la hemofilia. Jamás una daga de utilería fue tan inquietante, poniendo este dato en perspectiva.
Existen varias películas que tienen a la necrofilia como tema principal, véase para ello “El empresario de las pompas fúnebres (The Undertaker and his pals, T.L.P. Swicegood, 1966), de titulo homónimo a la película de la que me ocuparé, o “Kissed” (Lynne Stopkewich, 1996), de perturbadora belleza, pasando por “Réquiem para Diana” (Sergio Goyri Jr., 2006) un cortometraje mexicano protagonizado por Javier López “Chabelo” como un cuidador de cementerio que contrata a un descuidado necrófilo (Roberto Sosa), pero en “The Undertaker” -penúltima película protagonizada por Spinell, y cuya única copia, jamás estrenada en cines, mantenía resguardada en su casa- el tío Roscoe (Spinell), no sólo se ocupa de sepultar difuntos, sino de matar mujeres y algunos varones durante el proceso.
En una significativa escena, el tío asiste a una función de cine gore, donde una chica, visiblemente asqueada por lo que sucede en pantalla, abandona la sala -un hecho que realmente sucedió durante el estreno de “Maniac”, cuando los espectadores, por entonces no preparados para lo que veían (una cabeza humana estallando o los maniquíes con el cabello escalpado a las víctimas, clavado en sus cabezas), se salían del cine a media película-, y el tío va detrás de ella. Gran guiñolesca, con el peor maquillaje prostético usado en una cinta estelarizada por Spinell -es del conocimiento público que Tom Savini utilizó todo su poder para la revulsiva, y efectiva, “Maniac”-, “The Undertaker”, igualmente cinta de culto, se torna aburrida, debido a la serie de diálogos que la rellenan, ridícula por sus malos efectos especiales y, finalmente, vergonzosa en su concepción total. En este título de mala factura, Spinell aparece ya cansado, y hasta algo ajeno en algunas escenas, prefigurando su muerte próxima.
“The Undertaker” forma un trío con “Maniac” y “The Last Horror Film” (aka. Fanatic, David Winters, 1982), en el cual Spinell se vale de una serie de jadeos obscenos en las escenas de acoso, previas al asesinato de sus víctimas. Rodadas subjetivamente, estas escenas prueban que la técnica de John Carpenter en su modélica “Halloween” (1978), enseñó más de una cosa a los cineastas que le siguieron. “Maniac”, así mismo, constituye la segunda película -con “Starcrash”, como la primera y “The last horror film”, la tercera- en la que Spinell hace pareja protagonista con la guapa Caroline Munro.
“The last horror film”, la mejor película que tiene a Spinell en el rol estelar, es interesante por varios motivos. Es la historia de Vinny Durand (Spinell), un taxista neoyorkino que sueña con rodar una película que tenga como protagonista a Jana Bates (Munro), aclamada actriz de películas de terror. Le promete a su incrédula madre (interpretada por Filomena Spagnuolo, madre de Spinell en la vida real), que se convertirá en un importante director, para lo cual, increíblemente -con su sueldo de taxista-, viaja a Cannes en pleno festival, donde la emprende matando aquí y allá, mientras acosa patéticamente a Bates. Sostenida sobre un guion más sólido, con giros ingeniosos que viran truculentamente a una mayor puesta en escena, y un final absurdo -que sólo se puede comprender como un triunfo para Vinny-, la película no hubiera sido posible sin la complicidad de la gente de Cannes y sus organizadores.
Plagada de pequeños homenajes al cine, a través de carteles, marquesinas, lugares emblemáticos o situaciones, la película se nos revela como un raro análisis -y un estudio de personaje-, sobre el ser fanático y el delirio de Clerambault, y de lo que llegan a ser capaces los seguidores de alguna figura de fama, a la vez que reflexiona -para una comedia de terror de este tipo-, sobre los mecanismos de publicidad del cine, que se dan en la escena en la que Bates, envuelta tan sólo en una toalla, huye de Vinny por las calles, mientras el público lo interpreta como un truco publicitario.
“The Last Horror Film” sorprende por su artesanal producción, y se encuentra a cientos de años luz de “The Undertaker”. Entre los fanáticos del cine de terror cobró especial relevancia porque la película que, se supone, Bates ha estelarizado, lleva por título “Scream”, adelantándose no sólo en título, sino en trama e intenciones, a la sobrevalorada película de Wes Craven.
Actor de carácter, conocido sobre todo entre los asiduos del cine de terror, Spinell difícilmente será olvidado por su papel en “Maniac”, que lo sitsun al lado de psicópatas legendarios, como un Norman Bates, pero más obsceno y marginal y, con ello, más inmediato.
El 13 de enero de 1989, Joe Spinell intentó salir de la tina de baño, después de darse una ducha, resbaló en el suelo y quebró con ello la puerta de vidrio corrediza, provocándose una terrible herida. Como en una escena metaficticia, caminó hasta alcanzar el sofá de la sala, donde se recostó, pero el tibio adormecimiento, provocado por un sangrado imparable debido a la hemofilia, le cerró los ojos, sin poder pedir ayuda.
Tenía 52 años.
Para saber más:
“Maniac”: 40 años de la película “más infame y censurable”, por Pedro Paunero.