Por Hugo Lara Chávez  

“Esa sensación de estar arriba en la cima y sentirse atraído por el fondo del abismo, de querer hundirse en la sima y sentir aterrados que los deseos van a realizarse de manera inminente, ese viaje del espacio por el tiempo y la exacta sensación de que el fondo sube hasta nosotros al tiempo que nosotros bajamos hasta el fondo, curiosamente, se llama vértigo”. Guillermo Cabrera Infante. (1959)  

Para muchos de los amantes del cine de misterio  y, en particular, para los fervientes seguidores de Alfred Hitchcock (1899-1980), Vértigo es una de las obras maestras concebidas por el genio del suspense. Y sus razones las tienen. En Vértigo convergen los guiños favoritos del cineasta británico: los personajes obsesivos, la doble identidad, los deseos y sus espejismos que se difuminan y reaparecen sin dar tregua al protagonista. 

Vértigo, además, cifra la trama policiaca en medio de un abismo pasional —incluso el primero al servicio del segundo. La combinación de ambos elementos que se trastocan paso a paso y secuencia tras secuencia, son lo que le confieren al ambiente un cariz de extrañeza y un tono onírico, una sensación, efectivamente, de vértigo.   

James Stewart es John Ferguson, un ex policía de San Francisco afectado por el miedo a las alturas. Como trabajo de encargo, Ferguson acepta la encomienda de vigilar a la esposa de un viejo amigo, Madeleine (la magnífica Kim Novak). La misión será muchos más compleja y confusa de lo que parece, no sólo porque se enamorará de ella, sino porque un signo trágico que envuelve a su destino, a su pasado y a sus sueños, será el pivote para que se desencadene también las obsesiones de Ferguson. El misterio de Madeleine –una mujer en apuros- rebasará la inmediatez de una tarea inicialmente trivial. La tragedia y la pasión apelarán a las fantasías y los deseos de estas creaturas… y los obligarán a desdoblarse.  

Para aquéllos que ya la han visto, sabrán que en Vértigo se halla la audacia hitchcockiana en su mejor expresión. En Vértigo queda manifiesto el poder de Hitchcock para manipular a sus personajes y obligarlos a internarse en un laberinto donde nunca pierde el control y donde sólo él sabe dónde están las honduras. No obstante, las sorpresas no son en última instancia el leiv motif del realizador, al menos en lo que se refiere al sentido visceral de las mismas. El asombro corre a cuenta de los misterios que dispensa el mundo irreal en unas vidas reales. Los giros de tuerca de Hitchcock son impulsados por la insistencia de sus personajes en su intento por recuperar lo que han perdido.  

Hitchcock filmó esta cinta en 1958, cuando casi cumplía los 60 años y era, en su filmografía, la número cuarenta y seis como director. Esto es, se trataba ya de un realizador maduro y experimentado, que tenía en su haber películas como “Los 39 escalones” (The 39 steps, 1935), “La soga” (“Rope”, 1948), “Pacto siniestro” (“Stranger on a train”, 1951) o “La ventana indiscreta” (“Rear window”, 1954).  

El argumento de Vértigo está basada en la novela D’entre les mortes, de los escritores franceses Pierre Boileau y Thomas Narcejac (los mismos autores de la novela que serviría de argumento para las dos versiones de Diabolique). Para aquellos que no la han visto, buena ocasión es ésta para descubrir al maestro del thriller, cuya influencia habría de afectar el derrotero del cine mundial, desde la nueva ola del cine francés de los 50, hasta el cine contemporáneo del mismo género.  

Poco resta añadir a lo mucho que se ha dicho sobre Vértigo, pero, a efecto de invitar a verla o a revisarla una vez más, vale la pena citar al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante quien, en una reseña de la época y bajo el seudónimo de Guillermo Caín, escribió lo siguiente: “Es esta manera de relatar la que permite a Alfred Hitchcock dar a De entre los muertos (Vértigo) ese ritmo fluyente y refluyente, de ola y resaca, de vaiven del tiempo sobre el espacio, de fluir etéreo, que es el exacto vocabulario sensual y mágico para esta película tan atrayente, tan obsesiva y fatal como la mirada que se tiende al abismo bajo los pies.”

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Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.