Por Hugo Lara Chávez

El célebre mural de Diego Rivera “Sueño de una tarde dominical en la Alameda” tiene el movimiento y la riqueza visual que podría considerarse en sí mismo una justa expresión cinematográfica del significado que este parque tiene para los capitalinos y su historia.

Se trata del espacio más antiguo de su tipo en la urbe, convertido desde 1592 en paseo público por orden del virrey Luis de Velasco hijo. Desde entonces, sus dimensiones han variado hasta adquirir la forma como se le conoce actualmente.

Muchas de las películas de los pioneros de nuestra cinematografía, entre ellos Salvador Toscano, tienen registros de su espacio desde finales del siglo XIX. Vals sin fin (Rubén Broido, 1971) y La bestia acorralada (Alberto Mariscal 1974).

Como espacio tradicional de esparcimiento sus fuentes y jardineras se reconoce con sencillez en varias películas, como un oasis en medio de la vida vertiginosa que se desata más allá de la avenida Hidalgo, por un lado, y la avenida Juárez, por el otro, donde además, en la época navideña, se instalan decenas de figurantes disfrazados de reyes magos y santa closes para tomarse la foto con los niños, como se muestra en cierta escena de El Milusos (Roberto G. Rivera, 1981), donde el maltrecho inmigrante que interpreta Héctor Suárez es contratado para hacer uno de estos trabajos.