Por Hugo Lara Chávez  

Barrio antiguo y rico en historia y en contrastes, Tlaltelolco tiene un significado muy especial para los capitalinos, que se ha vertido en nuestra cinematografía plenamente. En la era prehispánica y colonial, Tlaltelolco tuvo un desarrollo paralelo a Tenochtitlán, ambas ciudades-estado estratégicamente asociadas.  

Al paso de los siglos la configuración del barrio fue adquiriendo su rostro lleno de simbolismos que tomaron su forma definitiva en el siglo XX. Sin duda, lo más emblemático del conjunto es la llamada Plaza de las Tres Culturas. Se trata de un espacio que describe tres etapas del desarrollo de la ciudad: la prehispánica, representada por el sitio prehispánico del llamado Templo Calendárico; la colonial, por la iglesia de Santiago Tlaltelolco y el Colegio de la Santa Cruz de Tlaltelolco y, por último, la del México moderno, por el edificio de la Cancillería (sede que está por mudarse al nuevo edificio de la Alameda) y la Unidad habitacional Nonoalco Tlaltelolco, erigida a mediados de los años sesenta según un proyecto de Mario Pani y que en su momento fue el multifamiliar más grande del mundo. 

Varias películas ayudan a referir la historia moderna de este sitio. Además de las que se ambientan en las inmediaciones del Puente de Nonoalco y de la estación de ferrocarriles de Buenavista (como Los Olvidados, de Buñuel, o Víctimas del pecado, de Emilio Fernández), puede mencionarse a  El Muro de la Ciudad (José Delfoss. 1964), sobre unos parias que habitan jacales en las cercanías de la estación de trenes, y que sueñan con ocupar uno de los departamentos de la Unidad Nonoalco-Tlatelolco, que se hallan en construcción, como representación de la posibilidad de ascender socialmente.  

En Los Novios (1969) Julio Alemán y Silvia Pinal forman una joven pareja de empleados que en víspera de boda se ilusionan con uno de estos departamentos donde irán a vivir, todavía vistos con el encanto de una imagen idílica, un sitio con las comodidades asequible y convenientes para las clases medias. En Rojo Amanecer (Jorge Fons, 1988), una familia modesta atestigua desde el interior de su vivienda en este multifamiliar el horror de la masacre del 2 de octubre, ocurrida justamente en la Plaza de las Tres Culturas.   

En Temporada de patos (Fernando Eimbcke, 2004) se muestra a unos adolescentes que encuentran en el ocio de esos departamentos los dilemas de su futuro. Acaso, la imagen pendiente es la relativa a los sismos de 1985, que supusieron el derrumbe de algunos edificios del conjunto y la trágica muerte de decenas de sus habitantes. 

En Naufragio (1978) de Jaime Humberto Hermosillo, estos departamentos resultan ser el hábitat de una señora y su joven vecina que se ilusionan con el regreso del hijo de la primera, que se ha marchado unos años antes para recorrer el mundo como marino.