Por Hugo Lara

Este céntrico barrio de la Ciudad de México siempre ha sido un espacio predilecto de nuestra cinematografía, con mayor razón desde que en la última década se ha perfilado en un referente fundamental de la vida social y cultural.

El origen de las colonias Condesa e Hipódromo Condesa se remontan a 1902 y debe su nombre a la Tercera Condesa de Miravalle, doña María Magdalena Dávalos de Bracamonte y Orozco, una de los últimos propietarios de la hacienda que luego ocuparon la colonia Condesa, la Hipódromo Condesa, la Roma y parte de Tacubaya. En sus inmediaciones se estableció el Hipódromo del Jockey Club que operó unos cuantos años hasta que fue urbanizado y, el trazo oval de su pista, dio paso a la avenida Amsterdam como hoy se le conoce.

Sus arboladas calles, sus jardineras, sus viejos edificios son reconocibles en cintas como en Amor libre (Jaime Humberto Hermosillo, 1978), Todo el poder (Fernando Sariñana, 1998) o en La primera noche (1997) y sus secuelas, dirigidas por Alejandro Gamboa.

Dos de las edificaciones más importantes retratadas con frecuencia en el cine son  el Edificio Condesa y el Edificio Basurto. El Condesa, que ha sido registrado en filmes como En el balcón vacío (Jomi García Acot, 1962) o en Familiaridades (Felipe Cazals, 1969), ocupa toda una manzana, dividida en dos por una privada. Se asegura que fue la primera casa de departamentos elegantes construida en la capital, y su edificación tomó 14 años al arquitecto inglés George W. Cook: de 1911 a 1925.

El Edificio Basurto debe su construcción al arquitecto Francisco Serrano, bajo encargo de Raúl A. Basurto, gran amante de la arquitectura. Erigido en 1944, fue considerado en su época, con sus 12 pisos, como el más alto de la Ciudad de México. Destacaba además como uno los más lujosos y caros, concebido totalmente en un estilo art déco, como se sugiere en una de las escenas iniciales de La Diosa arrodillada (Roberto Gavaldón, 1947)