John Hughes: Vivir de viejas glorias
Por Hugo Lara
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La imagen de los
jóvenes ochenteros quedó oficialmente constituida en el verano de 1985. Esa
temporada es la cumbre del Brat Pack, gracias al estreno de El Club
de los Cinco (The Breakfast Club)y El primer año del resto de
nuestras vidas (St. Elmost Fire).
El Brat Pack es el apelativo que un periodista le endosa entonces a una joven camada de actores que ha irrumpido en el escenario de Hollywood con mucha fuerza y que pronto se convierten en la estampa idílica de los adolescente norteamericanos. Entre la realeza de esta generación están los protagonistas de The Breakfast Club: Anthony Michael Hall, Judd Nelson, Ally Sheedy, Emilio Estevez y Molly Ringwald. Y si estos últimos son los reyes del cuento, el Mago Merlín tendría que ser necesariamente el director, productor y guionista John Hughes.
Descubridor de ¿talentos?
Hughes tuvo un afortunado debut en la dirección en Se busca novio (Sixteen Candles, 1984) entre otras razones porque ahí establece los códigos de su comedia adolescente, su gran especialidad, y además porque descubre el talento de los actores Anthony Michael Hall y Molly Ringwald,.
Para darse una idea de este hallazgo, Stanley Kubrick mencionó alguna vez que la colaboración entre Hall y John Hughes era ‘la más prometedora desde James Stewart y Frank Capra”. A la distancia está visto que fue una exageración.
Además de las cintas ya citadas, Hall también actuó al servicio de Hughes en la comedia Ciencia loca (Weird Science, 1985). En tanto, Ringwald terminaría de edificar su prestigio como la ‘teenager american sweatheart’con The Breakfast Club y La chica de rosa (Pretty in Pink, 1986), cinta en la que Hughes fue guionista.
Juventud, divino tesoro
Pero hacia finales de la década,
la inspiración de Hughes parece languidecer y su cine se encauza por fórmulas
más rutinarias como en Un experto en diversiones (Ferris Bueller's Day Off, 1986), con Matthew Broderick, y Tío Buck al rescate
(Uncle Buck, 1989), con el gordo John Candy. Su oculta atracción por el melodrama por
fin sale a la luz en Papá a la fuerza (She's Having a Baby 1988) y en La pequeña pícara (Curly
Sue, 1991), su último filme como realizador.
No deja de ser curioso que Hughes sea un director de una sola época, pues dirigió ocho películas entre 1984 y 1991. Ni una más. Pero Hughes supo tomarle el pulso a la audiencia adolescente de los años ochenta, el sector de las clases medias que manifestaba una ruptura con las generaciones que le precedían, comprometidos con la militancia política y las transformaciones revolucionarias.
En cambio, los chicos de Hughes deciden apertrecharse en la búsqueda de las satisfacciones personales, el éxito profesional y sexual. En contraste con los estudiantes calenturientos de las comedias colegiales como Porky’s (1982), los personajes de Hughes parecen atrapados en sus inseguridades e indefiniciones. He aquí la raíz de la llamada Generación X.
En sus mejores películas, Hughes nos muestra con transparencia a estos simples adolescente que arden en sus hogueras cotidianas, que se enfrentan a dilemas domésticos en la búsqueda de su identidad y de un futuro lleno de nubarrones. Por cierto, un futuro que en la realidad los devoró a todos. Será por eso que no ha vuelto a dirigir.